Gabito cumple un año de muerto, y cómo no escribir una columna sobre este hecho. ¿Cómo diablos evadir semejante compromiso si uno tiene una columna semanal?
Pero escribir qué. Qué diablos voy a decir en 800 palabras, que son las que caben en esta columna, y no me son suficientes para presentar un texto mínimamente respetable, mucho menos para un ensayo sesudo y novedoso a estas alturas de la vida, luego de todo lo que ya se ha escrito. Tampoco soy tan genial. Ni siquiera sé si podría.
Pero, ¿sobre qué pudiera ser? Pudiera ser sobre tantas cosas literarias, personales, históricas, editoriales, familiares, económicas, periodísticas, políticas, ideológicas, sociales… Son tantos los campos y tantas las opciones que me cierran el paso y ya no se me ocurre nada.
¿Quizá otra biografía? No, ya hay tres muy buenas, incluyendo la suya propia. ¿Tal vez sobre la vida secreta de doña Mercedes Barcha? Pudiera ser un buen tema para escandalizar y sacar con ello algún dinero; pero ni yo sé nada ni Mercedes tuvo vida secreta. Una calumnia que mi editora no me dejaría pasar.
¡Ah! Ya sé. ¿Sobre una supuesta pelea a muerte entre los hijos de Gabo y sus hermanos por la herencia del escritor? Claro. Pudiera ser. Sería un gran tema por el que mataría cualquier medio en el mundo. Pero hay un problema: tampoco es cierto.
Pero qué tal un gran reportaje sobre un contrabando de acordeones que Gabo y Diomedes Díaz habrían metido por la Guajira venezolana en complicidad del propio comandante Chávez. Un tema que yo estaría dispuesto a pelearme a puño limpio con Alberto Salcedo Ramos, para publicarlo en Gatopardo. Pero, ¡carajo! eso también sería una calumnia.
A lo mejor un artículo rápido y superficial sobre la cantidad de embustes y distorsiones que tiene la museografía de la casa de Gabo en Aracataca. Tampoco. Me metería en líos con el amigo que hizo ese trabajo.
De pronto sobre el árbol de castaño que está sembrado en el patio de la casa familiar en Aracataca donde amarraron a José Arcadio Buendía el día aquel en que se volvió loco y “agarró la tranca de una puerta y con la violencia salvaje de su fuerza descomunal destrozó hasta convertirlos en polvo los aparatos de alquimia, el gabinete de daguerrotipia, el taller de orfebrería, gritando como un endemoniado en un idioma altisonante y fluido pero completamente incomprensible… y se necesitaron diez hombres para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo”, acerca del cual hay una inexactitud, porque no es un castaño sino un suán. Pero ese error es de Gabo y yo no me voy a meter con Gabo. No es verdad que yo quiero comprar esa pelea.
Otra posibilidad podría ser seguirle la corriente a Jaime el hermano de Gabito con su inconformidad por lo mal que trata Gerald Martín en su libro al viejo Gabriel Eligio, su padre, quien, como ya se sabe, no era de apellido García sino Martínez, y era de Sincé, donde vivieron todos en algún momento de su vida de familia errante, en la casona antillana de dos pisos que todos conocimos desde siempre como la casa de Hortensito de la Ossa. Pero ya eso está dicho de varias maneras. Y mal. Y yo no soy capaz de hacerlo mejor. De manera que tampoco es por ahí. Y ya casi se me acaba la columna.
Caramba, tal vez pudiera intentar hacer algo diferente sobre las relaciones de García Márquez con la música vallenata partiendo de aquella bonita ocasión que chifló y cantó canciones con Escalona haciendo percusión sobre la barra de la cantina de La Cueva. O de la parranda aquella con el Nene Cepeda, Colacho Mendoza, Consuelo Araújo y el viejo Tobías Enrique Pumarejo, que sirvió para fundar el festival vallenato a mediados de los años 60. Con ese tema me puedo agarrar de muchos referentes y hacer rendir la cosa, pero es que ya prácticamente me quedo sin espacio.
Qué vaina, cipote lío en el que estoy metido. Creo que no va a ser posible quedar bien con mis lectores ni con Gabito. Eso me pasa por querer estar en lo que todos están hoy: buscando hasta en lo imposible un tema para escribir sobre García Márquez en una fecha como esta. Bien hubiera podido pensar en otra cosa desde un principio porque ya no me quedan sino miserables cuarenta palabras.
He debido ponerme a investigar con tiempo, desde hace un año, como hace todo buen periodista, en qué archivo del mundo está la matriz de la grabación aquella de un disco de boleros que Gabito grabó una vez con Carlos Fuentes.
Y esto no es mentira. Daría cualquier cosa por escuchar esos boleros y tomarme un whisky a la memoria del cantante.