Qatar, pequeño país árabe de gran riqueza, actualmente atraviesa una tormenta política con los países de la región del Medio Oriente. Esta nueva crisis obedece, esencialmente, a la naturaleza ‘rebelde’ de su política doméstica y exterior, que se aleja, en muchos términos, de la dominante influencia de Arabia Saudita.
Esta etapa de rebeldía inicia con el golpe de Estado que dirigió el actual Emir de Qatar, Tamim Al-Thani, en el año 1995. Dicho coup d’état lo ejecutó Al-Thani contra el gobierno de su padre. Esta acción fue mal recibida por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), ya que pervertía el proceso de sucesión “natural” de las monarquías. Incluso, estos países planificaron un complot, que nunca se llevó a cabo, contra el golpista.
Casi dos décadas después, en 2014, las anteriores monarquías del Golfo Pérsico, esta vez acompañadas por Bahréin, mostrarían nuevamente los dientes a Doha. Empero, diferente al 95, esta vez las monarquías tomaron cartas en el asunto, retirando sus respectivas misiones diplomáticas de Doha, debido al apoyo del último al gobierno, democráticamente elegido, del egipcio Mohamed Morsi.
Qatar también ha sido receptor de miembros del movimiento político musulmán de la Hermandad Musulmana, odiado por saudíes y emiratíes, y considerado como una organización terrorista por el régimen militar de Al-Sisi, en Egipto. También, Qatar brindó asilo a Khaled Mashaal, líder de Hamas. Estos comportamientos lo hace ser definido como simpatizante de grupos terroristas.
En términos religiosos, Qatar comparte ser musulmán suní con las monarquías del Golfo, en general, y seguir la línea del wahabismo con los saudíes, en específico. No obstante, han existido querellas entre saudíes y cataríes por cuanto respecta a su afiliación religiosa: los saudíes juzgan de laxos (“rebeldes”) a Qatar por, por ejemplo, permitir a las mujeres conducir.
En cuanto a Irán, rival regional de Arabia Saudita, Qatar posee una relación más económica y de coexistencia que un lazo de amistad (como lo sugieren las monarquías). La cercanía de ambos países es innegable: ambos cuentan con fronteras marítimas en el Golfo Pérsico. Pero más importante, Doha y Teherán comparten la explotación del yacimiento de gas natural más grande del mundo. Así, iniciar una controversia con Irán pondría en peligro el sector más importante de su economía.
La crisis actual fue producto, superficial y particularmente, de los supuestos comentarios que el Emir de Qatar hizo, exaltando la agenda de Irán, a Hamas, a Hezbolá y a Israel, y sentenciando la temporalidad de la administración de Trump. No obstante, Qatar niega rotundamente las anteriores acusaciones refiriéndose a estas como “injustificables”.
A pesar de la negación de las acusaciones, ya se le está pasando factura a Qatar: 8 países cortaron oficialmente sus relaciones diplomáticas. Además, Arabia Saudita, EAU y Bahréin cerraron sus fronteras para impedir el flujo de personas, bienes y servicios provenientes de Qatar. De igual forma, estas tres monarquías dieron un plazo de dos semanas a nacionales cataríes para abandonar sus respectivos territorios.
Las monarquías acoplan el término de “hermandad” para que sus pasos sean seguidos por otros países de la región y del mundo (Egipto, Libia, Yemen, Marruecos y Jordania, ya han escuchado este llamado).
Las consecuencias que se vislumbran, a corto plazo, son el agravamiento de la situación económica en Qatar y su aislamiento de la región. Los sectores energético, turístico y comercial podrían verse afectados por el cierre de las fronteras. Igualmente, se teme una crisis alimentaria en el país, puesto que el 40% de los alimentos transitan por la frontera, ahora cerrada, con Arabia Saudita.
Posiblemente, Qatar pueda amortiguar esta situación aceptando las ayudas ofrecidas por Irán, fortaleciendo su relación con Turquía y escuchando a Kuwait. Irán ofreció a Qatar, de cara a la crisis, ayudarlo con cargas de alimentos y de proporcionarle tres de sus puertos para la comercialización de sus productos. Sin embargo, un acercamiento muy visible con Teherán sería peligroso para Doha: se confirmaría los lazos de amistad que vociferan las monarquías y la crisis podría escalar.
Turquía, país que posee un acuerdo militar con Qatar, declaró estar en desacuerdo con las sanciones impuestas a Doha. Erdoğan aseguró continuar con el “desarrollo de los lazos” de amistad con Qatar. Kuwait, otra de las monarquías del Golfo, hasta el momento se ha desempeñado como mediador entre sus vecinos y, conociendo la rebeldía catarí, aconsejó a Doha “tener autocontrol” y “no tomar ninguna medida que lleve al escalamiento” de la crisis.
Las monarquías del Golfo están en desacuerdo con las políticas de Qatar e intentarán asfixiar al país hasta ver cambios. Doha asegura que esto se trata de una “violación de su soberanía” por la intervención que quieren hacer sus vecinos en los asuntos internos del país.
En 2014, Qatar tuvo que expulsar a miembros de la Hermandad Musulmana de su territorio para recuperar el contacto político con sus vecinos; parece que esta vez los cambios que esperan las monarquías van mucho más allá del destierro de unos pocos. La rebeldía de Qatar pareciera no ser la mejor confidente en este momento (su participación en el Consejo de Cooperación del Golfo y la situación de su población está en juego).
Una vez más el Medio Oriente demuestra ser una región cambiante y convulsa. La reciente crisis nos sugiere que no debemos leer únicamente a la región a través de variables clásicas: por ejemplo, musulmanes-judíos, suníes-chiíes o saudíes-iraníes. Aunque algunas de las anteriores tienen que ver con lo que sucede en la actualidad, no cuentan con los protagónicos en este rifirrafe.
@Maorios94