Qassem Soleimani, el siniestro general iraní que no era ninguna mosquita muerta, fue dado de baja en buena hora por fuerzas militares norteamericanas, era algo así como el Mono Jojoy del terrorismo en el Medio Oriente. Dirigía desde el mismo corazón del gobierno iraní un grupo abiertamente paramilitar (La Fuerza Quds), que contaba con la bendición y el apoyo del ayatolá, al cual se le atribuye la masacre en Beirut de 241 infantes de marina estadounidenses, 58 soldados franceses y 6 civiles libaneses. Pero ese monstruoso personaje no solo operó en el Medio Oriente como un reloj suizo, como cuando logró unir de manera muy sagaz a los divididos chiitas en Irak, sino que también patrocinó la incursión de Hezbolá en Venezuela y Colombia.
Hagamos memoria, porque las cosas suelen olvidarse: la compra de un frigorífico-matadero por parte de militares iraníes durante los diálogos del Caguán se abortó por razonables sospechas. En ese momento nefasto para Colombia, los iraníes se acercaron a las Farc para facilitarles ayuda logística y financiera. Y no se si recuerdan al libanés Jamal Yousef, vinculado a Hezbolá, quien fue sentenciado a 12 años de prisión en un tribunal de Nueva York por venderle armas a las Farc en el 2016. Pero Irán no solo ha metido sus narices en Colombia y Venezuela, también se le acusa de haber perpetrado el atentado contra la Asociación Mutual Judía en 1994, en el cual murieron 85 personas, hecho este que han negado sistemáticamente, pero que luego aceptaron a regañadientes un memorando de entendimiento entre Argentina e Irán. Este memorando no se ha ejecutado porque Irán se ha hecho el loco y hasta la fecha no se ha llevado a cabo su cumplimiento. El presidente iraní lo firmó, pero no lo ha enviado al Congreso persa.
Soleimani era dueño de una pírrica preparación intelectual, pero de una sibilina capacidad militar para amedrentar y destruir a sus enemigos. No gozaba de respeto sino de temor. No lo amaban sino que lo soportaban por su carácter vengativo. El hecho de que en las calles de Irán hayan salido miles de manifestantes para protestar contra su muerte, no significa que gozaba del aprecio por parte de su pueblo, sino que, como en Venezuela, la maquinaria estatal pone al servicio toda una horda de hombres y mujeres para que defiendan al régimen.
Y su muerte se la buscó. Analicemos estos antecedentes y veamos si la reacción de Trump fue justificada o no:
Como guía y mentor de los tantos grupúsculos chiitas que hay en Irak, era obvio que patrocinó el ataque a una base militar en donde murió un contratista norteamericano.
Como guía y mentor de los grupos pro-iraníes en Irak era obvio que estaba detrás de los manifestantes que se metieron en la Embajada norteamericana en Bagdad, algo que recordó dos episodios que EE.UU. no quiere volver a vivir: el secuestro de diplomáticos norteamericanos bajo la administración Cárter y la muerte del embajador estadounidense en Bengasi, Christopher Stevens, en su propia embajada.
Cuando el presidente Trump le advertía al presidente iraní que dejara de andar amenazando a los estadounidenses, Soleimani era el que respondía, como doña Tulia en el cuento de David Sánchez Juliao. Una de sus últimas respuestas fue: “a ti te respondo yo, como soldado, y te digo que estamos tan metido en los Estados Unidos que ustedes no se alcanzan a imaginar”. Pues bien, como guerra avisada no mata soldado, y las advertencias militares y de inteligencia hay que tomárselas en serio, sobre todo las que provienen del bando enemigo, y como el pez muere por la boca, tome y lleve.