En la actual coyuntura histórica colombiana es inevitable acudir a la categoría de transición política para caracterizar el momento en que nos encontramos a raíz del triunfo electoral y el acceso a la presidencia de la república en el año 2022, del exsenador Gustavo Petro y del Pacto Histórico como la plataforma política que le dio soporte.
La transición política es una categoría con la suficiente capacidad teórica para interpretar y abarcar todos los fenómenos asociados a ese proceso que bien puede definirse como el intervalo entre una forma de régimen político y otro que se ofrece como una alternativa.
Gustavo Duncan en su interesante texto ¿Para dónde va Colombia? hace una incursión en esta problemática sugiriendo un contraste entre los 20 años de la hegemonía uribista y el horizonte que pueda dibujarse con la base discursiva y programática del presidente Gustavo Petro.
El prolongado dominio gubernamental del uribismo implicó (2002-2020) el afianzamiento del modelo neoliberal en la esfera de la economía mediante los procesos de liberalización del mercado, la privatización de las empresas estatales, la desregulación del trabajo y la apertura indiscriminada del comercio exterior con los Tratados de Libre Comercio, cambios que se reflejaron en la degradación de los indicadores sociales por el alza de la concentración de la riqueza y el agravamiento de la pobreza y la exclusión social, fenómenos que fueron acompañados con una profunda “ingeniería institucional” que implicó la remodelación regresiva del régimen político, lo que se reflejó en el ascenso del paramilitarismo, el auge de la parapolítica, la ejecución de los falsos positivos, el despojo de millones de hectáreas a campesinos pobres, el desplazamiento de 8 millones de campesinos, la generalización de la corrupción y el intento de prolongar el control de la presidencia de la república en cabeza de Álvaro Uribe, quien promovió la idea de un “estado de opinión” como forma iliberal de controlar el Estado.
Si bien la etapa santista (2010-2010) se ofreció como una ruptura de dicho modelo, especialmente por su política frente a las víctimas, el proceso de paz y los Acuerdos alcanzados con las Farc en el segundo semestre del 2016, la esencia del Estado y del neoliberalismo se conservó integralmente, pues la corrupción, el paramilitarismo -conformación de los urabeños y otros grupos neoparamilitares-, la libre empresa y la subordinación al poder global norteamericano, permanecieron inalterados.
El periodo de Iván Duque (2018-2022) fue el regreso a las bases puestas por el expresidente Uribe Vélez -en una versión grotesca y degradada-, colmando la paciencia popular, hasta dar forma a un “ciclo rebelde” (2019-2020) que derivó en una descomunal “explosión popular”, entre abril y mayo del 2021, que sustentó la movilización política y electoral del senador Gustavo Petro y del Pacto Histórico hasta alcanzar la derrota de las ofertas electorales de la ultraderecha.
El triunfo electoral de Gustavo Petro y su acceso a la presidencia de la república el 7 de agosto del 2022 implicó una fuerte ruptura con todo lo anterior, colocando en la agenda pública los elementos de una “transición política” que en principio se ve como incierta, pero que con el correr de los meses ha ido cobrando forma con diversas piezas y medidas que evidencian el contrapunto con el viejo régimen.
En ese sentido, me refiero a la conformación del gabinete ministerial con figuras asociadas al mundo popular; el significativo remezón en la cúpula militar heredada por Iván Duque, que implicó la exclusión de casi 60 generales del ejército y la policía involucrados en acciones criminales; al trámite y aprobación de varias leyes “progresistas” como la de Paz total, la tributaria con impuestos a los más ricos y el Plan de desarrollo; la aprobación del Acuerdo de Escazú; el impulso del reformismo agrario, mediante la adjudicación de las tierras de las mafias del narcotráfico incautadas por la SAE, a sindicatos y asociaciones campesinas, y el anuncio de compra de tierras para hacer efectiva la reforma rural integral del Acuerdo de paz con las Farc; la organización de la Mesa de diálogos y negociaciones con el ELN; la adopción -vía decretos- de varios Ceses bilaterales del fuego con las Farc EP que lidera Iván Lozada y la Segunda Marquetalia que lidera Iván Márquez, desmilitarizando los territorios y abriendo procesos de paz con estas organizaciones insurgentes; y el rescate del texto de los pactos de paz con las Farc de Rodrigo Londoño, especialmente en lo relacionado con los derechos de los reincorporados y la protección de sus vidas, y los ajustes innovadores a la política de sustitución de cultivos de uso ilícito con el programa de reconversión productiva.
