La identidad de los pueblos está definida por sus representaciones culturales, las mismas que son el sustento para su historia y trasegar. Ahí se definen las características de su ciudadanía y por supuesto ruralidad. La huella digital de una comunidad yace en la construcción de sus bases históricas, ya que estas forjan el devenir y la marca indeleble en su determinación y autovaloración. Estas definiciones fijan cómo vemos o percibimos una ciudad, un municipio, un departamento o un país. De hecho, gracias a esto podemos reconocer particularidades, carácter, configuración sociopolítica y cultural. Sin embargo, existen algunas sociedades que por obra y gracia de decisiones desacertadas en su gobernanza motivan el desmonte sistemático de referentes socioculturales, donde lo único que les deja esta acción es el desarraigo, lo que por ende da como resultado indiferencia y un abultado estigma social.
Bajo este panorama, el municipio de Bello y sus vecindades caen de nuevo en el cataclismo cultural y el señalamiento social, manifiesto todo por la funesta malinterpretación de una posmodernidad tendenciosa y malintencionada que ha dejado en el ostracismo el hacer y ser bellanita y con esto al verdadero concepto de comunidad. Se advierte lo que el destacado filósofo Bauman designa verazmente como una “sociedad líquida”, donde el vértigo de los días convierte en volátil y banal los valores de una colectividad asentada, plural, firme y con dignidad. Además, se pasa de la espectacularidad a la verdad y de lo fútil a algo real, como lo denomina Baricco al referirse a los “bárbaros”, una especie de “surfistas” en el mar de la mediocridad que no son capaces de ir más abajo y bucear al interior de un océano de inconformismo para buscar reales soluciones y proponer cambios reales.
El desconocimiento de la historia ha modificado la percepción del y hacia el pueblo bellanita como forjador y fundador en el engranaje que en otrora diera renombre a la pujanza del departamento de Antioquia y que por su buenaventura diera inicio a lo que actualmente parece ensombrecer la ciudad de los artistas. Hoy por hoy Bello parece ser morada de tránsito, donde la cultura ciudadana y la sensación de seguridad dejan mucho que desear. Así mismo, el municipio carece de referentes que vislumbren el estoico recorrido histórico del antaño hato. De remembranza solo quedan algunas fechas y bustos indiferentes al desapercibido y temeroso transeúnte que en una carrera acelerada toma camino a algún cercano sector municipal o hacia Medellín.
Poco queda en las bases y patrimonio material que gradualmente se demuele. Barrios enteros que nacieron con el clamor del siglo anterior desaparecen sin quedar una muestra de la pujanza de quienes las vivieron. Lugares que habitaron las grandes expresiones artísticas bellanitas son diezmados y convertidos en centros de ilusión. Y otros sitios de gran valor histórico deambulan en el limbo de los malos hábitos gubernamentales. Lo anterior sin obviar que nuevamente se hace omisión por la plástica y valor de los artistas, el espacio público es anulado y el cemento crece en vez de retoñar los árboles y fecundar las flores con su alegría. Actualmente estamos ad portas de la desaparición, una más, de un lugar que albergó tanta historia como genialidad. Me refiero a la casa de la célebre pintora Lola Vélez. Así pues, en el territorio geopolítico nombrado como municipio de Bello se da paso al supuesto futuro, se borra el pasado para ignorar el maltrecho presente.
Lamentablemente la abulia en los procesos socioculturales en los que se ha sumido el municipio al norte del Valle de Aburrá por décadas de malos manejos y ausencia oficial, al momento, reclama con violencia la carencia de unas políticas públicas inclusivas y un ordenamiento en equidad. Esa escasez de claridad y lucidez administrativa ha sido el caldo de cultivo que a la postre deja el terreno servido para ser colmado por la semilla del terror a falta de oportunidades y que motiva el dolor a falta de educación. En el presente los bellanitas con espanto sienten el pavor de las balas y el averno del encierro entre fronteras a merced de un conflicto que no distingue razones.
