Es posible que haya usado este título en otra oportunidad, en todo caso no reciente ni con un tema semejante. Pasa que en mi casa, “qué culpa tiene el tomate” es una expresión del diario desde que yo era niña y mis hermanas mayores, mientras usaban el secador de pelo, entonaban a todo pulmón esta estrofa: Qué culpa tiene el tomate/ si está tranquilo en la maaata/ y llega un gringo hijueputa/ lo mete en una caja/ y lo manda pa’ Calcuuuta… Me fascinaba. Por la palabreja prohibida, en primer lugar —“cuidadito con repetirla delante de los papás”, me advertían—, pero también por la música y porque era canción de gente mayor. Si la cantaban mis heroínas preadolescentes…
“Qué culpa tiene el tomate” no pude evitar soltarlo cuando vi la foto de los tres ideólogos de @tomatepartido (no es lo mismo un tomate partido que un Partido Tomate) entrevistados por María Jimena Duzán esta semana, en Semana. Sentados, entrevistados y entrevistadora, alrededor de una mesa, cada uno de ellos con un tomate al frente, en lugar de un smartphone y en la mitad, a manera de centro de mesa, otros tres tomates relucientes, recién salidos del supermercado. Lo sé, porque de todas las ofertas de tomates que hay, los utilizados por los jóvenes del tomate partido para posar son los que siempre compro porque duran mucho en la nevera. Se llaman “de larga vida” y mi mamá dice que quienes saben de cocina, saben que no saben a nada. Mala cosa, pienso, que sean precisamente esos, y no otros, los tomates escogidos por los fundadores del nuevo movimiento político-ciudadano.
Si al tomate que está tranquilo en la mata se le pudiera preguntar qué prefiere, entre empacar maletas para Calcuta o aceitar maquinaria para la política, ¿qué contestaría? No lo sé, pero sospecho que se lanzaría a una muerte segura, botándose de la rama. Sin que quiera decir con esto nada distinto a lo que digo. Es refrescante que en medio de la cloaca verbal en la que se ha convertido la controversia política colombiana —ya se encargará la Historia de cobrarles a los dirigentes irresponsables su responsabilidad en el deterioro del carácter nacional, y en las pésimas consecuencias que sus actitudes camorristas y electoreras puedan dejar—, se exploren posibilidades que intenten canalizar el sentir de la gente corriente, tan alejado del cual parecen estar los cazavotos tradicionales. Y que se haga la tarea con oportunos golpes publicitarios —asesoría en esta materia sí que deben tener— como los que están haciendo por cuenta de los indefensos tomates y de los hastiados ciudadanos.
En la página de Facebook del nuevo partido apareció hace poco una breve justificación a manera de manifiesto: “Un Partido que se lo tome la gente requiere que aquellos que lo fundaron entiendan que el partido no es de ellos y no les pertenece. Cuando iniciamos este movimiento prometimos que no íbamos a ser candidatos ni protagonistas. (…) Esto nos llevó a rechazar todo tipo de entrevistas públicas. Sin embargo, muchos nos han pedido que demos la cara. Para responder a esta petición (…) hemos tomado la decisión de dar entrevistas a algunos medios escritos (…)”.Está bien, no es necesario que den explicaciones no pedidas, solo por querer mostrar los rostros y los nombres como debe ser —si la vocación no está en la clandestinidad—, para recoger firmas que les permitan participar en las legislativas de marzo del año entrante.
Están en el momento de hacerlo, además; si tuviera la edad de los entrevistados de marras, es muy probable que me parara frente al retrato de Gaitán y con un tomate en la mano alzada gritara a voz en cuello: “¡Yo no soy una mujer, soy una tomata!”. (Para no despertar suspicacias en Angelino Garzón o en Piedad Córdoba o en Nicolás Maduro o en “millonas” de personas que reivindican la igualdad de género entronizando una “a” al final de las palabras). Lo que pasa es que una vez se pasa el límite de los cuarenta, la duda urticante frente a todo y todos reemplaza el candor de creer que por el hecho de defender “una sociedad de ciudadanos libres y una sociedad de ciudadanos felices” —el anhelo general—, con la ayuda de las redes sociales se va a lograr un conglomerado sólido, cimentado en una plataforma filosófica que le dé consistencia y permanencia en el panorama colombiano. Es que las multitudes que se forman alrededor de una emoción duran lo que dura el aire que las infla; luego…, vacías. Cumplen su cometido, sí, y con eso tienen justificada su existencia —los indignados, las primaveras…—, pero se cansan; son perecederos. Bueno, a lo mejor este no.
COPETE DE CREMA: La agrupación en ciernes tendría que llamarse, pues, Partido del Tomate de Larga Vida. Insípido —si nos atenemos al concepto gustativo de mi mamá— y duradero. Caso en el cual siempre existirá el peligro de que cualquier Roy Barreras se le acerque y lo marchite. (Ejemplos de agrupaciones que han salido frescas de la huerta y al contacto con la realidad se contaminan, tenemos varios). Qué vaina. Lo que soy yo, sigo prefiriendo el tomate, de la mata a la mesa. Con aceite de oliva y sal. Mmmm.