En una reunión en la que participé ya hace un tiempo con en la Defensoría del Pueblo, Seccional Bogotá, uno de los funcionarios explicaba que la entidad llamaba Autodefensas Gaitanistas al Clan del Golfo porque era aquel el nombre con el cual el grupo paramilitar se autodenominaba. No podían hacer otra cosa.
Una insólita respuesta al justo reclamo de quienes consideramos una afrenta para la memoria del líder popular, y para la verdad, el hecho de que el grupo criminal, antípoda de la ideología, el actuar y la moralidad gaitanista lleve su nombre con el propósito perverso de manipular a la opinión pública y de paso reclamar una identidad política que no tiene.
Alguien en la reunión preguntó, sin ocultar la sorna que, si una mujer o un hombre de dudosa reputación decidiera tomar como estandarte de su accionar reprobable la foto y el nombre de alguna de las madres o padres de los presentes, se le debería hacer el juego porque al fin y al cabo cada quien es libre de representarse como quiera.
Fue largo el trabajo para que el Gobiernoentendiera o aceptara que llamar gaitanista al grupo paramilitar era un exabrupto lógico y que el derecho al buen nombre debía prevalecer sobre la satánica iniciativa nominal de los dirigidos por alias Otoniel, recientemente extraditado a los Estados Unidos.
Fue así como en atención a las voces reclamantes verdaderamente gaitanistas el Gobierno optó por llamar al grupo terrorista Clan del Golfo. Pero todavía existen instituciones y grandes sectores de la prensa inconscientes de la tergiversación a la que se prestan, sin la mínima conciencia de la enorme figura de Jorge Eliécer Gaitán.
Dice la Corte Constitucional que “se atenta contra este derecho (el derecho al buen nombre) cuando, sin justificación ni causa cierta y real, es decir sin fundamento, se propagan entre el público, bien en forma directa y personal, y a través de los medios de comunicación de masas, informaciones falsas o erróneas o especies que distorsionan el concepto público que se tiene del individuo y que, por lo tanto, tienden a socavar su prestigio”
Gaitán es sin duda el personaje político más sobresaliente del siglo XX en Colombia. La campaña “por la restauración moral y democrática de la república” vibra aún como trasfondo histórico de la gran aspiración nacional de alcanzar la paz.
Su trasegar personal y político está en radical contraposición con la razón de ser y los procedimientos del Clan del Golfo. A nadie le cabe en la cabeza que Gaitán pueda ser el cerebro ideológico de un grupo narcoterrorista que se alimenta de la sangre derramada de los colombianos.
La extradición de Otoniel, a la cual el presidente Duque le hundió el acelerador para evitar que se conozca la verdad sobre el rol que jugaron ciertos sectores políticos, miembros de las fuerzas militares y algunos empresarios cercanos al establecimiento, cierra la posibilidad de resarcir a las víctimas del conflicto con el esclarecimiento de la verdad, lo que impide profundizar sobre las prácticas y hechos que constituyen una violación a los derechos humanos y el derecho internacional humanitario y las responsabilidades colectivas tanto del estado como de los grupos ilegales.
Y para el caso que nos ocupa, el derecho al buen nombre y la posibilidad de que el país reconozca un legado que viene siendo estigmatizado y perseguido desde la llegada del uribismo al poder.
El nombre para el clan tuvo que ser estratégicamente pensado. Su propósito, proveerlo de una fachada honrosa que cubriera el nefasto listado de crímenes que vendrían: narcotráfico, masacres, asesinatos, secuestro, extorsión, atentados terroristas, desplazamiento forzado, reclutamiento de menores, minería ilegal, delitos sexuales y contubernios políticos.
Y en los últimos días la ejecución de un paro armado que paralizó y llenó de terror grandes regiones del país. El ideólogo, o los ideólogos de la organización calcularon que enarbolar a Gaitán como fachada podría servir para ser reconocidos con el estatus de beligerancia frente a una probable desmovilización negociada con el gobierno.
La jugada hace parte de la lógica uribista en medio de la cual se ofició al usurpante bautismo. Desde su llegada al poder Álvaro Uribe inició una feroz persecución al gaitanismo. En esa campaña liquidó el instituto que proyectaba el legado del líder popular y entregó la Casa-Museo Gaitán a la Universidad Nacional, que hasta hace poco la venía haciendo trizas.
En este ambiente surgieron las autodefensas que tomaron el nombre de Gaitán. La idea de refundar la patria incluyó también la refundación de la memoria. Y los más zorros no desaprovecharon para ponerla al servicio de la narcodemocracia.
Pero la dignidad de los líderes y lideresas que consagran su existencia y sacrifican sus vidas en favor de la causa social o ambiental es una impronta difícil de borrar. Las biografías y el legado de las mujeres y hombres que a diario caen en nuestra tierra hacen parte de nuestro gran patrimonio, que aguarda su momento para florecer.
Me gustaría que Otoniel leyera esta nota y que, en algún momento, ojalá más temprano que tarde, desde su celda norteamericana, cuente las verdades que reclama la sociedad colombiana. Y que en sus declaraciones delate, con relación a la idea de designar gaitanistas a los paramilitares, quién dio la orden.