Al leer la reciente entrevista del presidente Santos con María Isabel Rueda en El Tiempo, parecería que nada lo desvela porque se ve muy seguro de su reelección. Eso sí, por primera vez tiene rasgos de humildad o menos triunfalismo frente a los resultados de su actual gobierno. Pero al observar los datos de las elecciones parlamentarias, varios hechos deberían desvelarlo, unos más y otros menos. Para cualquier analista independiente, lo sucedido el 9 de marzo genera muchas preocupaciones no solo para quien está en la Primera Magistratura del país sino aún más, para quien quiere seguir en el poder.
La palabra con que se podría calificar la actitud de la población colombiana frente a estas elecciones es desidia. Las cifras son contundentes: de un potencial de sufragantes de 32.835.856, votaron realmente 14.310.387 personas, el 43,58% del total. Una abstención del 56,4% y como si fuera poco, 2.328.182 fueron votos no marcados y nulos. Poco interés porque la mayoría no acudió a las urnas y otros fueron sin real voluntad de generar cambios. Estas cifras sumadas al voto en blanco, cerca de 800.000, reflejan una verdad de a puño: al grueso del país no le importa el Congreso de la República, no cree en la política y se siente al margen del debate que debería ser lo más importante para la vida de los ciudadanos. Pero esta desidia no parece trasnochar al presidente.
Tampoco parece que le preocupa lo costoso que se ha vuelto el ejercicio de la política en Colombia. Y no solo es el gasto de quienes pretender ser elegidos sino lo que le cuesta al Gobierno y por consiguiente al país, conseguir "decorosas mayorías". Una pregunta necesaria es cuánto significó la famosa mermelada, en términos de asignación de partidas presupuestales con las cuales se construyeron mercados en donde estos cupos fueron comprados descaradamente por algunos de los llamados ganadores. Lo peor es que algunos de estos exitosos mercaderes de la política pertenecen a esa oscura clase política que sigue teniendo una representación vergonzosa en el Congreso de la República. Tampoco esto le quita el sueño al presidente Santos. La depuración de la política colombiana no está en su agenda de hoy ni en la del futuro.
Pero conociendo al presidente Santos y la importancia que le da a su imagen lo que sí lo debe empezar a desvelar, es quién le impondrá la banda presidencial el 7 de agosto próximo, cuando, según él, se convierta por segunda vez, en el nuevo mandatario de la Nación. ¿En qué se basa este supuesto? Si el partido de la U sigue conservando el primer lugar en las votaciones pasadas —además, es su partido—, asumiría probablemente la Presidencia del Congreso de la República, el senador de la U con la mayor votación. Por esas tristes casualidades de la vida, el presidente Santos sufrirá en carne propia el efecto búmeran de la mermelada que repartió el Gobierno. Resulta que ese personaje es nada menos que Musa Basile, quien obtuvo 145.402 votos. Forma parte con el otro senador cordobés Ñoño Elías, de la cuestionada dupla que apostó, cada uno, 100 millones de pesos al que sacara más votos.
Pero si esta posibilidad le quitaría el sueño a cualquiera, la alternativa posible debe ser igualmente inquietante para el presidente Santos. Si en el reconteo de votos le aparecen al Centro Democrático los 200.000 que dicen haber perdido, quedaría como el ganador de estas elecciones y por lo tanto sería nada menos que el senador Álvaro Uribe quien tendría la responsabilidad de colocarle la banda presidencial al nuevo mandatario, que según el actual presidente sería, él. La pregunta es a quién incomodaría más la situación, a Santos o Uribe. Quién tenga la respuesta acertada se ganaría el millón no ya de pesos sino de dólares, que se merece esta respuesta si acierta.
Bogotá, Marzo 17 de 2014
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