Recientemente se supo sobre el avistamiento de hipopótamos en el municipio de Magangué Bolívar a más de 400 km de distancia de la hacienda Nápoles, esto es realmente preocupante. A finales de 2015 asistí a una charla a la que donde científicos de la Universidad Nacional de Colombia estimaron que si los hipopótamos alcanzaban las ciénagas bajas del río Magdalena el número de individuos en los siguientes 30 años podría superar los 300, debido a una tasa acelerada de crecimiento poblacional. Los hipopótamos ya llegaron a las ciénagas, pero ¿no les parece espectacular tener una sabana africana en el Caribe?, es como si el río Magdalena fuera el río Nilo.
El hecho es que no podemos mentirnos, los hipopótamos son una especie exótica que tiene en Colombia todas las características de ser una especie invasora. Estas son especies accidentalmente o no introducidas por el hombre y son una de las principales causas de pérdida de la biodiversidad a escala mundial. Esto debido a que estos nuevos individuos compiten, depredan, transmiten enfermedades a las especies residentes y hasta modifican los hábitats naturales, causando así la extinción de las especies originales de los ecosistemas.
Existe mucha evidencia científica y comunicaciones periodísticas que alertan sobre todos los efectos negativos de los hipopótamos sobre los ecosistemas colombianos y sobre las poblaciones humanas, pero principalmente, y para no hacerlo tan largo, puedo centrarme en dos: la modificación de los ecosistemas y la competencia.
En el primero, es claro que los hipopótamos cambian la composición química de los sistemas hídricos incluyendo ríos y ciénagas, produciendo eutroficación —una palabra que simplemente describe el echo de que se aumentan los contenidos orgánicos y se reduce la producción de oxígeno, es como si el agua se pudriera—. El cambio en la composición química y la pérdida de oxígeno afecta a todos los organismos que conviven en estos sistemas como peces, algas, bacterias, invertebrados, y animales de gran porte como manatíes y chigüiros; incluso la seguridad alimentaria de las comunidades se ve afectada si la pesca se disminuye. Si a la larga el disturbio continúa —es decir los 40, 60 y hasta 300 hipopótamos y más donde podría llegar la población— llegará una extinción de especies nativas de Colombia, las especies que nos comprometimos a cuidar como país. Así, por evitar la muerte de 40 o 60 individuos estamos condenando la extinción de muchas especies, especies constituidas por cientos, miles o millones de individuos, esto es para ponerse a llorar.
Por otro lado, la competencia es también perjudicial. Los manatíes por ejemplo son queridos por los todos, reunimos un montón de dinero recientemente para rescatar unos que nos encontramos perdidos en Leticia, ¿se acuerdan? Existe una especie en la cuenca del Magdalena, Trichechus manatus, está en peligro de extinción por un sinfín de amenazas entre ellas el cambio de su hábitat natural, ahora sumemos en Colombia la competencia con los hipopótamos.
Los manatíes son acuáticos, se alimentan de plantas y habitan tanto en los ríos como en las ciénagas. Son exactamente las mismas características biológicas que comparten con los hipopótamos, pero estos últimos son agresivamente territoriales. No hay dudas que ante una expansión drástica de las poblaciones de hipopótamos los manatíes se verían seriamente afectados, disminuyendo sus poblaciones y su área de distribución. Así los colombianos al proteger a los hipopótamos estaríamos aportando al aumento de la probabilidad de extinción de los manatíes, nuestro granito de arena, felicitaciones. ¿De qué nos vamos a quejar —especialmente los animalistas— cuando en vez de buscar hipopótamos tengamos que buscar los últimos manatíes para trasladarlos a zoológicos para evitar que se extingan gracias a que dejamos los hipopótamos libres?
Las preocupaciones de los ambientalistas y animalistas son bien entendidas, nadie niega que es difícil matar animales de ese tamaño, que nadie conoce pero que son familiares a nosotros por los libros y las caricaturas de la infancia. Sin embargo, su desconocimiento de la naturaleza hace que sus propuestas sean contraproducentes, y en este caso no podemos tomar decisiones desde el sentimentalismo, se debe manejar desde la biología de la conservación.
Los hipopótamos también están en una categoría de extinción y es principalmente motivada por la reducción de su hábitat natural. Los hipopótamos que viven en Colombia no se pueden devolver a su hábitat natural, aunque todos quisiéramos y son varias las razones.
Los hipopótamos que tenemos han crecido en el neotrópico, han adquirido enfermedades, virus, bacterias, hongos, parásitos internos y externos que no están en sus poblaciones naturales, y si los devolvemos hay una alta probabilidad que una enfermedad o virus o bacteria o parásito que ellos lleven ataque las poblaciones naturales —similar a lo que ocurre hoy con el coronavirus en humanos— y nos llevemos por delante un gran número de individuos de una especie en peligro de extinción, nuevamente, nuestro grano de arena en la extinción de una especie.
