¿Qué tiene Carlos Antonio Vélez contra Pékerman ?
Opinión

¿Qué tiene Carlos Antonio Vélez contra Pékerman ?

Empezó a criticar antes de empezar el mundial

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junio 12, 2014
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No ha empezado el Mundial y ya algunos periodistas están hablando que lo mejor es que Pékerman no vuelva de Brasil, que pagar ese cuerpo técnico tan numeroso es muy caro y que la solución sería traer a Gerardo Martino, quien ya nos ha dicho dos veces que no, o darle la oportunidad a Juan Carlos Osorio, el exitoso técnico de Nacional.

La convocatoria, justa por lo demás, de Carlos Carbonero a raíz de la lesión de Aldo Leao Ramírez prendió las alarmas. Tanto Iván Mejía como Carlos Antonio Vélez han insinuado que el llamado del volante de River y de su compañero de equipo, Álvarez Balanta, obedecieron a un favor que le había pedido Pascual Lezcano a su suegro, José Pékerman, ya que el empresario argentino es el representante de estos dos jugadores.

Si bien ha sido un error por parte del seleccionador nacional mantener tan cercano a su yerno, los dos jugadores de River Plate se han ganado a pulso su llamado al equipo. Ambos tuvieron un semestre de ensueño con el elenco millonario ganando, después de doce torneos y un año en la segunda división, el título argentino. El volante bogotano fue, de lejos, la figura de la banda cruzada y su nivel actual es superior al de Macnelly Torres y al de Elkin Soto, quienes, para los Mejía y Vélez, debieron haber sido llamados ya que, a diferencia de Carbonero y Álvarez Balanta, estuvieron en todo el proceso de eliminatoria y en la lista de los 30 preseleccionados.

Pero el más punzante de todos en sus críticas es el siempre errado y disociador Carlos Antonio Vélez. Molesto porque Pékerman desde que llegó no le ha dado entrevistas exclusivas ni le ha soplado las alineaciones con anterioridad, como sucedía cuando los paisas estaban al comando del conjunto tricolor, el hombre con la voz de chicharra, se ha encargado de liderar una campaña de desprestigio contra el adiestrador argentino.

Acompañado de Mauricio Serna, el tosco volante central que despuntó en Boca pero que en la selección nunca pudo brillar y de Víctor Hugo Aristizábal, el hombre que con Sao Paulo destrozaba las defensas del Curitiba y Paysandú, pero que cuando se ponía la camiseta tricolor se transformaba inmediatamente en “el mejor delantero del mundo sin pelota”, el insoportable comentarista deportivo está haciendo presión para que vuelva Bolillo o alguno otro de su cuerda, porque quedó claro que para Vélez lo importante no es que Colombia gane sino que el técnico le entregue las chivas a él antes que a nadie.

Afortunadamente cada vez son menos los colombianos que le comen cuento al comentarista de jerga confusa que trama y fascina a los incautos. Para bien del fútbol colombiano sus mejores días pasaron ya hace rato. La mayoría del periodismo es consciente de que con Pékerman, a dos días del debut contra Grecia, vamos bien, a pesar de que las bajas de Falcao García, Aldo Leao y sobre todo de Edwin Valencia han mermado nuestro potencial. El entrerriano acertó al sacar al equipo del país y llevarlo a trabajar a Cardales alejado de la prensa y de los siempre inoportunos hinchas. “Don José”, como cariñosamente lo llama el peor comentarista deportivo de Colombia, no cometió los errores que tuvieron, en las tres participaciones de Colombia en los mundiales durante la década del 90, los dos paisas que condujeron el equipo, como a continuación repasaremos:

  1. No hubo polémica en la convocatoria: Semanas antes del Mundial de Italia sorpresivamente quedó excluido, en hechos jamás aclarados a la opinión pública, Albeiro Palomo Usuriaga, artífice de la clasificación de Colombia a un mundial después de 28 años de ausencia con su gol convertido a Israel en Barranquilla. Venía en gran momento de forma y su exclusión le significó a la selección perder peso en el ataque, aspecto que al final terminaríamos pagando muy caro.