Está en curso el “paquete social” antineoliberal con las reformas a la salud, laboral, pensional y judicial, cuyo contenido ataca el corazón del neoliberalismo iniciado por el expresidente Cesar Gaviria desde 1992 y afianzado durante los regímenes de Andrés Pastrana y Uribe Vélez, colocando las bases de lo que bien podría nombrarse como un momento posneoliberal.
Todas estas medidas se están dando en medio de una agria disputa con los sectores de la ultraderecha que han planteado un grave desafío a la estabilidad del gobierno, para lo cual están recurriendo al sabotaje parlamentario, a la guerra jurídica, a la presión en las Cortes, a la manipulación mediática y de las redes sociales con campañas plagadas de mentiras, a la estructuración de “golpes blandos”, al protagonismo político de prominentes generales y a convocatorias públicas plagadas de racismo con ataques enfocados en la señora vicepresidente de la república, Francia Márquez.
Así pues, hay una transición política en curso, que a mi juicio no solo debería ser interpretada dentro del marco analítico ofrecido por Guillermo O’Donnell en su amplia y sólida obra sobre las transiciones desde los regímenes autoritarios a la democracia liberal, con sus fases de liberalización para redefinir y ampliar los derechos que protegen a individuos y grupos sociales; la denominada democratización, que comprende aquellos procesos en que las normas y procedimientos de la ciudadanía son aplicados a instituciones políticas regidas con anterioridad por otros principios, o reforzadas de modo de incluir a individuos e instituciones que en el pasado no gozaban de tales derechos y obligaciones; y la fase de socialización, que O’Donnell denomina una “segunda transición” hacia la democracia social y económica.
Aunque en la visión de los actuales líderes políticos de izquierda colombiana nunca se ha planteado la actual transición como un proceso para suprimir el capitalismo y optar por el socialismo, si es pertinente considerar en nuestro caso las teorías planteadas por el marxismo (incluido el leninismo) sobre las transiciones -especialmente en la formulación de León Trotsky- para establecer la necesaria correlación entre un reformismo transformador y el acceso de los trabajadores al poder del Estado; un reformismo que implique replantear todo tipo de corporación -sindicales o estatales- para despojarlas de los reformismos pasivos que devienen en las derrotas de los movimientos populares y de los trabajadores.
Vista desde el marxismo, la transición debe ser más una estrategia que incorpore las metáforas de la guerra en el trámite de las disputas que asoman con los procesos sociales emergentes. Esa estrategia, por supuesto, implica la constitución del sujeto político de la transición que asuma las tareas correspondientes del movimiento histórico en curso, para trascender las incertidumbres y los miedos a una contra transición, que puede sobrevenir con esos giros sorpresivos que da la historia, como claramente ocurrió en el Chile de Salvador Allende o con el triunfo de Bolsonaro en Brasil, interrumpiendo la vía progresista de Lula.
Hay que estar advertidos, como lo indica García Linera, que las disputas que acompañan las transiciones bien pueden reflejarse en unos “empates catastróficos” con desenlaces violentos al no identificar oportunamente el denominado momento de bifurcación que plantea tanto la opción de la reyerta bélica entre los contendientes -a la manera de una cruenta guerra civil-, como la salida democrática y civilista al conflicto agravado con las clases que rechazan y obstruyen los cambios democráticos.
Bibliografía.
https://librerianacional.com/producto/para-donde-va-colombia 2022),
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-21472018000200009
https://www.laizquierdadiario.com/Sobre-el-Programa-de-Transicion-y-el-olvido-de-laestrategia
https://www.lostiempos.com/actualidad/opinion/20191110/editorial/empate-catastroficopunto-bifurcacion