Al constante desprestigio de la Corte Suprema por intentar hacer justicia, al ataque desmedido hacia líderes y lideresas sociales, al asesinato masivo de jóvenes, al inconstitucional aumento del poder en la rama administrativa, al deterioro del medio ambiente, al condenable acto de censura, al inhumano estado de pobreza, al trágico concepto de corrupción, al injusto abuso de género, al hundimiento y olvido de la paz, al desarrollo asesino que desplaza y fragmenta sociedades, al constante principio de la estigmatización, al, al, al... se le suma el abuso de poder reprochable y condenable que la Policía Nacional de Colombia ejerce hacia la sociedad civil.
De una doctrina por el cuidado hacia la ciudadanía a una donde la opresión violenta es la mejor forma de hacer control. La institución, perdida en su ego casi dictatorial, evoca aquellos tiempos donde el poder y sus diversas dinámicas de intervención consolidaban un estado fascista, como lo expone María Jimena Duzán en su columna para la revista Semana.
Es entendible pero no aceptable tal estallido social. La violencia en sus múltiples prácticas consolida espacios poco funcionales para la resolución y la justicia. Una vida es igual de importante a otra, lo que estos policías detonaron fue la acumulación de rabia, dolor e ira de una sociedad colombiana que desde siempre ha tenido que ver desde una postura pasiva, el cruel y despiadado descontrol violento de aquellos hombres y mujeres que juraron defendernos. No es momento de generalizar y mucho menos de homogeneizar la idea del policía criminal. Todo lo contrario, es el momento adecuado de implementar soluciones que permitan reformar de raíz aquella institución deteriorada que huela a podrido.
Sí a la movilización, es nuestro derecho, no a la violencia, pues esta es nuestra condena. Solo queda esperar que el futuro nos regale aquella Colombia utópica que la gran mayoría sueña y que nunca jamás alguien tenga que rogar por el simple hecho de querer vivir.
“Ya, por favor, no más”.
