Se creen mejor que uno, eso es lo que más piedra me da. Se creen santos y puros porque no les permiten a sus pobres niños disfrutar del mejor día del año. El día en el que ellos pueden ser lo que quieren, desde un príncipe, un sapo o el superhéroe de moda. Dicen que ellos hoy celebran la vida en Cristo. Eso a un niño de cinco años que le puede importar. Que rabia para un niño de siete años con papás evangélicos ir a un colegio laico y encontrar a todos sus compañeros vestidos de Thor, de Iron Man, de ponquecito Ramo, de lo que sea. Que rabia. Yo me sentiría muy infeliz. En la noche, en vez de llevarlos a recoger dulces, los meten en cultos que son presididos por gente tan desagradable como el pastor Miguel Arrázola. Que pesar. Afuera escucharán los conjuros inocentes de la noche de Halloween, los niños pidiendo dulces, sonriendo. Y ellos tristes, porque no hay nada más triste que un niño en un culto evangélico un 31 de octubre.
Si, mis condolencias para todos esos niños que no podrán salir a disfrazarse hoy. Oraré por ellos. Ojalá que sus papás, con ese criterio, no terminen de dañarles la vida. Si ellos celebran hoy no es por un ritual pagano sino porque quieren comer dulces y ser, por un día, el Capitán América. Lo peor es que esta gente es la que va a terminar poniendo el próximo presidente de este país. El problema con los estúpidos, decía Facundo Cabral, es que son muchos y cada vez son más. Niños, ojalá lean estas letras y hagan la revolución desde la casa. Pónganse una máscara y hagan lo que quieran. Hoy es su día, no dejen que cualquiera, por más que sea su papá, les diga lo qué tienen que hacer.