Mientras el vecino país se sumerge en una férrea dictadura cada vez más firme y violenta, las guerrillas y los paramilitares parecen tomar ventaja de lo que parece ser el santuario de criminales más grande de la historia.
Desde que los movimientos revolucionarios comenzaron a tomar fuerza en Colombia, a mediados de los 50, el país vivió épocas de extrema violencia, seguido por la enfermedad del tráfico de estupefacientes, que no sólo generó un atraso importante a la nación, sino un estigma que hasta el día de hoy mancha a los colombianos en el exterior.
El país vivió épocas muy duras intentando combatir a los insurgentes de las FARC, a lo que también se le sumaron conflictos diplomáticos con Venezuela y Ecuador durante el último mandato del presidente Álvaro Uribe, como resultado de la Operación Fénix, y a inicios del mandato del líder uribista Iván Duque, con la rebelión de Iván Márquez y su "Segunda Marquetalia".
Las tensiones entre Colombia y Venezuela también se han visto deterioradas por factores políticos ajenos al conflicto, como el reconocimiento de Juan Guaidó, pero viene un factor resultante al mismo tiempo, pues el gobierno asegura —tras un montón de pruebas fehacientes— que la guerrilla del ELN y algunos disidentes de FARC residen en el territorio venezolano. Varios testimonios y documentales periodísticos dan pie a la teoría de que, incluso, reciben apoyo del cuestionado presidente Nicolás Maduro con cajas "Clap", que incluye comida subsidiada exclusiva para venezolanos afectados por la crisis humanitaria.
El reclutamiento de venezolanos también se ha hecho muy frecuente en los débiles estados fronterizos de la República Bolivariana, como el Zulia, Táchira y Apure. Dando pie a un aumento significativo de milicianos en las filas de ELN, EPL y disidencias FARC. El recrudecimiento de estas guerrillas ha generado consecuencias palpables en los últimos años y meses: ataques terroristas cada vez más sorpresivos y el reciente paro armado anunciado a todas luces y que ha llegado a zonas en donde estas guerrillas no tendrían presencia significativa, generando pánico e incertidumbre.
Levantar un alto y sólido muro de concreto con alta tecnología en entramados puntos de vigilancia en los sectores más calientes del conflicto armado, como en los departamentos de Arauca, Norte de Santander y ciertos tramos de La Guajira, generaría por fin una barrera física para aquellos grupos insurgentes y contrabandistas que diariamente cruzan la frontera de forma ilegal en ambos sentidos.
Todas estas medidas permitirán a Colombia forjar una mejor relación con el vecino país, permitiendo así facilitar el compromiso de ambos a cooperar en la lucha contra el narcotráfico y los grupos armados. Queda en manos de la iniciativa de los ciudadanos y políticos del país levantar a voluntad un muro para frenar la guerra, el hambre y la muerte que agobia a millones de personas.