¿Alguna vez ha escuchado una frase semejante? U otra parecida como ¡qué valiente fue, no te imaginas todo lo que tuvo que pasar”.
Y así muchísimas reacciones a la muerte de un ser humano que, por fin, descansa luego de padecer dolores inimaginables, intervenciones quirúrgicas de poca o nada solución a su calidad de vida y de padecer tormento sin justificación alguna, solamente por las creencias religiosas de algunos, no siempre las mismas de personajes como los que traemos a cuento.
En la mayoría de los países, Colombia inclusive, existen líneas de atención para aquellas personas que sienten que requieren ayuda porque se encuentran abrumados por sus problemas, porque padecen desórdenes mentales o por cualquier motivo que los haga considerar la posibilidad de un suicidio.
Esta herramienta, especialmente útil para personas jóvenes que no ven una luz al final del túnel, es un salvavidas para aquellos que realmente desean continuar viviendo pero que requieren de ayuda profesional para liberarse de sus cargas y poder contar con las herramientas para ver el futuro con más opciones y optimismo.
Hoy recupero mi fe, aunque parcialmente, en las instituciones de poder en Colombia. En este caso, en la Corte Constitucional al legalizar el suicidio medicamente asistido, fundamental para hacer real el derecho a morir dignamente.
A menudo hablamos de la palabra ‘respeto’ pero, desafortunadamente, cuando se trata de opiniones opuestas a nuestras propias creencias, tendemos también a restarles mérito, a juzgarlas de forma castrante y negativa y a intentar imponer nuestros propios criterios, muchas veces a la fuerza como lo hacen los gobiernos, los sacerdotes, los pastores, etc., desde su posición de poder.
Es probable que todos estemos de acuerdo con el respeto a la vida como punto de partida, pero no nos incomodamos cuando asesinan inocentes o individuos cuyas características, ideología, raza, etc., no coinciden con los que consideramos “vidas valiosas”.
Algún día, si somos optimistas, comprenderemos todo el espectro de la doble moral. En un océano de posibilidades, una sola gota arrasa con todo principio moral, especialmente si esa gota nos toca.
Constantemente escuchamos el grito de “maten esos guerrilleros”, “linchen al ladrón”, etc., pero cuando una persona mayor decide que no desea continuar viviendo, todo su entorno hace lo posible por evitar su deceso, imponiendo sus propias creencias religiosas. El derecho a dar fin a su vida, es suyo y de nadie más.
“Tus derechos terminan donde comienzan los de tu hermano”. Recuerdo esta frase en anuncios emitidos por la televisión nacional hace muchos años.
A nadie se le impone un suicidio asistido si desea continuar viviendo, cualesquiera que sean las condiciones en que se halla, pero si considero que el suicidio asistido es una mejor alternativa a tirarse de un puente, destruir su rostro y su cabeza con un balazo, o atiborrarse de pastillas.
La persona en cuestión se despide de su familia y se va en paz al descanso de sus creencias. Tengamos la compasión y el respeto por aquellos que no desean continuar aquí y no le pongamos trabas a su sagrada decisión de morir con dignidad.