También, los hipopótamos que tenemos provienen de un número muy bajo de parejas, es decir tienen una endogamia altísima. Esto produce que, por un lado, sean más propensos a enfermedades genéticas —como ocurre en los humanos—, y, por otro lado, también su diversidad genética disminuye considerablemente. Si devolvemos nuestros hipopótamos, la baja diversidad genética puede reflejarse en pocas o muchas generaciones en la diversidad genética de las poblaciones naturales, esto los hace más propensos a enfermedades, o con una menor respuesta genética a cambios en los ecosistemas.
Existen otro tipo de soluciones propuestas por ambientalistas como castrarlos y dejarlos libres, sin embargo, no sabemos cuanto son, los costos son muy elevados y lo más importante, no resuelve el problema de competencia con las especies nativas, ni el problema de transformación de los ecosistemas naturales. Repetimos la misma escena, por salvar 60 individuos, podemos perder cifras diez, cincuenta o cien veces mas elevadas de individuos de otras especies.
Pero el descaro llega al punto que en Twitter proponen trasladarlos a las sabanas de la Orinoquía, da risa, pero estupefacto me quedo pensando en que si ese tipo de personan tienen poder de tomar decisiones ambientales podemos llegar a escenarios peores a los que podemos imaginar. Por lo menos los hipopótamos están confinados en la cuenca del Magdalena y su distribución está mas o menos restringida por los mares y los Andes, pero hacia el otro lado de los Andes no hay barreras para su expansión, sin un manejo adecuado —como siempre pasa y como nunca hemos aprendido— tendrían acceso a toda Suramérica, sin palabras.
Para nadie es un secreto que Colombia es un país megadiverso al poseer al rededor del 10 % de la biodiversidad mundial. Por ello, nosotros como país hemos firmado compromisos internacionales para salvaguardar dicha biodiversidad, incluso individualmente tenemos un compromiso con nuestra propia constitución que adquirimos al nombrarnos colombianos. Al dejar esos individuos libres en nuestros ecosistemas con una tasa de reproducción tan alta y aumentando su distribución estamos atentando contra nuestra propia diversidad, nuestros propios recursos naturales, incumpliendo no solamente los compromisos internacionales, también, individualmente estamos violando nuestros deberes con nuestro país.
Sacrificar animales en peligro de extinción suena ilógico para la conservación, pero en este caso no lo es. Aquí las únicas soluciones viables para proteger nuestra biodiversidad son el sacrificio o el confinamiento de todos los hipopótamos. Pero ¿de dónde vamos a sacar 30 zoológicos —considerando que hay 60 hipopótamos y se lleven de a dos— que estén en la capacidad de recibir, y de costear la búsqueda y trasporte de los animales a sus instalaciones en estos tiempos de pandemia?
Si no hacemos nada urgentemente ¿Qué pasará cuando tengamos que matar desde un helicóptero miles de hipopótamos como tuvo que hacer recientemente Australia con los camellos para proteger su biodiversidad? ¿De quién va a ser la culpa de la posible extinción de especies en Colombia por parte de los hipopótamos? ¿De los ambientalistas y animalistas que impiden actuar, o de las instituciones que tienen que tomar las decisiones? La respuesta es fácil, de los segundos. La ignorancia tiene cura, pero la indecisión y la falta de criterio jamás.
Las decisiones ambientales recaen en la potestad del gobierno, principalmente en el ministerio de ambiente y su cabeza el ministro. Sin embargo, ningún ministro actual o pasado ha tenido el criterio para tomar decisiones, simplemente porque representa un costo político muy grande.
Existen los conceptos científicos por parte de universidades y expertos ambientales que aseguran la conveniencia del sacrifico, sin embargo, el problema prefiere ignorarlo el ministro actual porque no está dentro de sus prioridades. Igualmente pienso que no le podemos exigirle nada a una persona que en este momento debería estar afrontando un juicio político por el manejo de la deforestación y el manejo de los hipopótamos, dos de los principales retos no solamente actuales sino ya históricos del ministerio los cuales afectan el deber constitucional del estado en proteger el medio ambiente.
La posición de ministro de ambiente puede ser considerada como uno de los cargos más inútiles dentro del gobierno. Todos llegan, hablan de desarrollo sostenible y manejo de los recursos naturales – algunos sin siquiera experiencia en el manejo de su cartera–, son subordinados a las decisiones de otros ministerios y finalmente se van sin pena ni gloria. En este caso, la desidia del gobierno por el manejo de los hipopótamos nos va a llevar a una catástrofe ambiental sin precedentes en Colombia, una bomba que nos va a estallar en la cara.