Una vida sin examen no merece la pena ser vivida
Sócrates
Me gusta, de vez en cuando, leer algo de filosofía para entender cómo los filósofos han respondido las preguntas que todos nos hacemos sobre la vida, la moral, la ética, la muerte. En estos tiempos hay ríos de información sobre tácticas para vivir mejor. Hay recetas para el ejercicio, para la espiritualidad, para el amor, para el desamor, para la comida. Hay aplicaciones sencillas y, relativamente, baratas que se usan en el celular para implementar esas tácticas. Ya hay toda una corriente que enmarca esta tendencia, el “life hacking”. Se trata de “hackear” los diversos asuntos de la vida para lograr mayor eficiencia en las acciones. Encuentro valor en muchas de estas tácticas: por ejemplo, en mi caso, con una sencilla aplicación de estas he logrado construir una práctica relativamente regular de meditación que me ha servido. Quizás aún más importante, con otra aplicación he bajado ya casi cien libros que he oído en tiempos que jamás habría podido usar para leer, durante la ducha, parado en un bus, con la luz apagada antes de dormir. Desde hace unos años ya, los mejores tiempos que tengo para leer oyendo son durante los partidos de fútbol: bajo el volumen, pongo un libro y veo el partido.
Es parte la solución y síntoma del problema; al tener el nivel más superficial de la mente ocupado en la imagen del partido, ocupo la mente más profunda en escuchar la narración. El problema, quizás, es la evidente dificultad de ocupar todos los niveles de la mente en una sola “cosa”, de ahí el intento de meditar y el foco en la respiración. ¿Qué motiva la práctica de la meditación?, Será eso justamente, ¿experimentar con un solo nivel de concentración total? En cualquier caso, algún rasgo de autenticidad en una búsqueda por mayor concentración pasa necesariamente por buscar mayor autoconciencia, explorar qué hay debajo del afán de los sentidos.
Algunas posiciones radicales (¿enfáticas?) aseguran que el acceso al conocimiento real, el propio y el externo, pasa por quitar de en medio cualquier barrera de teoría o, inclusive, del lenguaje. Acceder al árbol sin pensar en el árbol, sin llamarlo árbol. Supongo que, en contravía de ese camino, decía al comienzo, he transitado uno paralelo, que quisiera ver como complementario: leer algo de filosofía, muy básica, evitando perderme en las sofisticaciones en las que suelen caer muchas disciplinas hoy en día.
Llegué así a un libro Kieran Setiya, profesor de filosofía en MIT, En la mitad de la vida. Una guía filosófica. Lo encontré a la vieja manera, casualmente, caminando por una librería, vi una portada muy bonita por sencilla, de un vaso con agua - ¿medio lleno o medio vacío? -. Terminé comprándolo. Por eso que dicen que decía Sócrates, intentando examinar la vida -que en mi caso va llegando a ser la mitad de la vida-. Un amigo político me preguntaba hace unos días si creía que un trino que había puesto era un error: le pregunté, ¿qué pensó antes ponerlo?, respondió, No mucho. Ese fue el error, más allá del contenido del trino. La acción sin conciencia. Aunque se corre el riesgo, claro, de volverse rígido y condenar la intuición. Es un riesgo pequeño, dice inclusive Kahneman que tiene un nobel en estos asuntos: “Sin embargo, mi opinión general sería que no debes tomar tus intuiciones al pie de la letra”.
Vivir obsesionado por uno mismo,
por las preocupaciones y ambiciones propias,
es el camino perfecto para la infelicidad
Setiya da entonces algunas pistas, a manera de autoayuda filosófica, que me parecieron interesantes. La primera “regla”, ilustrada en la experiencia de John Stuart Mill, es sencilla: tiene que importarte algo distinto a ti mismo. Vivir obsesionado por uno mismo, por las preocupaciones y ambiciones propias, es el camino perfecto para la infelicidad. La segunda “regla” de Setiya, basada en reflexiones de Aristóteles, es: en el trabajo, en las relaciones, en tu tiempo libre, debes dejar espacio para actividades con valor existencial. Para Aristóteles, estas actividades giran alrededor de “reflexiones sobre la estructura del cosmos” y para Mill alrededor de la poesía y otras formas de arte. En términos generales, actividades para pasar el tiempo, jugar, descansar, leer, sin que tengan como fin mejorar o ganar algo en sí mismo. Basado en estas dos reglas, hay algunas lecciones interesantes que se desprenden. Primero, ante la sensación de pérdida, de deseos que no fueron realizados, Setiya sugiere que debemos abrazar nuestras pérdidas en contraprestación por estar vivos. Interesante: tenemos perdidas e insatisfacciones precisamente porque la vida, el mundo es un lugar lleno de elementos interesantes y eso muy bueno. Si no, sería aburrido.
Una de las sensaciones que más me ha interesado desde la adolescencia, que parece ya lejana, es la de la nostalgia. Más que la tristeza, más que la alegría. Setiya ofrece una buena reflexión sobre este punto: la nostalgia de caminos no recorridos – en su caso, haber sido un médico o un poeta y no un filósofo- suele ser una trampa, la de sentir que era mejor cuando uno tenía más opciones por el solo hecho de haber tenido más opciones. Al fin y al cabo, hemos vivido una vida y muy difícilmente podemos asegurar que otra vida habría sido mejor. Engañados por la nostálgica observación del pasado, podemos olvidar los padecimientos del momento pasado, la angustia y el vacío de no tener nada aún firme, de tener justamente todas las opciones abiertas. Haber recorrido un camino es tener unas historias y la certeza de haber actuado, con todos sus dolores. Haber vivido una vida es tener experiencias, relaciones, dolores, texturas que valen la pena valorar aún si -y esto es lo difícil- otras vidas pudieron haber sido mejores. La riqueza de la realidad concreta supera al ideal abstracto. Hay, sin embargo, una advertencia: mejor no obsesionarse sobre lo que pudo haber sido, “cuánto más sabes de lo que te estás perdiendo, mejor sabes cuáles habrían sido las alternativas y entonces más difíciles se vuelve dejarlas ir”. Olvídala, mejor, olvídala…
Por último, quizás para insatisfacción algunos, para el filósofo Setiya lo más importante es vivir en el presente. Sugiere que no nos enfoquemos tanto en las actividades “télicas” que apuntan a estado terminales, es decir que tienen un fin y encontremos sentido en las actividades “atélicas” que no apuntan a un final. Escuchar música, ver un partido de fútbol, estar con amigos, caminar con el perro. Son actividades finitas en el tiempo, pero no son proyectos por culminar. El problema de vivir alrededor de las actividades télicas es que terminan siendo autodestructivas: cuando el fin es terminar algo, paradójicamente, el logro -terminar- agota el valor de la actividad. El mundo actual nos presiona a terminar un proyecto solamente para empezar otro y no tenemos tiempo, muchas veces, de observar y disfrutar el proyecto. Escribir por escribir.
Ahí va pues, unas ideas elementales de mi propio examen. Que disfruten el de ustedes.
@afajardoa