En Estados Unidos la polémica vino por la tozudez de Maturana de mantener en el equipo titular a Gabriel Jaime Gómez, volante de marca, hermano de su asistente de campo y quien durante el torneo arrastró las piernas en la cancha por culpa de sus 35 años y del atroz verano gringo. En el banco quedaron esperando los jóvenes Harold Lozano, quien era figura en ese entonces del Palmeiras y Herman Gaviria. En el último partido contra Suiza, cuando el equipo ya estaba eliminado, el técnico sentó a Barrabás y metió desde el inicio al vallecaucano y al de Carepa. Colombia ganó dos goles por cero y, paradójicamente, los dos reclamados volantes convirtieron los goles de nuestra única victoria en ese Mundial.

Pero lo del 98 todavía da rabia. Iván Ramiro Córdoba, con apenas 21 años, terminó la eliminatoria como titular. Su buen nivel exhibido en el Atlético Nacional lo llevó al San Lorenzo de Almagro en donde no solo fue campeón sino que encandiló a los de Boedo con su rapidez y seguridad. Sin embargo, un día antes del debut contra Rumania, Bolillo decide sentarlo por meter en su lugar a Evert El chaca Palacios. El gol de la cobra Ilie fue por culpa del defensa del Chicó.

Los errores de convocatoria no pararon allí. Diego León Osorio, uno de los laterales más talentosos que vi en mi vida, no fue convocado al equipo. En su lugar se incluyó al intrascendente pero obediente José Fernando Santa.

  1. Los amistosos: Pékerman no se dejó manosear. Esta vez la Selección no fue un circo que se paseaba por los estadios del país a jugar contra trasnochados y enguayabados equipos europeos como sucedió en el 94, en donde se jugaron, escúchenme bien, ¡¡23 partidos de preparación!! Lo que ayudó a alimentar la mentira esa de que íbamos a ser campeones del mundo. La federación se tapó de plata mientras que los jugadores llegaron a Estados Unidos desgastados, distraídos y con un ego desmesurado.
  1. La disciplina en la concentración: Sería difícil imaginar a Pékerman haciéndole el cruce a Carlos Bacca para que se fuera a encontrar, a escondidas, con su vedette de turno, como sucedió en el 97, previo al decisivo partido contra Bolivia en plena eliminatoria, cuando Bolillo ayudó a escapar a Asprilla del hotel e irse de rumba con Lady Noriega, su novia de ese momento. En la concentración de los ultraprofesionales jugadores nuestros, ya no se ven prostitutas, periodistas o empresarios. El ambiente impuesto allí por Pékerman es el de un monasterio. De pronto eso es lo que extraña el doctor Vélez, el desparpajo del cual hacía gala Hernán Darío.
  1. La mentalidad: Antes del Mundial de Francia, Bolillo sacaba de entrada el paraguas. Sin jugar el Mundial nos había eliminado de entrada, recalcando que Colombia era muy pobre futbolísticamente y que ya clasificar a un Mundial era una ganancia absoluta. Su precario discurso se vio reflejado en el paupérrimo nivel que mostró el equipo en los tres partiditos que jugó. Ahora uno ve a un técnico al que no le da miedo decir que la obligación del equipo es, como cabeza de serie, ganar el grupo e intentar avanzar lo más que se pueda, eso sí, sin prometer cosas imposibles como una final.
  1. Ahora conocemos los rivales: Faltaba un día para que Colombia debutara contra Rumania en 1994. Un canal peruano se acercó al técnico Maturana y el periodista le preguntó al ilustre odontólogo cómo iba a contrarrestar al elenco dirigido por Anghel Iordanescu, el chocoano esbozó una sonrisa y sin sonrojarse aseguró “a nosotros no nos importa como juegan nuestros rivales, no me gusta mirar videos de partidos que ya pasaron, todos los partidos son diferentes. Lo que nos importa es como jugamos nosotros”, y así nos fue, Maturana paró a su lenta defensa en la mitad del campo, ignorando lo que todos los que veíamos fútbol europeo en esa época sabíamos: que Rumania era un equipo contragolpeador y en tres contragolpes los muchachos de Hagi nos dejaron sin Mundial. Hoy en día Pékerman tiene a un colaborador argentino con el que mira y analiza, con anterioridad, cada uno de los rivales con los que se va a enfrentar.

Todos estos aspectos, sumados al profesionalismo del que ahora hacen gala nuestros jugadores, alimenta la ilusión de lograr lo que para mí sería un Mundial de ensueño: caer en cuartos de final ante los anfitriones en un partido épico.

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