“Margie siempre había odiado la escuela, pero ahora más que nunca. El profesor mecánico le había señalado tema tras tema de geografía, y ella había respondido cada vez peor” (Isaac Asimov, ¡Cómo se divertían!).
El epígrafe no es todavía un reflejo fiel de nuestra realidad, afortunadamente. Pero alude a dos problemas indisociables, manifiestos actualmente, en la educación institucionalizada virtual durante la pandemia. Problemas que, más allá de intentar resolverlos en esta reflexión, pretende explicitarlos. El primero es sobre si realmente los y las estudiantes están aprendiendo con las clases virtuales y, el segundo, refiere al sentido de la enseñanza virtual.
La pandemia fue un imprevisto, un acontecimiento fortuito que, sin duda, marcará un antes y un después en todo aspecto humano de las sociedades, es lo que se espera. ¿Qué sector o quién pude decir que estaba preparado? Me temo que casi nadie y la educación institucionalizada no es una excepción. Porque, el hecho de haberse llevado a la virtualidad, no por ello quiere decir que haya bastado para garantizar la calidad educativa. Más, siendo conscientes de las inequidades existentes en este sector a lo largo y ancho del país.
Para ser conciso, debemos reconocer y valorar el indiscutible esfuerzo tanto del magisterio, como el del estamento estudiantil y, por supuesto, el de los diversos núcleos familiares que han podido y logrado migrar al aula virtual. Pero, también, debe reconocerse el gravísimo problema de otros tantos profesores, profesoras, jóvenes, niños, niñas y familias que, reclamado su derecho al trabajo y a una educación digna, no tienen, ni siquiera, garantizada la conectividad a la red.
Ante tal panorama, hay que decir que esto no se trata solo de un tema de igualdad, sino —y, sobre todo— de equidad. Y, así las cosas, no se puede hablar ni de resiliencia, ni de mérito, ni mucho menos de calidad educativa, cuando de lo que se trata, en el fondo, es de una crisis estructural en el sector educación que dista de ser temporal, mientras volvemos a la "normalidad". O, si lo prefiere, a la "nueva normalidad", que de nuevo no tiene más que el uso de tapabocas, alcohol y el distanciamiento social. Esto último refleja en parte cómo fallaron las instituciones educativas en torno a la disciplina, mediante las formaciones de tipo militar que se hacían (¿o hacen?) en los patios o pasillos. Pero esto es asunto de otro tema.
El punto aquí es que, si en la educación institucionalizada virtual, las estrategias de enseñanza -que deben encarnar la motivación- tanto como las estrategias de aprendizaje -cuyo entorno debe ser el apropiado- son compatibles con las de la educación institucionalizada presencial, seguro que aprendizaje, enseñanza y calidad educativa están garantizadas; pero, de no ser así, es claro que el aprendizaje ha importado poco al tiempo que se banaliza el ejercicio de enseñar y, entonces ¿de qué la calidad educativa estamos hablando? Más grave aún, cuando parece asumirse, sin más, que plataformas como Zoom o Google Meet, entre las más populares, reemplazan la complejidad del aula presencial.
A propósito, discutiendo sobre este asunto con un amigo radicado en Alemania, me decía que “la incertidumbre inicial, luego de un año, se ha transformado en cansancio y fracaso, quizás, porque no estamos preparados para trabajar en escenarios inciertos, mucho menos la educación institucionalizada”. Indiscutiblemente, pareciera que ese cansancio ha conllevado a que lentamente la educación virtual, así desarrollada durante esta pandemia, se esté relegando a un asunto de mero cumplimiento. Y, en consecuencia, que enseñanza y aprendizaje se estén viendo reducidas casi que al estricto canje virtual de tal taller o cuál actividad.
Es en ese sentido que pregunto: ¿qué ha importado realmente en la educación institucionalizada virtual más allá canjear por e-mail o WhatsApp, talleres y actividades?, ¿cuál ha sido la importancia dada finalmente al aprendizaje y a la enseñanza virtual?, ¿cuáles han sido las márgenes posibles de actuación tanto de profesoras y profesores, como de estudiantes y, no menos importante, de los diversos núcleos familiares? Lo cuestiono a sabiendas de que, aun en la “normalidad”, todo este asunto ha sido un tema de ferviente y apasionado debate, como para que no se evalúe críticamente también en esta virtualidad.