Putumayo: El juego de la espera

Putumayo: El juego de la espera

Por: Sonia Fernanda Cifuentes
junio 25, 2014
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Putumayo: El juego de la espera
Foto: Archivo alianzadptaldemujeresptyo.blogspot.com

Putumayo no solo se encuentra en la mitad de la selva. Se encuentra también en la mitad de un proceso de diálogo de paz y la continuidad de la guerra. Más al lado de la última que como montaña rusa baja, sube y da vueltas. Muchas en realidad.

Históricamente este departamento alejado de las preocupaciones de todos nosotros, vive bajo la preocupación manifiesta que le produce el estar en medio de las balas de unos con otros que no distinguen camisas blancas ni los espacios donde la sociedad civil se refugia para huir aun cuando sabe que esconderse no es garantía de nada.
Y no lo es porque las paredes de sus casas no resisten los tiros que les van cayendo a pesar de que dicen, son dirigidos para otros lados. Las escuelas, hospitales, iglesias, salones comunales y todo espacio donde uno creyera, que como lo dice el DIH, se respetará la vida de quienes allí se refugien, tampoco se salvan de las ráfagas, pipetas y las incursiones de los armados.

La coca paso de ser producida y dejar miles de heridas tras las fumigaciones, a ser consumida por los jóvenes que a su alrededor no ven más que desolación y muerte. Pareciera que en Putumayo no hay quien pueda decir que no ha sido víctima de algo. Y no es el cliché real de que todos somos víctimas, sino que realmente todos ellos han visto la guerra de frente y sin contemplaciones. Unos lo habrán visto puede que en forma de miedo tras ver a los hombres armados que los rodean, tras una retención, una amenaza; otros tras el dolor de un asesinado cercano, una intromisión en su ser -que por demás ha dado vida a muchos de los niños cuyas madres hubieran esperado en condiciones distintas-, en el de irse de sus casas para salvar la vida que pasará a deambular de institución en institución sin recibir respuesta alguna: En el dolor del destierro.
Se dice que han pasado los peores años, y puede ser cierto. Tal vez ya no se presentan las masacres que con dolor los putumayenses recuerdan, las del Tigre, las del Placer y las de cada rincón del territorio que no logró escapar a las garras de los señores de la guerra que se niegan a desaparecer. Quizá ya los unos y otros cargados con fusiles no se turnan la estadía en cada uno de los municipios para volverse parte del paisaje natural. Pero siguen estando. Los niños siguen viéndolos pasar de a pocos y a veces de a muchos por las cercas de sus escuelas, por los patios de sus casas, por los sitios donde juegan.

Ahora caminan los putumayenses con esperanza de una paz que anhelan pero no auguran llegara pronto. Caminan sin más sueños que la supervivencia. Lo hacen con las pesadillas que tienen en las noches y que le recuerdan lunas pasadas donde los gritos no los dejaban dormir.

Aun suena de vez en vez la pólvora que se estrella en la humanidad de algunos que están tarde por la calle. Algún señalado de sapo, colaborador. Aun la pólvora no entiende que todos pasan los mismos caminos, las mismas casas y entran para que los atiendan a regañadientes a cambio de no extinguir la vida. No entiende, ésta sorda y ciega que equivoca su rumbo, que nadie quiere ayudar a nadie, que no creen en su guerra pero sí en la vida propia y la de los suyos, por hacen todo por salvarla.
Ahora hay parques construidos tras la infamia de la guerra, columpios y rodaderos que intentan apaciguar los recuerdos de niños y adultos que vieron allí mismo los vecinos que ya no están pues fueron acallados en las distintas incursiones. Hay canchas, no hay carreteras. Hay fuerza pública, no hay seguridad. Hay escuelas pero no hay clases en ellas porque las fuerzas armadas no encontraron mejor sitio que este para montar sus trincheras, no pueden pensar que exista mejor sitio para esto que una escuela repleta de niños o el centro del pueblo… consideran que lo mejor es salvaguardarse tras los inocentes.

En Putumayo hay petróleo pero no hay riqueza, éste ha traído consigo solo pena, contaminación, amenazas y asesinatos a líderes que defienden el territorio. Ha traído ejércitos completos que cuiden yacimientos y no a las personas que viven allí.

En Putumayo, está el Estado, pero de a pocos y con pocos funcionarios que no entienden las necesidades de la gente. Está la unidad de víctimas que las utiliza para mostrar resultados, que hizo -gracias a la ley 1448- que en el departamento pululen organizaciones que ellos creen poder manejar a su antojo, a las que ellos mismos debilitan y van dando de a migajas.

Está restitución de tierras, que tras más de 3000 solicitudes solo han hecho 33 restituciones y se ufanan de estas tristes cifras. Y así están los otros, algunos entes estatales que aparecen de vez en vez para -como siempre- prometer y prometer. Porque lo único que llega sin falta son los carro tanques para cargar petróleo y los militares. De los mismos que en lo nacional dicen que respaldan el proceso de paz que se está dando en la Habana, pero que en todos los batallones tienen carteles gigantes en contra del mismo.
Y sin más, están los juguetes que se pensaron alegrarían los niños que tanta guerra y dolor han visto. Que pretendían cambiar las ficticias armas de fuego hechas con palos de árboles y cuando cosa encontraran los niños en sus hogares, por saltarines que los elevaran hasta muy muy arriba permitiéndoles soñar. Las cocinas, casas, muñecas, motos, animales y demás juguetes llenos de color están todos arrinconados en el espacio que quería ser dedicado a las risas de los niños y niñas, a sacarlos de su realidad difícil que pareciera en blanco y negro.

Están tirados, pareciera que condenados al olvido, al destino más cruel de un juguete: el no uso. Y esto, porque el Estado que cuida el bienestar de todos ha puesto su trinchera en el hogar de los juguetes, como en la Hormiga por ejemplo, donde ha puesto una estación de policía justo al lado de la ludoteca desahuciando el juego de los niños, arrebatándoles la posibilidad de olvidar la guerra que les ha ido marcando.

Putumayo está a la espera: de la paz que elimine el miedo a caminarlo en libertad, de hacer memoria y con ella encontrar la verdad, de entender qué y quienes fueron los que hicieron de su territorio un campo de guerra. Está a la espera de la alegría, de la tranquilidad y espera como lo ha hecho siempre: resistiendo.

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