El calor derrite todo a su paso, incluso la ilusión de un poco de brisa fresca que haga posible dar el próximo paso bajo este sol que no es sol sino castigo. Este es el paisaje a mediodía: te derrites por dentro y por fuera. Sientes esa gota de sudor bajando por tu cuello buscando afanosamente tu espalda para esconderse del clima del fin del mundo a la sombra de tu camisa. Todo inmóvil. La única caricia que recibes es la de la radiación, piensas, mientras envidias la falsa manga con que el taxista cubre su brazo izquierdo y previene el bronceado desigual. Sientes la acera humeante. Te asfixias y sabes que no es por culpa del cigarrillo o el sobrepeso. Tu no fumas ni tienes sobrepeso. Lo que tienes es la agonía de un desierto que avanza contigo vayas donde vayas porque hoy es día de récords: dicen que nunca marcó tan alto el termómetro de tu ciudad desde que inventaron eso de medir la temperatura en las ciudades.
Eres el último pensamiento de un dinosaurio a punto de extinguirse.
De un lugar que no logras determinar salen a la calle canciones de baile que nadie está bailando, de esas que escriben para exorcizar tristezas que duelen como un demonio, el locutor habla, casi grita, con una de esas alegrías obligatorias de emisora tropical que se apaga cuando el micrófono le dice off y puedes casi jurar que ese ánimo fingido de trópico andino, maldita sea, sube aún más la temperatura. Con razón le dicen música caliente. Deberíamos enfriarnos todos un poco, te dices en voz baja.
La ropa de vacaciones podría ser la más indicada para vestir a diario, pero seguro no te harán buena cara si te ven con pantalones cortos y sandalias en la oficina o el supermercado. Ojalá algún famoso empiece la moda de salir vestido así a las galas y premiaciones a ver sí así todos sienten que tienen permiso para dejar en casa las corbatas. Que se queden ahorcando tus angustias en el closet esta vez. Ahora que has pensado en el supermercado deberías inventarte una excusa para ir allí a refugiarte entre el aire acondicionado y el polo norte artificial de la sección de carnes frías. Aunque venga luego un vigilante a mirarte con cara de si-no-va-a-comprar-entonces-no-venga-a-enfriarse-acá.
También calientan las palabras por estos lares. Las disputas. Ofensas van y vienen. La radio juvenil ya no es radio ni es juvenil y fácilmente promueven a la dirección de una emisora a alguien que ejercita la discriminación como un músculo atrofiado al que llama humor. Todo esto es fuego; el jefe quiere ver esos números de audiencia arder. Mientras la radio deportiva hace humo con palabras incendiarias de un técnico de fútbol que esconde sus derrotas detrás de diatribas obvias. También queman las páginas del periódico con tinta que habla de acoso y renuncia y renuncia y acoso. Crueldad bien doradita con el fogón en alto es la cocción de las noticias.
En medio de tanto hervor y ardor pasa desapercibida, como viento chiquito, una noticia que sí tiene que ver con este mundo atacado por la fiebre: en el Guaviare colombiano construyen una gigantesca carretera sin autorización ninguna, deforestando la selva amazónica y secando fuentes de agua, sacando madera y secando la vida. Y ahí no ves dónde está la nación de la indignación en que despiertas a diario.
Digamos esto así para que incluso un niño entienda esta fiebre en el aire: el calentamiento global es la manifestación con que el planeta se sacude la causa de todos sus males y desequilibrios, como un perro sacudiéndose las pulgas. Y nosotros somos las pulgas.
Malas noticias para el planeta tierra.
Los científicos que dedican su vida a estudiar los termostatos mundiales han observado que 2015 ha sido el año más caliente en la historia del planeta desde que inventaron eso de medir la temperatura en el mundo. Y lo que está por venir en el destino más próximo es que 2016 será el año más caliente y el 2017 superará al año en que vivimos en peligro y así sucesivamente si dejan enfriar los papeles firmados en la cumbre contra el calentamiento global celebrada en París al final del año pasado.
Una llovizna siquiera, una llovizna por favor, por misericordia, por piedad. Lluvia. Eso piden los árboles y pides tu y los pájaros y los embalses. El gobierno en tanto te pide que economices agua, total ellos ya la han vendido a su nuevo dueño extranjero en forma de generadora de energía. El calor te sigue agobiando, no importa que el sol se haya ido. En las noches toda ciudad se llama Barrancabermeja y Mompox, da igual que sea Neiva, Bogotá o Medellín. Abres la ventana de tu cuarto la noche entera por si un poco de viento entra a tu rescate. A esta altura del agobio solo queda intentar dormir un poco, aunque luego sueñas que el mundo está en llamas y despiertas sudando. Y es verdad.
Por lo pronto busca un ventilador y acostúmbrate al calor. El calor ya se acostumbró a ti.
@lluevelove