En momentos de crisis económica y sanitaria (como la que vive el país), y cuando el desempleo alcanza cifras históricas, tener un trabajo y poder desarrollarlo desde casa resulta un privilegio y algo que agradecer. Sin embargo, esa no puede ser la excusa para que se vulneren derechos laborales o se pase por encima de la vida personal del trabajador, al punto de ser susceptible a múltiples afectaciones psicosociales.
Esto está sucediendo en muchas empresas y se está volviendo algo recurrente; por supuesto, está pasando en el caso de la docencia, sin llegar a generalizar, puesto que eso varía de la institución, si es pública o privada o si es trabajo tercerizado. Soy docente, comprometido con su labor, y aunque sé las dificultades que implica ejercer esta profesión en el país, valoro la profesión y la respeto, pero también sé que es cierto que la pandemia lo ha hecho más complicado para la mayoría.
En algunas instituciones se ha pretendido pasar la educación presencial a la virtual, así sin más, sin reflexión o condiciones, desconociendo la realidad y el contexto, tanto así que muchos profesores además de dictar clase virtual —que por más esfuerzo y dinamismo que incluya no será igual— y hacer sus respectivas planeaciones, les ha tocado responder con seguimientos personalizados, construcción de guías para los estudiantes sin conectividad, atender a los proyectos transversales que se llevaban en la presencialidad (ambientales, de participación, etcétera), asistir a reuniones, hacer actas, revisar cientos de trabajos, atender a padres de familia, preparar simulacros de exámenes, crear contenidos digitales, organizar celebraciones y conmemoraciones institucionales, hacer talleres, entre otras funciones, como si nada hubiera cambiado. Lo anterior se ha traducido en horas de trabajo que superan las acordadas, fines de semana, estrés y angustia.
La misma situación seguramente se amplia a otras profesiones o actividades.
La sobrecarga laboral en el teletrabajo es una constante por estos días, por supuesto se acepta porque nadie quiere perder su empleo ante la incertidumbre de lo que viene, pero so se intenta levantar la voz se hace presente la persecución, el silencio y las represalias de los empleadores, ya que si el tiempo no alcanza es por "falta de organización" o "porque no se pone la diez". Es decir, el trabajo se concentra en hacer, cumplir y entregar, sin pensar en los tiempos, no solo laborales, sino en los tiempos familiares y personales.
Ciertamente la educación virtual ha sido todo un reto para los educadores del país y estoy seguro de que la mayoría ha intentado seguir dando lo mejor con sus propios medios. Sin embargo, para que se logren los objetivos, no se puede pretender trasladar lo que se hacía en la presencialidad a la virtualidad, sencillamente es imposible.
La educación virtual tiene su propio lenguaje, requiere de una mayor comunicación y trabajo en equipo. No se trata de saturar al docente de trabajo, la virtualidad se debe gestionar sin sacrificarlo o a cualquier empleado en el camino. Específicamente, el trabajo del docente es propiciar el aprendizaje y no convertirse en un agente burocrático para llenar formatos o una maquina multitarea.
Urge en el país una regulación clara del teletrabajo docente por parte de las secretarías y el Ministerio de Educación, sobre todo en instituciones privadas. Por supuesto, esta regulación se debe ampliar a otras actividades y profesiones (solo hay que ver las denuncias en el Ministerio del Trabajo). La pandemia no puede ser la excusa para pasar por encima de los derechos laborales o un contrato, ni para maltratar los tiempos de vida de las personas. La vocación o el compromiso con el trabajo no pueden pasar por encima de nosotros mismos.