Los resultados de las elecciones generales griegas no dejan lugar a la duda: la izquierda, liderada en esta ocasión por el movimiento radical Syriza, ha barrido y ha obtenido una holgada mayoría (149 de 300 diputados). Aparte de ese excelente resultado para esta fuerza política que apenas tiene unos años de vida, si uno suma los porcentajes obtenidos por los socialistas, el histórico PASOK, los comunistas del ultraortodoxo KKE y la nueva fuerza política que conduce el ex primer ministro Papandreu, el Movimiento de los Socialistas Democráticos, la izquierda suma más del 50% de los votos y ha obtenido casi el 60% de los escaños que estaban en juego. La derecha representada por Nueva Democracia, por su parte, cosecha un modesto segundo puesto, que le deja en posición de recoger el testigo de la oposición, y la extrema derecha, conformada por ese partido más cercano al surrealismo que al nacionalismo heleno, Amanecer Dorado, obtiene un modesto 6% de los votos.
Aunque el máximo líder Syriza, Alexis Tsipras, ha ido racionalizando su discurso en las últimas jornadas de la campaña electoral, sobre todo con la intención de captar el voto moderado de los socialistas desencantados, centristas e incluso del derechista Nueva Democracia (ND), quedan serias dudas acerca de sus verdaderas intenciones. Por ahora, en un discurso rayano a la ambigüedad, Tsipras ha asegurado que "Syriza respetará los objetivos fiscales pero no lo firmado por Samaras". Eso como poner velas a Dios y al Diablo. Sin embargo, con casi mayoría absoluta y el apoyo de los comunistas ¿quién detendrá a Syriza a la hora de tomar decisiones más allá de las rigurosas políticas que había impuesto la "troika" y la Unión Europea (UE)? Nadie.
Por lo pronto, toda la campaña de Syriza ha estado basada en que la austeridad económica, que devoró a los dos gobiernos anteriores y destruyó al PASOK, ha llegado a su fin y que hace falta una política de mayor gasto por parte del Estado para atender la as demandas que la depauperada sociedad griega tienen en estos momentos. Se calcula que los griegos han reducido, en estos largos años de crisis, entre un 25 y un 50% en su nivel de vida. Y el desempleo ha llegado hasta el 27% de la población activa, en una cifra similar a la de España.
SITUACIÓN DE BANCARROTA, ENDEUDAMIENTO Y POBREZA
Lo que no ha dicho Syriza es de donde va a sacar el dinero para pagar los planes sociales anunciados y para el cambio de rumbo. El Estado griego está en bancarrota y endeudado hasta las cejas con todas las instituciones internacionales; la deuda supera el 174% de su Producto Interior Bruto (PIB) y los salarios han bajado un 10% en los últimos dos años. No hay de donde sacar dinero, hacer promesas aprovechando la desesperanza de los griegos es muy fácil, pero lo difícil está por venir: cumplirlas y no defraudar a la sociedad.
A este cuadro tan desolador, casi como si hubiera habido una guerra en Grecia, hay que añadir que el 52% de los hogares griegos depende, en alguna forma, de los subsidios del gobierno y que un 23% de los trabajadores gana menos de 500 euros. Luego la tasa de crecimiento económica tampoco arranca y en el 2014 solo se creció un raquítico 0,6% sobre su PIB, según datos de la UE. Uno de cada tres hogares vive con menos de 10.000 euros al año, en un país con unos precios son similares a los de España e incluso más altos.La pobreza, según los datos oficiales, podría llegar al 40% de la población y un 93%, según estudios recientes, ha disminuido su nivel de vida desde el comienzo de la crisis.
La gran paradoja es que la victoria de la izquierda se produce cuando había ciertas señales positivas en la economía griega. Las previsiones para este año, después de los duros ajustes llevados a cabo por los últimos gobiernos socialista y conservador,eran que iba a caer el desempleo en al menos dos puntos y que el crecimiento económico en el 2015 podría llegar al 2,9% sobre su PIB; incluso la balanza comercial había mejorado y el déficit en la misma se redujo un 11% en 2013 con respecto al año anterior y un 55% con respecto al 2008.
Estas mejoras fueron las que llevaron al primer ministro Antonis Samaras a calificar los últimos dos años como un "una historia de éxito" y, en cierta medida, era verdad. El gobierno de Samaras, como le ha ocurrido ya a una veintena larga de ejecutivos europeos, acabó consumido y devorado por unas reformas que nadie entiende ni asume como necesarias. ¿A quién le gusta que le hagan trabajar más horas y le bajen el sueldo?
El problema es que los datos macroeconómicos, fríamente analizados, estaban mejorando, pero no así el consumo, la calidad de vida de los ciudadanos y el empleo para los más jóvenes, cuya tasa de desempleo casi llega al 54%. La angustia que ha caracterizado a estos años de recesión, recortes y sacrificios ha sido muy intensa y ha golpeado a todos los sectores sociales, ningún griego ha permanecido ajeno a la crisis más brutal que ha conocido este país desde la Segunda Guerra Mundial.
Se puede decir que el nuevo gobierno tendrá un gran margen de maniobra, ya que la mayoría que tiene le permitirá imponer el "rodillo" en el legislativo y no tener que consensuar medidas impopulares con la oposición, pero las dificultades no serán pocas, las adversidades son muchas y Grecia tendrá que cumplir con sus obligaciones internacionales. Sin embargo, vista la amalgama de fuerzas de extrema izquierda de todos los colores que conviven en Syriza, desde maoístas prochinos hasta eurocomunistas, pasando por un sinfín de etiquetas de todos los colores, es más que seguro que surgirán tensiones y divisiones internas. Son grupos sin experiencia institucional ni de gobierno que se han sabido mover bien en las barricadas pero gobernar un país es un desafío muy serio y los objetivos de estos grupos, como es lógico, no son coincidentes.
Grecia entra en un periodo político apasionante, pues se verá si estos grupos antisistema que han comenzado a surgir en todo el continente como hongos son capaces de liderar un país y asumir responsabilidades de gobierno sin provocar una catástrofe, es decir, sin salirse de la UE, la OTAN y abandonar el euro. También servirá para medir el grado de efectividad de las recetas populistas que, aderezadas con un toque izquierdista, pueden ser peor que la enfermedad, ¿será así? El tiempo será el mejor juez de todos estos malos augurios. Veremos qué pasa en los próximos meses.