Cuando se está alejado un tiempo de esta intensidad de la vida colombiana, se puede reflexionar con calma sobre el momento que vive el país. Y con gran sorpresa me encuentro con un cambio sustantivo en la agenda nacional. Este viraje es explicable, pero se deben prender luces de alerta dada la levedad con que con demasiada frecuencia se manejan en esta sociedad sus prioridades. Odebrechet y su inmenso escándalo concentra actualmente el debate del país, no solo por el monto de recursos que involucra, las inmensas consecuencias sobre importantes obras nacionales sino por el perfil de quienes ya se han declarado culpables de recibir dádivas de miles de millones de pesos para garantizarle a esta firma brasilera, la obtención de grandes contratos de obras públicas.
Además, la inoperancia de la justicia colombiana ha escandalizado a amplios sectores colombianos. Si no hubiera sido por un juez norteamericano, estos bandidos habrían pasado desapercibidos, convertidos en multimillonarios de manera fraudulenta sin que el país se hubiera dado cuenta. No hay explicación válida para esta situación porque implica que ni su familia, ni sus allegados o no se dieron cuenta del rápido enriquecimiento de estos individuos o cayeron desmayados por el dinero. Grave, muy grave para el país cualquiera de estas posibilidades. Control social frente a la corrupción no existe en Colombia, y este hecho evidenció esta realidad aún más.
Ante la gravedad de estos sucesos y frente a la próxima campaña presidencial, los políticos resolvieron cambiar de tema y dedicarse cada uno de ellos a volverse adalid de la transparencia y meter en un cajón nada menos que el proceso de construcción de la paz. Es decir ajustarse a la "Moda" más que realmente entender que: primero, el posconflicto es un compromiso de años con las reformas postergadas por siglos, y segundo, que la corrupción no es nueva y que está íntimamente relacionada con la construcción de un nuevo país.
Colombia no necesita políticos ni líderes que se monten en el último escándalo para tener votos, sino personas, mujeres y hombres, que entiendan la complejidad de la realidad colombiana y actúen en consecuencia. La agenda real es más compleja pero más ajustada a lo que son los inmensos problemas de este país cruzado por la violencia, la cultura narco, la desigualdad, la ignorancia del impacto del cambio climático, la desaceleración de la economía, la profunda desigualdad de riqueza, de ingresos de oportunidades, las inmensas brechas entre el campo y la ciudad, entre mujeres y hombres, entre distintas etnias, entre regiones, el atraco a los recursos públicos, la falta de ética profesional y empresarial, etc., etc., etc.
Que no crean los candidatos o precandidatos presidenciales
que con hablar de corrupción
demostrarán sus grandes habilidades para manejar a Colombia
Que no crean los candidatos o precandidatos presidenciales que con hablar de corrupción demostrarán sus grandes habilidades para manejar a Colombia. Claro que la corrupción está acabando con nuestra democracia, como afirma el fiscal general de la Nación, y por fortuna por fin se reconoce como el gran cáncer del país. Pero para lograr darle el rumbo que toca al país, es necesario entender la complejidad que vive la población sumada a las consecuencias de grandes cambios que se van a dar en el mundo y que nos afectarán. Por favor señores pre-candidatos, no sean tan limitados en sus análisis y tan parroquiales.
Para empezar, además de lo anotado, hoy se enfrentan en el panorama mundial, nada menos que la globalización con el proteccionismo. Así que en vez de desplazar el posconflicto con la corrupción agreguen no solamente este problema a la agenda de desarrollo sino miren hacia donde cogerá el mundo y cuáles serán las consecuencias para nosotros. Por favor, no simplifiquen los problemas nacionales. Más bien comprendan que ahora toca pensar en las grandes transformaciones en medio de un país que perdió su norte y se dedicó a robar.
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