A diferencia de quienes creen que la paz se va a lograr con la firma de los acuerdos que se negocian en La Habana y de quienes creen que es, además, necesario construir un país con verdadera democracia y justicia social para refrendarla, yo creo que el pacto necesario para alcanzar la paz política inicial es el de cancelar de una vez por todas la estrategia de la “combinación de las formas de lucha” para alcanzar o para mantenerse en el poder.
Esta estrategia de la combinación de las formas de lucha política, es bueno aclararlo, no es colombiana ni ha tenido origen en la historia contemporánea. Casi se puede afirmar que ha sido utilizada por muchos partidos y gobiernos del mundo –de todas las tendencias y matices y en todas las épocas—para tratar de ganar o para defender el poder. En Colombia –para no ir muy lejos- la pusieron en práctica en el inmediato pasado los liberales y los conservadores, durante los años aciagos de la violencia partidista.
En la historia universal son muchos los ejemplos que se pueden contar sobre el tema. En la Edad Media eran frecuentes los asesinatos de los rivales políticos y la búsqueda del reconocimiento al triunfo así conseguido bien en el papado o en el trono imperial. En la Italia del siglo XVI César Borgia se hizo famoso porque no desdeñó ninguna forma de lucha ilegal para alcanzar y mantenerse en el poder. De esta época es Maquiavelo, quien lo tomó como modelo para escribir su célebre libro El Príncipe, en el cual sostiene que el gobernante no debe vacilar en los medios –formas de lucha—para alcanzar los fines. Unos siglos más tarde, el partido fascista de Mussolini combinaba la demagogia republicana y populista con la represión violenta contra los partidos y sindicatos de izquierda.
Vladimir Ilich Lenin, líder de la revolución socialista en Rusia, formuló una conocida teoría sobre las formas de lucha. Para él tales formas eran parte de la estrategia del partido bolchevique para alcanzar el poder. Pero no supuso que se pudieran combinar simultáneamente las formas de lucha legales con las ilegales, que un partido pudiera estar en la legalidad y en la clandestinidad al mismo tiempo.
Los comunistas colombianos, en su XV Congreso dijeron con la voz de su entonces Secretario General, Gilberto Vieira que “la lucha armada ha surgido en Colombia como respuesta a la política de sangre y fuego institucionalizada contra el pueblo oficialmente desde 1949. La combinación de las diversas formas de lucha la adoptaron las grandes masas populares para enfrentarse a la violencia oligárquica. Nuestro partido sintetizó teóricamente esta experiencia en relación con las peculiaridades de la situación nacional”.
Frente a la escalada guerrillera y las varias derrotas militares de los años 90, lo que hacía temer la pérdida del poder, los sectores de extrema derecha del estado decidieron hacer lo mismo que hizo Mussolini en Italia e hicieron los conservadores con su policía “chulavita” o con “los pájaros” en nuestro pasado. Surge el paramilitarismo, que realiza el despojo de tierras más grandes de la historia nacional. Es borrado del mapa un partido político, la Unión Patriótica. La clase política es permeada por esta insurgencia armada de extrema-derecha y el narcotráfico termina por permearlas a ambas. Lo demás es la gran crisis institucional que todos conocemos y que nos tiene ad-portas de convertirnos en una democracia no viable.
Después de lo anterior, cabe preguntarnos: ¿puede estar seguro el país de que no se va a repetir con los líderes actuales de las FARC incorporados al debate político lo mismo que le ocurrió a los gaitanistas después del asesinato del caudillo liberal el 9 de abril de 1949, o a los miles de militantes de la Unión Patriótica? Todo parece indicar que hay actores que desean que la historia se repita. Y la paz política en Colombia depende hoy de que el estado sea capaz de frenar a tales actores, los llamados “enemigos agazapados de la paz” de que hablara el maestro Otto Morales Benítez.