urante la campaña y en el intermedio al balotaje, las muestras de apoyo por parte de los principales dirigentes de izquierda de la región fueron más bien aislados (solo Evo Morales y Pepe Mujica) y tampoco se vio a figuras visibles pendientes de los resultados de la segunda vuelta. Una notable diferencia con la segunda vuelta en Ecuador. Solo hay que recordar que con Arauz (ficha del personalismo correista) se manifestó un apoyo constante y hasta los congresistas Gustavo Bolívar y María José Pizarro, cabezas de Colombia Humana, se fueron de comisión como observadores electorales.
Es más, Petro y Bolívar se han mantenido al margen y no replicaron (en el caso de Petro) los resultados de las elecciones peruanas como una lección para la izquierda de cara al 2022. ¿Por qué?
Una izquierda diferente
Pensar que la región se pintará de rojo y replicará el viraje a la izquierda que se vivió entre 1999 y 2006, resulta cuando más absurdo. La dialéctica histórica ha cambiado sustancialmente y hoy solo quedan pálidos vestigios de esa “marea rosa”; por ejemplo, Venezuela ya no es el eje regulador o el Estado padre, se encuentra atravesando por la peor crisis humanitaria en lo que va del siglo; en Ecuador la revolución ciudadana correista se estancó con la llegada al poder de Lenin Moreno y se fue al traste con la derrota de “el que dijo Correa”; Perú no ha podido salir de una impresionante crisis de gobernabilidad que lo llevó a tener tres presidentes en una semana y dos Congresos en cuatro años; y, Brasil, aún no se repone del desprestigio del Partido de los Trabajadores y del síndrome Lula. Tan solo Argentina (en medio de una grave crisis económica) y Venezuela conservan los restos de ese viraje histórico.
De ahí que leer las recientes movidas de la izquierda regional bajo esa lógica resulte tan erróneo como desfasado.
El fenómeno Castillo no responde a esas líneas de continuidad y traza un punto de ruptura. Es un fenómeno esencialmente peruano, solo comprensible desde las narrativas sociales e históricas del país andino. Desde el principio quedó en evidencia que el programa social de Castillo no se insertaba en las lógicas progresistas de la izquierda regional; por el contrario, resultaba profundamente reactivo y conservador. Su oposición bíblica al aborto, el enfoque de género, al matrimonio igualitario, la eutanasia y la legalización de las drogas, nada tiene que ver con la avanzada social que legalizó el aborto en La Argentina o el matrimonio igualitario en Ecuador. Para Castillo la familia (entendida como la simple unión heterosexual) y la escuela son la base de la sociedad. Es una posición muy cercana a la que defienden Uribe y Bolsonaro. El temor se encuentra en que Castillo gobierne con “la biblia en mano”.
Sin duda, es una expresión sui generis en la izquierda y que solo genera desconcierto entre una izquierda regional con una identidad social ciertamente definida.
Una visión económica a pequeña escala
A Castillo se le ha tildado de izquierdista, comunista y hasta populista. En realidad, su perfil se ajusta más al de un sindicalista socialmente conservador, antiestablishment y económicamente progresista. Su discurso en lo económico se orientó a cuestionar el centralismo de la élite limeña que impuso un modelo de desarrollo a gran escala (insertado en la Constitución e 1993) que de tajo excluyó a vastos sectores de la sociedad. A la Perú rural y profunda que le votó copiosamente porque es “uno de nosotros”, así también se le envió un mensaje a la élite metropolitana que se la jugó de frente por el fujimorismo. Solo hay que ver como Vargas Llosa y Jaime Bayly salieron a defender a Keiko.
Esa élite no tiene vasos comunicantes con el entorno de Castillo y no tiene claro cómo entrará a negociar o transaccionar sobre sus intereses. No saben como van a negociar con lo desconocido, algo que Castillo tampoco debe tener muy claro; sin embargo, ese escenario se decantará en los próximos meses, pues Castillo no cuenta con el control del Congreso (más conectado con la élite) o la mass media (que se la jugó de frente por Keiko como lo hizo con su padre en los años 90). Ante un país que quedó profundamente dividido, no hay más alternativa que la negociación y el consenso.
El primer movimiento de la era Castrillo en ese escenario será determinar si insiste en la realización de una asamblea nacional constituyente. Con el claro objetivo de desconcentrar el aparato económico e integrar a la Perú rural a un modelo de desarrollo que le ha resultado esquivo en las últimas tres décadas. Algo que implicaría acabar con el principal legado del fujimorismo: la Constitución de 1993. Si Castillo recula y decide gobernar al amparo de esa Constitución, se entenderá que élite tendrá un mayor margen de maniobra para tramitar sus intereses y su visión transformadora perderá cierto impulso. Además, para rediseñar la Constitución necesitaría de un masivo apoyo popular y mediático, algo que, por el momento, parece no tener (más en un país dividido).
También resultaría preocupante que se diseñara una Constitución que solo respondiera a sus prejuiciosos sociales, prohibitiva del aborto o el matrimonio igualitario. Sería un retroceso monumental en un país muy conservador y de por sí hostil con las minorías.
¿Y la izquierda colombiana?
No creo que el fenómeno Castillo tengo mucho que decirle a Petro o el resto de la izquierda criolla. Por lo demás, garantista con las minorías y promotora de una agenda inclusiva. En lo social, Castillo es más cercano a la extrema derecha y a los sectores más radicales del uribismo (porque ni se acerca a los moderados); sin embargo, en lo económico, si tiene un mensaje que enviar: la importancia de replantear esa visión depredadora y carbonífera del neoliberalismo; la necesidad de integrar vastos sectores de la sociedad a un modelo de desarrollo más humano y equitativo; pensar en los más pobres e integrar visiones económicas a pequeña escala. Desde lo electoral, demuestra la importancia de fortalecer las redes humanas (no solo las virtuales) y no olvidar a los millones de colombianos (una gran mayoría) que no tienen Twitter y que votan (Castillo sacó más de 8 millones de votos en la segunda vuelta y no llega a los 150 mil seguidores en Twitter).
En síntesis, las elecciones peruanas no nos dejan grandes enseñanzas porque el ascenso de Castillo obedeció a un fenómeno especialmente local. Nada más. Asimismo, Perú tampoco es tan determinante en nuestras dinámicas políticas, ese mérito se lo lleva con creces Venezuela. Y a Castillo solo habrá que repetirle lo que ya le dijo Mujica: “no caiga en el autoritarismo”. A lo que agregaría que lo invito a replantear sus posiciones socialmente conservadoras o que, al menos, no gobierne con la biblia en mano.