Colombia es de los países en los que se practican más cirugías estéticas, y escuchando con atención al psicoanalista en una cátedra de interpretación del cuerpo, me comprometí a publicar esta columna para no olvidarme lo suficiente. Pido perdón en caso de omitir en mi resumen los arabescos descriptivos típicos de un maestro experimentado.
Resulta que las mujeres -en general las que más pasan por el quirófano- tienen una identificación al menos parcial con la figura materna desde la que generan representaciones conflictivas, imágenes que Freud denominaría “parcialización del cuerpo”, es decir, son personas que tienden a ver su cuerpo fragmentado o incompleto. Por si fuera poco, respecto a la relación con el padre, el psicoanálisis diría que es tal ausencia la que causa dificultad en la instauración de la ley y la prohibición del deseo en la hija, haciendo de ella sujeto en conflicto con la asimilación de la norma.
Por lo tanto, los padres cumplen un papel determinante en la construcción femenina y en la sexualidad, puesto que la aceptación o desaprobación de la madre sobre el cuerpo, sumado al consentimiento del padre, son formas primarias como la niña se concibe a sí misma. Aunque parezca difícil de creer, sea porque escuche una palabra positiva como “reina” o desvalorizante como “flaca” el cuerpo se construye en interacción con los padres y posteriormente con la pareja. Pero no solo la palabra sino el lenguaje sensorial determina ciertas experiencias, por ejemplo: “una nalgada de exaltación de la cola” o “una burla a los pechos nacientes”. Entonces es en el otro donde la mujer o el hombre, son afectados en la construcción de una imagen de su propio cuerpo dando como resultado la inconformidad con algunas partes como la nariz, glúteos, abdomen entre otras.
Alguien que se somete a una cirugía estética dirá que el tamaño no es adecuado para su estatura, o que no le gusta su imagen frente al espejo, o simplemente se mueve entre conformismo e inconformidad. Todo apunta a un imaginario sobre el propio cuerpo que no se puede desligar de la persona y su historia, y en tanto es una imagen que produce inconformismo requiere ser resuelta desde la construcción de otra imagen, una que lleve a desmarcarse de la vista del espejo. Esto es lo que algunos terapeutas llaman conflicto entre cuerpo-visto y cuerpo-vivido, el primero responde a la imagen inconsciente y el segundo al esquema corporal, al estar en discordancia, ambos definen las elecciones estéticas.
Tal discordancia entre realidad e imaginario típica de la histeria según Jacques Lacan hace que nazca en la persona una tendencia a posicionarse como objeto de deseo, que en el caso de las niñas se asimila como la necesidad de adoptar características seductoras desde muy temprano para alcanzar un objeto de satisfacción. Para algunas mujeres que se someten a una cirugía estética, ser objeto de deseo entra en conflicto con el temor al encuentro genital, es una contradicción entre la necesidad sexual y la repulsión por la sexualidad. Sin embargo, siendo el cuerpo expresión del ser, la inconformidad respecto al ideal corporal lleva a ajustarse a los estándares sociales de belleza.
Bastaría ver fotos de las chicas águila para saber cómo es este ideal de belleza, sin defectos y erotizado en el que muchas personas desean incluirse a toda costa y coste. Quienes persiguen el arquetipo de belleza actual en un quirófano, permanecen en deuda consigo mismos, porque su insatisfacción se ampara en el deseo inacabado de llamar la atención de ese otro que confirma su narcisismo.
Una cirugía, aunque puede mejorar la autoestima, no suprime la preocupación por verse atractiva para ser reconocida y amada, este es tema de imperativos culturales del que no hablará el cirujano desde un sentido estético al referir únicamente faltas cosméticas, él nunca se referirá a faltas constitutivas que esconden una cruel contradicción entre el miedo para exhibir el cuerpo y el deseo de mostrarlo.