Los sótanos de la avenida Jiménez, que están entre carreras Séptima y Octava, en pleno centro de Bogotá, y que están protegidos por una grandes rejas de color negro, siempre causan inquietud entre bogotanos y extraños que miran con desconfianza aquellas rejas que casi siempre están protegidas por grandes cadenas entrelazadas por un par de candados.
Muchos le temen a lo desconocido y no se arriesgarían a bajar las escaleras oscuras que se ven desde la calle. La historia cuenta que estos pasos subterráneos fueron construidos en 1.930, buscando activar la Bogotá subterránea. Allí se pusieron algunos locales comerciales como perfumerías, un par de restaurantes, locales de ropa y otros más negocios. Los subterráneos fueron usados por muchos bogotanos de la época, pero los negocios no despegaron.
Por muchos años estos subterráneos fueron abandonados a su suerte. Las cadenas y los candados protegían unas estructuras que se agrietaban con el paso de los años y el olvido. Abajo los pasadizos conectaban con salones acabados, que solo eran visitados por fantasmas que dicen habitaban entre aquellas oscuridades.
Hace unos años los subterráneos le fueron entregados por la Alcaldía a la Universidad Distrital, que lo arregló y lo puso a disposición de la facultad de artes. Los olvidados y ennegrecidos pasadizos y habitaciones fueron recuperadas y hoy son salones de clases de pintura, dibujo, teatro, música y danza. Abajo hay un teatro. Hay también camerinos y hay una gigante sala de baile y otra para proyectar películas.
Aunque abajo en los subterráneos hay vida y mucha actividad este punto de la ciudad sigue siendo un misterio y un lugar que causa temor para muchos que pasan todos los días por allí.