La vida de César Rincón cambió por completo el 21 de mayo de 1991. Un pequeño torero de 1.66 metros era la estrella central en la catedral del toreo: la Plaza de las ventas de Madrid. Cortó las dos orejas y era el primer matador no europeo en salir en hombros. En ese momento, sin saberlo, este hijo de un fotógrafo callejero y una empleada doméstica ya estaba condenado.
En Bogotá, en la Plaza de la Santa María, su suerte también había cambiado. En 1986 el presidente de los taurinos Camilo Llinás, le pagaba USD 8.000 por corrida y después de salir tres veces por la puerta grande cobraba diez veces más por corrida. Los llenos eran rotundos. Fue la última época dorada de la Plaza de la Santa María.
Atrás habían quedado sus momentos trágicos como aquel 4 de noviembre de 1990 cuando en Palmira, Valle, Baratero, un toro bravo de la ganadería de Amabaló le corneo la femoral. Lo trasladaron al hospital San Vicente de Paul. La operación duró 2 horas 35 minutos. La hemorragia no paraba así que tuvieron que operarlo tres veces más. En el desespero le hicieron una transfusión sanguínea. Se recuperó, pero en 1992 descubrió lo peor: había sido contagiado de Hepatitis B. Tenía apenas 28 años y tuvo que decidir entre frenar una carrera que iba en ascenso o tratarse una enfermedad que podría ser mortal. Valiente hasta lo irracional el torero decidió seguir en el ruedo.
En 1999 César Rincón, a los 34 años, se quitó el traje de luces y decidió someterse al más violento de los tratamientos con unos efectos secundarios son terribles: caída del pelo, insomnio e intensos dolores de cabeza. Muchos pacientes no lo dejan sin concluir, pero Cesar Rincón torero conocía de sufrimiento.
De niño, para pagar su arriendo en el barrio Fátima por eso trabajó de todo: fue ayudante de ornamentación, hizo soldadura a los nueve años, ayudante de zapatería a los diez. No todo era trabajo, la familia sacaba tiempo los domingos para hacer paseos de olla o ir a la casa de uno de sus tíos en Fontibón, muy cerca del aeropuerto, a ver llegar aviones al Dorado.
Sin embargo, siempre quiso ser torero y a los quince, cuando ya era una promesa, con $ 10 millones prestados tomó rumbo España. Allá, cuando recién se asentaba, ocurrió lo peor. César Rincón toreaba en Miraflores de la Sierra, un pueblo cerca a Madrid. Cuando llegó al hostal donde se quedaba recibió una llamada de su papá: Su mamá María Teresa y su hermana Sonia habían muerto en un incendio en su casa materna cuando las veladoras del altar a la virgen en el comedor habían incendiado de la sencilla vivienda.
El dolor le dio el coraje para enfrentar cada tarde a cuanto toro saliera a embestirlo hasta coronar en Las Ventas de Madrid.
Las tardes de gloria son asunto del pasado. Hoy César Rincón vive entre sus fincas El Sinaí, de Albán, Cundinamarca, en Carmen de Apicalá, Tolima, y su hacienda en Santa Cruz de la Sierra en Madrid. Desde el 2010 es un respetable ganadero. En 1993 compró la ganadería de Las Ventas en ese lugar del país.
Además, compró una vacada de la ganadería El Torreón que pasta en Santa Cruz de la Sierra, en Cáceres, España. No sólo es un ex torero consagrado al que entre otros homenajes le han hecho pasodobles como el Cesar de los ruedos y ni hablar de la serie emitida y creada por RCN llamada Puerta Grande.
Pero, en tiempo en donde en redes sociales los jóvenes celebran como victorias propias las cornadas que se difunden de toros contra toreros, César Rincón es un defensor a ultranza de su arte. Ya cada vez ha tenido que cambiar su modelo de negocios y y adaptar su ganadería a un país sin grandes temporadas de toros como las del pasado. Sin embargo, no abandona su militancia en la defensa por la lucha por los derechos del toreo y tiene la esperanza de que el nuevo alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, le abra la puerta de nuevo a sus toros en el ruedo de la Santamaría.