¡Qué chévere es morir de sobredosis a 2.600 metros más cerca de las estrellas!

¡Qué chévere es morir de sobredosis a 2.600 metros más cerca de las estrellas!

Hay que garantizar que no les falte nada, mantenerlos bien pepiados; que forniquen y se llenen la panza con los mejores manjares de la gastronomía criolla

Por: Carlos de Urabá
marzo 31, 2022
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¡Qué chévere es morir de sobredosis a 2.600 metros más cerca de las estrellas!
Foto: Cortesía

¡Uy! Colombia es un destino bien bacano, es un país muy alegre que nos invita a la recocha y el relajo. Y como los gringos lo saben de antemano cueste lo que cueste vienen a disfrutar de los placeres prohibidos.

Y para que se sienta como en su casa se les recibe con todas las de la ley: Welcome to Colombia! a la orden, my friend, ¿what do you want? pida pues, mijo; aquí se encuentra lo bueno y lo rico, míster, le tengo merca de la mejor y bien surtida.

Esto es como frotar la lámpara de Aladino pues al instante sale el genio a cumplir todos sus deseos. Satisfaction, my friend. En especial, hay que garantizar que no les falte nada, que se sientan a gusto, complacerlos en todo, mantenerlos bien cebados, drogados o pepiados; que forniquen y se llenen la panza con los mejores manjares de la gastronomía criolla e internacional. Acolitados por sus parceros y en compañía de atractivas damiselas se sumergen en una realidad paralela donde reina la bohemia y el desenfreno. Qué sabrosa es la vida en Colombia todo el día de rumba, trago, droga, sexo y rock and roll.

Este es el paradigmático caso del famoso baterista Taylor Hawkins de la banda de rock Foo Fighters (incluida en al salón de la fama del rock and roll el año 2021) que fue hallado muerto hace unos días en un lujoso hotel de Bogotá.

La Fiscalía confirmó que en su cuerpo encontraron 10 sustancias psicoactivas, una “sopa tóxica” entre las que cabe destacar: marihuana, antidepresivos, opioides, benzodiacepina (para calmar el estrés y la ansiedad), con rastros de heroína, alcaloides (ese polvito blanco tan rico).

Es decir, su cuerpo más bien parecía un laboratorio químico. Al hacerle la autopsia en medicina legal se dieron cuenta de que su corazón pesaba más de medio kilo (el doble de una persona normal) ¿cuánta droga se habrá metido este genial músico a lo largo de su vida? Eso tendríamos que medirlo no en kilos, sino en toneladas. Este es el mejor ejemplo para la juventud colombiana y mundial: envíciense y dróguense sin compasión que la vida es muy corta y hay que exprimirla al máximo.

Mientras el Gobierno nacional lanza a través de los medios de comunicación las consabidas campañas antidroga para intentar prevenir las adicciones especialmente entre la juventud: “las drogas pueden cambiar tus planes: ¡Métele mente y decide!”

El gringuito Taylor hace caso omiso a ese tipo de prédicas pues él habita en el Olimpo. ¿A ver quién se atreve a condenar su inapropiado comportamiento? Nadie. Porque él pertenece a la raza superior anglosajona ante la que se tienen que postrar de rodillas los súbditos chibchas, calimas, motilones, quimbayas o caribes.

Tenemos que reconocer que para estimular sus grandes cualidades artísticas ha tenido que experimentar con quien sabe cuántas sustancias psicotrópicas. Este es el alto precio que ha pagado por ser el excelente baterista de una de las bandas de rock más importantes de todos los tiempos.

Todos sus deseos son órdenes Mr. Taylor Hawkins, el millonario baterista empeñado en abrir nuevas rutas a su mente y alcanzar el nirvana. Porque por encima de todo hay que respetar la libertad individual de las personas, que cada quien haga lo que se le venga en gana, eso sí, según el poder adquisitivo de su tarjeta Visa Gold Macro.

Además, “si yo quiero meterme cien rayas de coca en una noche loca, ese mi problema”; el Estado de derecho defiende la libertad individual y quien lo impida es un tirano opresor. Así funciona este sistema capitalista perverso y degenerado.

El famoso festival Estéreo Pícnic reúne cada primavera a miles de personas ansiosas por experimentar el orgasmo cósmico del rock and roll. La entrada cuesta nada menos y nada más que 500.000 pesos. Dinero que servirá en buena parte para patrocinar los vicios de las estrellas invitadas. Estéreo Picnic también es una reputada escuela de drogadictos agringados mascachicles.

Y es que es imprescindible trabarse con estupefacientes para entrar en trance y volar sin límites por las cumbres más altas de la cordillera andina. Por eso hay que consumir a la lata el perico, la nieve, el bazuco, la mota, el fentanilo, los opiáceos, el LSD, la heroína y las metanfetaminas.

Uno de los invitados especiales era el gringuito monito, mechudito, blanquito de Taylor, uno de los mejores bateristas del mundo, según los entendidos; y claro, sus parceros contactaban los jibaros VIP que le surtían la mejor falopa, el perico, marihuana, anfetaminas o heroína que pedían por WhatsApp y se lo remitían a domicilio exprés como si se tratara de una orden de pizza o de hamburguesa.

El gringo estaba carburando y hasta se puso arrecho exigiendo una peladita bien pomposa que lo pusiera a guarachar. De repente, mientras se retorcía de éxtasis y entre carcajadas perdió el sentido y se estrelló de jeta contra el piso haciendo añicos su sueño psicodélico.