Si bien la ciudad ha padecido históricamente de los embates violentos, ha sabido descubrirse de la penumbra y con la frente arriba ha sorteado sus desdichas. La historia lo demuestra. Hace un tiempo en la noventera funesta etapa, el desmoronamiento de los valores hizo que los hijos de Bello, como hoy, sintieran la desidia de las armas. Sin embargo, en medio del caos, la brillantez y fulgor de una juventud que no se resignaba quiso salir adelante y fundó entre los escombros de una ciudad en ruinas las bases que establecieron la edificación con cimientos de civilidad el movimiento cultural de aquellos días. Este llevó avante sendos esfuerzos en la pacificación y con ellos una buena camada de amantes a la lúdica y el deporte se unieron al mismo clamor: al unísono gestaron el más hermoso proyecto ejemplo para el mundo y la armonía: las vacaciones creativas bellanitas.
Dicho programa jugó con las ganas de un mejor futuro y arrebató del desconsuelo a muchos jóvenes, hombres y mujeres, que con esta oportunidad vieron la luz de la esperanza y les enseñó un camino distinto un destino promisorio. Lastimosamente, la determinación lúdico-cívica, patrimonio de la cultura, tristemente fue diezmada hasta quedar en los anaqueles y las simplicidades. De este gran impulso surgieron variedad de líderes que padecen nuevamente la zozobra y quizá añoran que acciones como las que ayudaron en su época a cesar la desesperanza de nuevo surjan y se empoderen en la sociedad bellanita.
Hoy es urgente recuperar el legado del arte, cultura y recreación que está en el ADN de Bello, máxime al existir en el municipio una cantidad maravillosa de colectivos artísticos que le apuestan a la pacificación del territorio —a través de la plástica, las letras, la música, las artes visuales y toda clase de expresiones sanadoras del ser— y líderes deportivos que han entendido que el camino está en cuerpo sano para una mente sana. Lo anterior sin contar con un sinigual número de pensadores y formadores que de sol en sol trabajan por la educación como razón y referente para la transformación e innovación social, además de los movimientos cívicos y comunitarios que se esfuerzan por sus comunidades, todos ellos juntos y de la mano para rescatar la lucidez, fomentar la concordia y el respeto ciudadano. La paz no debe ser retórica sino acción en construcción vinculada que propicie el diálogo pacífico, donde se difundan los saberes para que las diferencias se nutran y las discordias cesen.
En Bello deben surgir reales liderazgos que ensalcen prístinas ideas, seres diáfanos con la verdad como máxima y el servicio como virtud, personas altruistas que convoquen a un gran mañana a la reconciliación al amor y la esperanza. Esto debe regresar al corazón de los bellanitas, ya lo proclama el poeta del sur: “quién dijo que todo está perdido”. Si algo queda en la identidad bellanita es ese vestigio histórico poderoso de salir adelante, ser resiliente y no dejar que la mancha del desprestigio desacredite la buena voluntad de los que aún creen en una ciudad comprometida con sus habitantes, memorias y su capacidad para demostrar que se puede lograr una evolución social evidente, pacífica, equitativa, inclusiva y con oportunidades.
En las manos de los grupos ciudadanos, colectivos, líderes sociales, culturales, alternativos, deportivos, artísticos y demás gestados en el vientre comunitario está el develar que el municipio de Bello es una urbe referente que respeta todas las opiniones y formas de percibir la vida, que valora sus patrimonios materiales y salvaguarda los inmateriales, que cree en la juventud con su fortaleza y en los mayores con toda su experiencia y saber. También que apoya a sus artistas (alma del pueblo) y deportistas (símbolo de ahínco), y enarbola las banderas de la educación, camino para la verdadera transformación del tejido sociocultural.
Bello es un pueblo comprometido con la civilidad, la convivencia respetuosa y pacífica... finalmente, es una población que camina hacia un futuro cierto con las bases de la historia intactas y reconocidas para no repetir infortunios, con un presente digno donde caben muchos y se construye conjuntamente hacia un prominente porvenir.