¿Qué hacía Trump en Inglaterra?

¿Qué hacía Trump en Inglaterra?

Aunque el pueblo británico se resistía a su visita, el presidente de EE. UU. se veía feliz con la reina. Su intromisión en los asuntos internos de la isla generó molestia

Por: Francisco Henao
junio 06, 2019
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¿Qué hacía Trump en Inglaterra?
Foto: Twitter @RoyalFamily

Se puede decir que el núcleo del asunto Brexit para Gran Bretaña fue recuperar su capacidad de decisión y el control de la economía. Eran los argumentos que planteaban los partidarios de abandonar la Unión Europea. Los británicos siempre se han considerado de otra pasta respecto a Europa. Ellos se sienten muy particulares, como si existieran en otra galaxia. Pero, un día, 1973, resolvieron unirse a la UE. Si hay un país que sabe para dónde va es Gran Bretaña. Siempre se ha caracterizado por su pragmatismo y voluntad de compromiso. Y, otro día, ¿qué mosca los picó?, dijeron, nos vamos de la Unión. David Cameron se embarcó en la escabrosa aventura de un referendo que eligiera entre sí o no pertenecer a la UE. La campaña se convirtió en un mar de mentiras, de chamullos como dicen los chilenos. De lo que nacieron todas las confusiones e incertidumbres que hoy vive el Parlamento británico, la Corona, los partidos políticos. Nadie sabe para dónde va.

Ilustremos esto con un ejemplo. Jim Ratcliffe, uno de los hombres más adinerados de la isla, hizo campaña a favor de la salida. Ganó, y, desde junio 2016, fecha del referendo, su fortuna se engordó. Pero Jim comenzó a olisquear lo que vino después. Sorprendió en agosto de 2018, tomó su dinero y se lo llevó a Mónaco, dónde se sabe que Alberto y Charlene tienen bajas tasas impositivas. Jim, en uso de toda su libertad, argumentó que fue por “cuestiones personales”. El que tenga oídos para oír, oiga.

Lo que hay hoy en Reino Unido es un berenjenal. Ya han caído dos primeros ministros, David Cameron y Theresa May; y lo que te rondaré morena. En semejante enredo de follaje, como para que el remake tenga candela, va y llega el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Antes de aterrizar en el aeropuerto de Stansted, en Londres, tuitea fuerte y deja claro que viene en son de guerra, como a él le gusta, le dice al alcalde de Londres, Sadiq Khan, que es un “fracasado total”. Su visita, tiene a todo el mundo dividido. El mismo Khan en una columna de prensa, The Observer, antes de la llegada del presidente, escribió que Trump utilizaba un “lenguaje fascista” y lo tildó de “creciente amenaza global”.

Pero Trump no ha parado de hablar. Acostumbra a seguir la cuerda del discurso que se le antoje. “Boris Johnson sería un excelente primer ministro”, soltó antes de entrar a tomar el té en Clarence House, la casa de Carlos y Camila, duques de Cornwall. Pero ¿qué es esto? El Brexit ocurrió, porque supuestamente —según las trolas prodigadas durante la campaña de 2016— el orgullo de Albión no podía tolerar estar sujeto a toda la burocracia que, desde Bruselas, con sus leyes acomodaticias, interviene en los asuntos nacionales de cada país miembro. No podemos entregar nuestra soberanía, gritaban los brexiters. Lo que Donald Trump ha hecho es una intervención —¿solicitada por alguien?— en los asuntos internos del Reino Unido. Una intromisión que produce ronchas en la clase política y en ciertos sectores de la opinión pública que ha salido a las calles para protestar por la presencia de Donald.

Tan cuestionada ha sido su presencia que, especialmente el partido Laborista, se pregunta por qué la reina le ofreció una cena de gala. La única respuesta que hay es que la reina también ofreció cenas de gala a Nicolae Ceausescu y Robert Mugawe. A Trump nada de esto le importa, se sentó al lado de la reina y se llevó a sus cuatro hijos para hacerse fotos con toda la realeza británica. A sus hijos los alojó en la royal penthouse del Hotel Corinthia, donde alojarse una noche cuesta 21.300 euros.

La relación entre Estados Unidos y Gran Bretaña es calificada de “relación especial”, lo que da algunas prerrogativas y prelaciones. Pero el bastón de mando lo lleva la nación de Thomas Jefferson. Cuando reinaba George W. Bush, a Tony Blair le tenían el apodo de "el caniche de Bush". Esta situación sigue haciendo carrera. Claro, Trump tiene su propia medicina. Donald Trump es el hombre más, no digo polémico, sino tremendamente dañino, de todos los presidentes americanos. No es peligroso, en cierta medida. Peligroso sí era Bush hijo. En Londres abrió su bocaza Donald y aconsejó a los británicos no pagar “los 39.000 millones de libras esterlinas” acordados en el texto de retirada con la UE. Estas palabras en boca de otro cualquiera, ya lo hubieran puesto en la cárcel.

Encima de todo, Trump pisoteó a la aún primera ministro May y al pueblo británico. Donald Trump más que presidente es un negociante, apenas ve el flujo de caja. Sabe muy bien de la debilidad que atraviesa la nación de Charles Dickens. Les ofrece un tratado comercial "ventajoso"; siempre y cuando salgan del Brexit, dijo en su charla con May. Pero si quieren el acuerdo —Trump lo pide todo a cambio de bagatelas— les exige salir del acuerdo nuclear con Irán —que May rechaza— y exige que para negociar es preciso poner sobre la mesa, la agricultura y el servicio de salud, que es la joya de la corona británica. Y romper todo trato con Huawei, que está en el centro de la batalla comercial. ¿Dónde queda la soberanía británica, sometida a un empresario de Manhattan, que hizo una fortuna de forma inintelegible? Pero es capaz de imponerle aranceles a las importaciones británicas para domeñarlos a su amaño. El olfato de Trump es carroñero.

El ególatra llamó a Boris Johnson, hablaron 20 minutos por teléfono. Boris le respondió que no podían verse personalmente, como quería Trump, porque estaba preparando un discurso para el día siguiente; es decir, le sacó el cuerpo.  Boris fue el principal opositor a Europa en el referéndum. Su melena rubia desarreglada se hizo popular cuando fue alcalde de Londres. Ahora mismo, Boris, miembro de los tories, como May, ha sido llamado por un tribunal de Londres a juicio por mentir durante la campaña a favor del Brexit, decía que la presencia de los británicos en la Unión Europea costaba 350 millones de libras semanales. Lo acusan de “engañar repetidamente a la opinión pública”.

El Brexit fue una falsedad repetida miles de veces que se convirtió en una verdad, que Donald Trump vino a defender como buen paladín de las causas perdidas y quiere a Boris Johnson como su escudero para los próximos seis años, porque él cuenta que será reelegido como presidente de los Estados Unidos, así el fiscal Robert Mueller haya dicho que su informe no exime al presidente. Su único interés es un Brexit duro y una Unión Europea debilitada.

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