Que el coronavirus cambiará el mundo, pocos lo discuten. Y que Trump lo ha ido cambiando también es indiscutible. Son esos dos problemas de la humanidad que se multiplican por la relación que tienen.
El manejo dado por Trump a la pandemia ha sido muy cuestionado y la ha costado políticamente el poner en entredicho su reelección.
Esto lo ha llevado a acudir a buscar ‘el enemigo externo’ para buscar apoyo interno y contrarrestar la caída ante la opinión pública.
Acciones como el asesinar con un dron al jefe de las milicias iranies, o como emitir una orden de captura internacional contra Maduro son actos de beligerancia que polarizan a favor del mandatario la intención de voto. Son provocaciones que pueden (¿intentan?) producir reacciones que vuelvan realidad un estado de guerra, que justifiquen acciones aún más drásticas contra esos gobiernos, y que levanten aún más respaldo en el electorado.
La animosidad contra Irán o contra Venezuela por parte de la ciudadanía americana no es muy latente porque casi en nada los afectan esos países. En cambio, China ha sido vista como un enemigo desde la época en que representaba el segundo peligro rojo en la época de la guerra fría. El crecimiento como superpotencia rival debe servir para lo que no se logró con esos otros países. Con las acusaciones y la amenaza de pedir indemnizaciones por el coronavirus se entra dentro de la misma línea, complementando la declaración de guerra comercial y los efectos negativos de la misma
Pero detrás de esto hay verdades que vale la pena hacer explícitas:
- Que sirve por supuesto también para ocultar el deficiente manejo de la pandemia. Trump reivindica como muestra de su diligencia el haber cerrado el acceso de los pasajeros que venían o hubieran pasado por China (incluyendo a los mismos americanos) desde el 31 de enero. Pero lo que se ha revelado es que la inmensa mayoría de los contagios llegaron de Europa (2 millones de viajeros entraron en febrero) y se multiplicaron exponencialmente en el interior porque lejos de tomarse alguna medida se abandonó cualquier otra acción hasta principios de marzo. Solo después de que 100 turistas que llegaron de un crucero por el Nilo resultaron todos positivos, y después de la ocurrencia de otras fuentes de contagio masivo como una reunión científica en Boston, el Mardi Gras de New Orleans, o un gran funeral público en Georgia, comenzó a tomar medidas, que, en palabras de la segunda responsable de los problemas epidemiológicos, fueron “demasiado tarde y se llevaron demasiado lejos”. Eso produjo que EE.UU. tenga hoy cerca de la tercera parte de contagiados del mundo y más de la cuarta parte de los muertos (siendo menos del 5% de la población mundial). Esto a pesar de supponer ser el país más avanzado y haber dispuesto más recursos para atender este problema que todos los de Occidente juntos.
- Que se enmarca también en un momento geopolítico de grandes cambios donde el primer afectado son los Estados Unidos. Los ataques del 11-S y el terrorismo interno, las diferentes guerras en los países islamicos y su falta de resultados, el avance económico y militar chino, la paulatina recuperación geoestratégica de Rusia, así como la crisis financiera de 2008 y su impacto social y político han golpeado el ego americano.
A lo que se ha dedicado Trump, con su característico estilo y probablemente sin hacerlo conscientemente, es a acomodar su país a las nuevas realidades.
Tiene por un lado manejar esa decadencia dentro del sistema internacional sobre el que sus antecesores presidieron, la cual ya no coincide con lo que los americanos entienden como su ‘destino manifiesto’ de gobernar al mundo.
Y por otro lado sortear esa situación en la que fue elegido para ‘volver a America grande otra vez’, de la cual dependen los votos para su reelección.