¿Quién podría traernos los peores cuatro años de gobierno después de estas elecciones? Es una pregunta muy polémica, pero necesaria en estos momentos. Ahora bien, para mí, la respuesta no está solo en el nombre específico de un candidato. No será ni Gustavo Petro, ni Federico Gutiérrez, ni Sergio Fajardo, ni Rodolfo Hernández. Los peores cuatro años de nuestras vidas, como país, quizá los estamos sembrando ya desde ahora, con tanto odio, tanto resentimiento, tanta irracionalidad. No importa quién gane, el odio, la rabia, el miedo están ya enquistados, corren por nuestra sangre junto con los glóbulos blancos y rojos que necesitamos para sobrevivir. Así no, así no quiero vivir. ¿Y usted?
Somos, en fin, tan emocionales y tan poco críticos que además de dividirnos solamente entre "buenos" y "malos", ahora está de moda dividirnos entre "petristas", "uribistas", "fiquistas", "fajardistas"... Los de cada bando ven al resto como los malos del paseo, o los ciegos, o los sordos y la única forma posible de “conversación” es la de atacar al que piensa diferente con todo tipo de insultos. Uno entra a twitter y eso parece una batalla campal de improperios que van y vienen, algunos más virulentos que otros.
Estamos espantosamente divididos, triste y gravemente divididos, pero no solo por culpa de los candidatos presidenciales; en especial, no es solo culpa de Petro o de Uribe. No, ellos no son los únicos que nos dividen. Ellos plantaron las semillas del odio, de la sordera y de la des-unidad, pero nosotros nos hemos encargado de regarlas, alimentarlas y hacerlas crecer, cada vez más, cada día con más pasión.
Estamos divididos porque es parte de nuestra cultura, desde Bolívar y Santander, la que nos han inculcado desde hace muchos, muchos años. Una cultura desgastada en la que solo existen buenos y malos, católicos o cristianos y todos los demás, ladrones y honestos, conservadores y liberales, o, los de izquierda y los de derecha. Esta es una mirada demasiado estrecha de nuestra inmensa riqueza como nación. Una riqueza compuesta de una gran biodiversidad, pero también de indígenas sabios y afro descendientes cultos y alegres, de mestizos diversos, pujantes y solidarios, de gente buena.
Somos mucho más que una ideología, que grupos categorizados según unos adjetivos estigmatizadores. Tenemos la posibilidad de ser grandes, de hacer de éste un país mejor, pero preferimos engarzarnos en peleas infinitas, en lugar de construir. Así somos. Queremos a toda costa tener la razón y con frecuencia, pase lo que pase, digan lo que nos digan, de ahí no nos movemos.
Preferimos nuestras razones a reflexionar sosegadamente, o peor aún, preferimos tener razón a los abrazos, a los besos, a las charlas intelectuales o a una velada de guitarras y canciones entre amigos que piensan diferente. ¿Usted qué piensa?
En estos momentos de tanta tensión, no vemos que cada persona, aunque no la conozcamos más que por sus “post”, es más que eso, es decir, es más que una "ideología" o postura política que se exacerba cada cuatro años.
Cada persona es una historia que merece ser contada y escuchada, no importa si es antiuribista o antipetrista… La historia de cada uno tiene aristas más importantes, más bellas, más dicientes que esos adjetivos de moda, que, por el significado que encierran, llaman más bien a encender una guerra de pandillas, y no logramos ver que detrás de la máscara, de la rabia o del resentimiento, también hay alegrías y dolores.
Cualquier que salga elegido, lo más seguro, es que nos decepcionará y, eso sí, segurísimo, habrá muchos descontentos, otros a quienes les parecerá bien y celebrarán, y otros a los que nada les importe.
Quien quiera que salga elegido, montará finalmente el "show" según las circunstancias, según sus deseos y siguiendo el juego mezquino de la política (la política mal entendida). Quizá algunos más que otros, pero todos son iguales, hasta que no se demuestre lo contrario.
Así que, propongo, ingenuamente, que en lugar de esas etiquetas, nos pongamos todos la camiseta principal: la de ser orgullosamente colombianos. ¿No sería mejor?
Ahora bien, sin duda, debemos tomar un decisión, cada uno la que crea más sensata; igualmente estamos llamados (todos y todas) a participar en política, pero de manera proactiva y constructiva, desde la perspectiva de una democracia relacional participativa, buscando crear puentes en lugar de murallas.
Qué tal si mejor apostamos por la Concordia Nacional. Busquemos los acuerdos, más que las diferencias. Y que Dios nos guie en este momento decisivo de nuestra historia.