En mi tierra, que por momentos conserva el saber de los abuelos, siempre se ha dicho que “la ropa sucia se lava en casa”. Este viejo adagio, bastante conocido por el hombre del común, igualmente por las parejas celosas o pendencieras, lo debería tener muy en cuenta la gente del Centro Democrático. Lo digo porque desde hace rato viene haciendo el ridículo al develar una de sus mayores debilidades: la mala decisión al escoger a Iván Duque como su presidente. Se sabe que los más radicales del movimiento uribista –Cabal, Nieto, Lafaurie, Londoño, Gaviria, entre otros–, cuando les ha tocado opinar del gobierno que los representa, únicamente manifiestan un sentimiento de traición o decepción.
Hace unos días, que de por sí han sido llenos de polémicas, el hijo del matrimonio Lafaurie Cabal, Juan José Lafaurie, se despachó contra el mandatario de los colombianos, publicitando de paso, mediante un ponzoñoso artículo, la precandidatura de su controversial señora madre. Era de saber que el joven Lafaurie, muy bien entrenado por sus progenitores, iba a cuestionar el gobierno Duque, pero lo que no esperaba –o de pronto sí– era que uno de sus copartidarios saliera a dañar la imagen familiar. En esta ocasión, ajetreada por la preocupación que genera un gobierno de izquierda, Ernesto Macías salió a defender al presidente, acusando a los Lafaurie Cabal de tener unos intereses gubernamentales. La respuesta no se hizo esperar.
El patriarca de la familia, José Félix, acto seguido, mencionó todos los negocios que su detractor tiene en el Huila, departamento del que es oriundo el tristemente célebre bachiller. De esta manera se desató el rifirrafe uribista, dejando en evidencia un partido resquebrajado, carente de ideas y bastante débil para enfrentar a una izquierda envalentonada. Repito: el uribismo hace el ridículo cuando deja ver sus problemas internos. No es sensato que la derecha, al menos la que hoy gobierna, demuestre las mismas falencias de la oposición: la carencia de ideas para sacar a delante un país que no está para tanto bochinche.
Desde hace rato quiero un gobierno de derecha, por supuesto, que se preocupe por los problemas inmediatos del país. Y creo que es lo que muchos libres pensadores desean: un mandato presidencial bien marcado por la capacidad o la competencia del que gobierna, que atienda las necedades del que menos tiene; que se preocupe, en su intento por sacar adelante nuestra endeble economía, por la generación de nuevos empleos con la ayuda de la empresa privada; en fin, un gobierno que en lugar de generar tontas turbulencias –peleas internas y demás escándalos políticos–, se encamine hacia la coherencia política que tanto nos hace falta.
Así que hago un llamado, cerrando ya esta humilde intervención, a los hombres que ideológicamente son de derecha, porque no es posible que la falta de orden nos domine como nos viene dominando, cuando se ve que la izquierda nos respira en la nuca y nos encamina hacia el precipicio. Decía Winston Churchill, el gran estadista que salvó a los ingleses de las garras de Hitler, que “el precio de la grandeza es la responsabilidad”. Sabiendo esto, amigo lector, no queda más que decir que la tarea más grande que tiene un colombiano de verdad, si es que está en sintonía con la historia, es no permitir que se condene al país a la debacle social. En este sentido, nuestra derecha se debe enderezar y preocupar por su gran responsabilidad: el futuro de un país que condena tajantemente la llegada del socialismo.