Noqueado mortalmente su mejor actuación llegó al final, el último asalto del famoso baterista se llevó a cabo en el lujoso hotel Casa Medina de Bogotá, cuya pieza más barata cuesta 400 dólares la noche. ¿Pero cómo es posible que se tolere esta vagabundería en un país en crisis plagado de pobretones y hambreados? No obstante, al finado Taylor se le perdonan todas sus travesuras pues pertenece a una raza superior anglosajona virtuosa y genial.

Por lo menos que sirva de consuelo el que haya muerto por sobredosis a 2.600 metros sobre el nivel del mar ya muy cerca de las estrellas. Ahora se ha convertido en una supernova que brilla fulgurante con luz propia en el firmamento del rock.

Seguro sus incondicionales le construirán al eximio baterista un santuario coronado con una estatua a cuerpo entero de bronce. Los peregrinos llegados de los cinco continentes le pondrán velitas y ofrendas al nuevo santo del rock, al gringuito, monito, blanquito, la mismísima encarnación de nuestro señor Jesucristo. A orar, hermanos, arrodillados ante el altar mayor, enmariguanados y encocados como homenaje a ese ángel caído. Ni drogadicto ni delincuente sino todo lo contrario, un auténtico mito, un héroe amado y glorificado.

El universo de la música llora la pérdida del estratosférico baterista que tanto ha hecho vibrar a millones de fanáticos en el planeta tierra. A sus devotos no les queda otra que esnifar y pincharse las venas para anestesiar tanto dolor y tanto sufrimiento. Que nuestro ídolo Taylor se haya inmolado en nuestra patria es algo que debe llenarnos de orgullo.

Esta es la mejor propaganda para reafirmar ese lema de la Corporación de Turismo que dice: “Colombia, el riesgo es que te quieras quedar”. Y en este caso tieso y hecho un fiambre, pero valió la pena tanta gozadera. Colombia le rinde homenaje a Mr. Taylor, estamos de luto, las banderas a media asta y en las afueras del Hotel Casa Medina su fanaticada le enciende velitas y le regala ositos de peluche y corazoncitos de peace and love.

Si es que al fin y al cabo los muy soberbios se creen que están por encima del bien y el mal.  Son alabados y glorificados por sus locuras y desvaríos.

Ni punto de comparación con un ñero patipelao, un pirobo de esos que abundan por las calles bogotanas rebuscándose la vida entre la basura, manadas de parias que consumen alcohol metílico, bazuco de tercera y pepas adulteradas y que en cualquier momento aparecen muertos en los muladares o caños de aguas negras.

Para la sociedad no son más que ratas apestosas, hampones, alcohólicos y drogadictos que merecen ser exterminados de la faz de la tierra. Los cadáveres de esos desechables ‘N.N.’ los devorarán las aves carroñeras o serán revendidos a los hospitales universitarios para que los estudiantes los descuarticen en sus prácticas de fin de curso.

Mientras el cuerpo incorruptible de míster Taylor ha sido bañado en agua bendita, embalsamado meticulosamente y vestido con sus mejores galas para colocarlo con toda delicadeza en un ataúd de caoba y así remitirlo en un avión privado a su tierra natal.

Allí se oficiará sus honras fúnebres a las que asistirán sus familiares, amigos y admiradores que como es habitual en estos casos se dedicaran a emborracharse, meter heroína, marihuana, coca o LSD para sobrellevar el penoso duelo. Rest in peace my friend.

Seguro que su manager inventará alguna argucia o estratagema para limpiar su buen nombre: aquí no ha habido ningún asunto de drogas, dejen de especular porque lo que sufrió Taylor fue un ataque al corazón. Lo demás son puras fake news.

Este es otro caso más que nos demuestra que la lucha contra las drogas está condenada al fracaso. Que si el Plan Colombia o el Plan Patriota y los EE. UU. invirtiendo durante décadas y décadas más de 10.000 millones de dólares en la guerra contra el narcotráfico; más represión, persecución y bombardeos para desmovilizar los carteles, encarcelar a sus cabecillas, combatir a los guerrilleros y paramilitares.

La estrategia es aniquilar, matar, torturar, destripar a los delincuentes. El resultado es un satánico genocidio que ha dejado miles y miles de muertos, heridos, desplazados, encarcelados, pueblos destruidos, huérfanos, viudas y pobreza endémica. Y mientras los gringos disfrutan de sus viajes astrales y cósmicos a bordo de sus cohetitos impulsados por drogas blandas y duras; coca, LSD, heroína, éxtasis anfetaminas, afrodisiacos, calmantes o antidepresivos que alivien la angustia existencial.

Son millones de consumidores en EE.UU. Europa y en occidente en general, sociedades enfermas, esclavas del alcohol o las sustancias psicotrópicas con las que intentan exorcizar esos fantasmas que les corroe el alma.

Hollywood con sus películas se encargará de criminalizar a los asquerosos latinos, depravados narcotraficantes que quieren enviciar a la sociedad norteamericana ingenua e inocente. El culpable es el productor y no el consumidor que desesperadamente lo demanda y paga a puñados de dólares.

En conclusión, los más tenaces enemigos de los colombianos somos nosotros mismos.  Nosotros hacemos el trabajo sucio.  A los gringos verdaderamente solo les interesa sacar grandes dividendos que deja el negocio del narcotráfico que es uno de los más productivos de la historia moderna.

Y para colmo, los colombianos son los que cargan con la mala fama, llevan el estigma marcado en la frente. Cuando viajan al exterior y presentan su pasaporte en cualquier aduana del mundo, inmediatamente son retenidos pues se les considera hijos de Pablo Escobar.

Entonces, son interrogados, humillados, empelotados, manoseados y hasta violados por los aduaneros que impunemente los someten a la terrible prueba del tacto vaginal o rectal ¡a ver cuántas cápsulas de látex y condones te has tragado, colombiche!

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