No es desconocido para algunos lectores que Semana, la revista que fundó Alberto Lleras Camargo y que Felipe López refundó en 1982, hace parte de las publicaciones más vigentes e importantes que tiene el periodismo colombiano. Por su sala de redacción han pasado los periodistas más influyentes de los últimos treinta años, hasta el punto que la gente que todavía se mantiene en la publicación goza de mucho prestigio. Sus grandes logros periodísticos hablan de la Operación Andrómeda, las chuzadas del DAS y el hackeo a la segunda campaña presidencial de Santos, por mencionar los más actuales. Es una marca que se mantiene con el paso del tiempo, y lo que se escribe allí siempre va a generar un gran debate.
Sin embargo, últimamente algo le está pasando a la revista. Se han dado cambios, eso lo sabemos, pues Felipe López le vendió la mitad de la publicación al grupo Gilinsky, negocios que son comunes entre la gente rica que maneja medios de comunicación. Lo que no se justifica es por qué está cambiando su filosofía editorial, cuando siempre había sido independiente y crítica ante el poder. ¿Será que López también la colocó a la venta en la jugosa transacción? ¿Se puede plantear que su impronta periodística debía estar sujeta a los intereses comerciales del nuevo socio? Todo indica que sí, porque no cae muy bien que una publicación que antes destapaba ollas podridas, que se había ganado la admiración de los lectores, hoy tape esas mismas ollas podridas con la desinformación de su propio silencio.
Han llegado nuevos periodistas, como por ejemplo Vicky Dávila, Salud Hernández y Luis Carlos Vélez, unos columnistas completamente arrodillados al poder uribista. Es gente que dista mucho de la calidad periodística que le conocíamos a la revista, que nada tiene que ver con su capacidad investigativa, pero que igualmente le sirve a Gilinsky para hacer de la casa editorial que fundó el liberalismo una Fox News criolla. Muchos lectores ya no la leen para nada, puesto que se sienten asqueados por el impensado cambio. Estos estaban acostumbrados a las buenas columnas de Coronell y, por supuesto, al humor criterioso de Daniel Samper, que de paso se va porque reconoció que algo estaba oliendo mal.
No se puede negar que todavía quedan buenos columnistas como María Jimena Dussan y Antonio Caballero, pero acordémonos que bien se dice en esta maltratada tierra que una golondrina no hace verano, por lo que hoy se puede decir que hay gran vacío en la revista. El mal momento que ella vive le da un alivio al gobierno Duque, que puede hacer de las suyas a sus anchas porque cuenta con columnistas amigos, con tipos que van hacer todo lo posible por tapar lo que se debe destapar. En otras palabras, silenciando al medio más crítico de su gobierno, pues ya no va a tener que preocuparse por el despertar de los incautos de este país.
Es una realidad que Felipe López hizo un gran negocio con Semana, pero hay que preguntarle a costa de qué. Debe saber que ha manchado el periodismo impoluto que se le conocía, implementando una mecánica editorial que solo favorece a los que no desean que se sepa la verdad. Le ha entregado el país a los vaivenes de la corrupción, negando así a los lectores criteriosos la posibilidad de seguir identificando el abuso de poder característico del uribismo. Lo que ha generado con su proceder mercantil se asemeja a una camisa muy blanca, que una vez que le cae una pequeña mancha de mugre, pues deja ser para el ojo observador una prenda esplendorosa.