Una pregunta con algunas aproximaciones que, desde los últimos diez años, ha tenido intensos debates y una enorme bibliografía. Para explicarlo voy a retomar la explicación del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona: “El elogio del presente, que los medios de comunicación de masas ensalzan y las casas de subastas celebran como ámbito privilegiado del negocio, parece querer borrar el papel de la historia y situar el pasado reciente en la región incómoda de lo que no se deja valorar. Y el mismo museo es, tradicionalmente, el lugar de la valoración, de juicio artístico, de las jerarquías, incluso de la exclusión, términos poco atractivos hoy en día.
Todo el arte ha sido contemporáneo. La inscripción de las prácticas artísticas a lo largo de la historia las integraba en las relaciones de clientelismo entre artistas y poderosos. Desde el siglo XIX, y sobre todo a lo largo de la mitad del siglo XX, el artista busca otras maneras de vincular sus mensajes, de situarlos en el mundo.
Nuevos canales de trasmisión con los públicos masivos y anónimos, se crean en forma de museos de arte moderno y, desde los años sesenta, de arte contemporáneo. Porque lo que llamamos arte contemporáneo tiene poco más de cien años de historia y los museos dedicados a él, no más de medio siglo. Los museos de arte contemporáneo son, mayoritariamente, instituciones que cristalizan en el corazón de las urbes modernas y ese carácter ciudadano las define.
El museo basa su identidad en las rupturas. No institucionaliza el arte para adormecer su capacidad de cambio, sino que adquiere las condiciones de inestabilidad y reinvención permanente de sus valores; no defiende una definición estática de la belleza, sino que se dedica a poner obras y cuerpos en perpetuo movimiento. Porque, contrariamente a la idea de museo, el arte contemporáneo no produce cánones estables. El arte de nuestro tiempo está vivo y cambia muy deprisa, como cambia el mundo mismo y sus habitantes. Cada generación —y la nuestra no es una excepción— necesita reescribir las narraciones que nos conectan con el pasado y nos permiten imaginar el futuro… El artista nos conecta con otro artista; una obra nos conduce a otra obra. Unos hilos invisibles tejen tradición y ruptura, constancia y súbita innovación”.
En este contexto se realiza una exposición del venezolano José Antonio Hernández-Diez que recupera sus primeros videos experimentales, esculturas con monitores y videos, inspirándose en la noción de la imagen electrónica de fuentes como la literatura del terror y el romanticismo, el ilusionismo y los efectos especiales. Hernández –Diez trabaja el video arte y sus instalaciones a una forma de gótico electrificado.
Así es la cosa.
