El fin del mundo no es una película a pesar de que su nombre fue inspirado por una. Ni es el exterminio de lo que conocemos, por el contrario contiene bastante agua para recrearnos y es a la vez una apuesta por mantener con vida un lugar natural que se esconde entre montañas colombianas.
Cuando fui a visitar a Rosemberg para que me contara cómo había comenzado todo, se encontraba en un hotel que administra con Dary, ella a diferencia de él, es muy extrovertida y de buen humor. A pesar del contraste hace varios años son pareja y se mantienen unidos y van hasta El fin del mundo para ayudarse. Por ahora es su opción de vida.
Cómo comenzó todo
Rosemberg Huaca sabía que entre el monte había mucho por explorar, encontró como presagio de su apellido un tesoro a pesar de que no se lo hubiera propuesto. Corría la década de los 80 y en su alma introvertida nacía el anhelo junto con varios compañeros de salir a explorar la montaña, la que hoy hace parte de la llamada Serranía de los Churumbelos, un corredor de más de 97 mil hectáreas de selva natural que conecta las cordilleras colombianas con el piedemonte amazónico y parte de su municipio natal, Mocoa.
En esas salidas René, Jhovany, Jesús Cabrera y Víctor Hugo Daza quienes eran amigos de Rosemberg se enfrentaron con la humedad, la lluvia y la geografía de la selva, todo con el fin de ver qué encontraban. “Empezaron como los primates, escalando, colgándose de bejucos y cuerdas, y trepando los árboles que nacían al lado de los peñascos para poder sortear las dificultades de la selva” Explica Dary. Finalmente en una de esas travesías lograron salir a Puente de piedra, la primera maravilla pulida por el cuerpo de la selva y la fuerza del agua y que hoy nos facilita atravesar la quebrada y por ende llegar metros más abajo a una caída de agua de 70 metros.
Este cuerpo de agua que se descuelga de la quebrada Dantayaco y que es conocida como El fin del mundo, es el atractivo principal del recorrido de quien desea visitarlo. Para admirarla basta hacer el ritual de acostarse donde la piedra se dobla e inicia su caída y así observar el agua dispersandose en el trayecto hasta que es recibida por el golpe seco de un colchón de enormes rocas.
Este lugar suele ser mágico y celoso, Rosemberg cuenta que uno de esos momentos suele ser cuando el agua que cae de la cascada y la neblina se juntan y crean una cortina pavorosa que se cuela entre el horizonte selvático. La misma imagen que se develó entre ellos cuando la conocieron y la cual debe hoy su nombre, ya que surgió de la escena de la película Los Dioses deben estar locos, cuando Nixau, un hombre bosquimano tiró una botella a una gran catarata que para el protagonista era el fin del mundo, y así se quedó no sólo para referenciar el lugar entre amigos sino hasta la actualidad.
“Lo que no se nombra no existe”, frase del filósofo George Steiner, Así que Fin del Mundo, recobró importancia y pasó a ser un lugar nuevo para la gente del Putumayo, y el comienzo de un proyecto de vida para la familia de Rosemberg, gracias a que su padre Jesús Huaca, se enteró en uno de sus viajes fuera del departamento que la gente tenía el extraño comportamiento de pagar por bañarse en cascadas e ir a caminar a sitios naturales. Con esta idea dio a conocer el lugar y como su belleza enamora por sí sola, se convirtió rápidamente en uno de principales lugares turísticos de Mocoa y del departamento del Putumayo.
La ruta del agua
Para llegar al lugar se realiza una caminata desde el río Mocoa por la Vereda el Pepino a la Casa de ingreso de su empresa, lugar donde se paga menos de un dólar por el acceso al camino, situación que ha generado conflictos con personas que desean realizar actividades de ecoturismo como empresas o guías independientes.
El recorrido, explica Rosemberg, comprende terrenos donde su padre abandonó el cultivo de la piña -fruta muy dulce en el Putumayo a diferencia del resto del país - para dejar que la selva retomará su espacio y así crear el actual sendero que se robustece de verde conforme avanza la ruta de 40 minutos.
En el recorrido se puede encontrar un trayecto en piedra que los turistas debaten si es un camino pulido naturalmente por el agua o fueron acomodadas a propósito por las comunidades indígenas que pudieron vivir en la zona. O entretenerse con las plantas, en especial la palmera que camina (Socratea exorrhiza) la cual tiene raíces externas como zancos y a medida que las renueva, se va moviendo de lugar. Pero más allá de esta novedad, también entusiasma a muchos turistas los extremos apicales de dichas raíces pues son muy similares a un pene.
Conforme continúa la ruta, y dependiendo del clima y la hora, se pueden avistar aves y hasta mariposas, pero si tiene el privilegio de desviar la caminata hacia el Ojo de Dios, que es una cascada que atraviesa las entrañas de una cueva, podrá sentir, muy íntimamente, el perfume de la selva como en ningún otro lugar.
Luego se continúa río abajo donde se disfruta de varias pozos como El almorzadero, uno de los sitios más amplios y expuestos al sol. Como su nombre lo indica allí se venden comidas bajo una cueva enorme de la cual se desprenden de las plantas briofitas hilos de agua, muy usuales en todo el trayecto.
Todo un espectáculo, un lugar que más que reconocer su belleza busca ser una apuesta por generar opciones productivas para la gente, debido a que el departamento es uno de los más biodiversos del país por ser parte de la Amazonia Colombiana pero está expuesto a la extracción de maderas e hidrocarburos, la ganadería extensiva y otras actividades como la minería debido a que en el 2011 fue nombrado por el Estado colombiano como distrito minero.
El ecoturismo busca convertirse en una apuesta por generar ingresos con impactos más bajos sobre el ecosistema y evitar que nuestras acciones no nos conduzcan al fin del mundo, sino a pequeñas apuesta por conservarlo.