La hostigante y desesperante revictimización por parte de los medios de comunicación del cruel sadismo con que unos policías asesinaron miserable y ensañadamente a Javier Ordoñez —primero, con eternas descargas de electricidad aplicadas una y otra vez sobre su cuerpo, mientras él paralizado por las dolorosas punzadas de la corriente suplicaba por su vida, y luego a punta de brutales golpazos en el pecho, hombros, cuello y cabeza en el interior de un CAI, ante la mirada odiosa, cobarde y silenciosa de otros policías— exacerbó y ofendió a Colombia y el mundo.
Tal como sucedió con otros policías en Estados Unidos, cuando uno de ellos se arrodilló sobre el cuello de otro hombre y le aplicó toda la fuerza de su peso, hasta que retorciendo su cuerpo contra el pavimento también exhalaba sus palabras de súplica “no puedo respirar”, “no puedo…”, no…” e instantes después se convirtieron en el silencio frío y eterno de la muerte.
Estos dos actos de barbarie extrema, en dos países diferentes, también por policías, ante los cuales nadie puede hacer nada, solo observar y si acaso protestar tímidamente —porque “es la policía y mejor no me meto porque me matan a mí también”— fueron como resortes que hicieron saltar de sus sofás frente a los televisores a los ciudadanos de Colombia y Estados Unidos (por la sevicia de unos hombres cuyo uniforme parece que les otorga poderes sobrehumanos para actuar como les venga en gana, cuando les dé la gana) y los lanzaron a la calle, sin importar pandemias, contagios, tapabocas, distancia social y ni mierda.
Y fue tal la rabia, la indignación y el dolor furibundo de los ciudadanos que gritaban consignas contra la policía, caldo de cultivo perfecto para que los vándalos se metieran entre las multitudes, se mezclaran e hicieran lo único que saben hacer: destruir lo que les dé la gana, cuando les dé la gana, así tal cual como los policías.
Ese cuentico de “las manzanas podridas” se viene utilizando una y otra y otra y otra vez, desde el principio de la humanidad, cuando a alguien se le ocurrió la idea de darle una estrella y una pistola a algunos como símbolos de que pueden hacer lo que les dé la gana y cuando les dé la gana contra la población civil.
Pero el error no fue poner en el pecho una estrella de sheriff y una pistola en la cartuchera de alguien, sino justamente quién era ese “alguien”, con desconocimiento total de su origen, su formación, su moral y sus principios para representar una autoridad decente y docente, con su prójimo bajo los dogmas de “Dios y patria”; en cambio, otorgaban ese poder solo basados en el machista hecho de que debe romperle la jeta a todo el que lo mire mal y luego llenarlo de plomo si así le daba la gana.
No nos digamos mentiras. La policía en Colombia es una labor venida a menos. Y la prueba es que cada vez hay menos. Yo no sé ustedes, pero yo veo que un policía se me acerca, y en vez de producirme paz, confianza y seguridad, lo único que siento es intranquilidad. Porque ese hombre o mujer tiene el poder de maltratarme, esposarme, pegarme y hasta matarme, si le da la gana, sin que ningún testigo pueda hacer absolutamente nada, porque lo pueden joder a él también.
Ahora bien, ¿quién es un policía promedio en Colombia? Una persona por lo general de origen pobre, con un mal bachillerato (que hoy no sirve de nada), inculta y ninguneada por todos, por ende cuando le dan un uniforme, una moto, una pistola, unas esposas y un taser que electrocuta se creen Dios de inmediato. Ahora sí son alguien. Nadie los va a alejar, despreciar o ningunear, porque ahora sí pueden hacer lo que les dé la gana. Unos, más contenidos que otros, pero todos con perfil como el descrito.
Ni hablar de los que aspiran a hacer la carrera policial, pasando por los diferentes grados, hasta graduarse como un verdadero oficial de la Policía Nacional. A esos, a los sargentos, subtenientes, tenientes, mayores o capitanes, no los verá usted en esos desmanes en la calle. Para eso están “los simples agentes”, los que no aspiran a ser más que eso... que pueden ir con casco de astronauta verde limón o con casco negro siendo miembros del Esmad. Nunca a esos que ya lucen una o más estrellas en el hombro, los policías de bien, los verá usted siquiera caminando una calle para vigilarla.
En fin, “la reforma de la Policía” no debe ser otra que ser muy exigentes en cuanto a la extracción de esa persona, con méritos académicos y morales, para iniciarlos en una estricta y disciplinada formación de varios años, para aspirar únicamente a ser un agente.
Hay que saber escoger a quién se le da ese poder y esa autoridad para que realmente nos proteja de todo aquel que intente algo contra nuestro honor, nuestra seguridad y nuestra vida, incluso de aquellos que quieran quitárnosla a punta de electrocuciones o golpazos inmisericordes en la cabeza.
Son muchas, demasiadas, las quejas por exceso de fuerza de “los agentes”, tanto como las acusaciones de violentar niños por los pedófilos de la iglesia... Alguien que nos proteja de esos asesinos sin alma.