Camille Saint-Saëns escribió La danza macabra. La tomó de un antiguo mito: a medianoche, el Día de Difuntos, la muerte inicia a tocar su violín y los muertos salen de su tumba, enloquecidos bailan hasta el amanecer cuando el gallo canta. Los violines, los clarinetes, las flautas, los trombones nos presentan a la muerte tocando sus notas macabras: se palpa el frenesí, los estertores de la angustia, se siente borboritar las pasiones como si fueran caballos desbocados que corren ciegos hacia un acantilado.
Vladimir Putin, imperial, ha decretado La danza macabra. Para Ucrania y para el orbe entero. La guerra nos sume en el paroxismo del horror. Perdemos las ganas de reír. La guerra tan criminal como tan humana. Siempre la guerra presente en nuestras vidas. Desde Sumeria, 4 000 a. C., hasta el siglo XXI, la historia de nuestras vidas es la guerra. Nos dicen que el hombre de hoy es el más desarrollado de la historia. Elogian la inteligencia artificial, como lo nunca visto. Los algoritmos saben lo que somos nosotros. Google y Amazon, que conocen todos nuestros datos biométricos, pueden calcular y anticipar el futuro de las vidas humanas. La biotecnología, dice, será capaz de crear vida. Yuval Hariri habla de que en 25 años es posible que su cuerpo cambie gracias a la nanotecnología y la bioingeniería.
Pero no, la guerra sigue moldeando la historia, como única fórmula de solución a las diferencias. El 24 febrero, 2022, el presidente de Rusia ordenó La danza macabra. Antes de esta fecha, los exégetas de la realpolitik vivían en el trampantojo de que Putin era tan razonable que sería incapaz de invadir Ucrania. Salvo el Pentágono que hablaba de invasión inminente, de creación de falsas narrativas de sabotaje, de videos con ataques ficticios para justificar la salvajada de la guerra. Joe Biden dijo: “Ya tomó la decisión”, como si hubiera leído la mente del presidente ruso. Así fue.
Zelenski: ¿Invasión a Ucrania?
Nadie creyó. Incluido el propio presidente ucraniano Zelenski. Esos rumores de invasión crean “pánico”, decía él, un tanto incauto. Extraño que no estuviera sintonizado con esta realidad. Kadri Liik, kremlinóloga, afirmó en el portal Politico, el 26 enero, un mes antes de iniciar la guerra: la prioridad para el presidente Zelenski parece ser la detención del expresidente Petro Poroshenko, en lugar de defenderse de la agresión rusa. Kadri sabe lo que dice. ¿En qué piensas Volodímir Zelenski?
Ucrania ya arde. Hecatombe absoluta. Un grito de dolor rasga la noche, hiende el cosmos. ¿Qué hacer? Esta guerra ucraniana nos dice que los hombres han fracasado. No es la hora de las acusaciones. Rasgarse las vestiduras es hipocresía. Es caminar con una venda en los ojos. Hay que mirar de frente a la guerra. Vladislav Surkov la llama guerra lineal, como para refundirla en lo incomprensible.
Surkov, misterioso, enigmático, gusta de moverse en las espesuras de la niebla, así su figura no es tan notoria. Es uno de los asesores más cercanos a Putin. Eminencia gris, le llaman unos; otros, como Pavel Salin, director del Centro de Investigación Política en Moscú, lo tilda de “gran intrigante”. Surkov podría ser el arquitecto de la toma de Crimea en 2014, “para defender intereses rusos” y de la intervención en la guerra de Siria, “para atender el llamado de Bashar Al-Asad”.
Tal vez ya no se debe hablar de competencia entre capitalismo contra comunismo, sino de dos visiones del mundo: la de Occidente globalizado, cuyo credo se basa en la democracia liberal y la economía de mercado, y la de Rusia, China, Turquía, de Movimiento global hacia el autoritarismo, propia de regímenes modernitarios, mano dura con algo de apertura económica.
Surkov como factor de disrupción política
Por tanto, Surkov ha sido artífice para robustecer la teoría del interés nacional del Kremlin, basándose en la desinformación y la propaganda controlada. Putin mira cuidadosamente a quien elige dentro de su círculo privado. Sabe lo que decía Lee Iacocca: si quieres tener éxito, elige a personas más inteligentes que tú. Parece obvio, pero al lado de Putin no hay imbéciles, pacatos y medias tintas.
Esta es la primera lección que Occidente debe aprender. Subestimar a Putin en estos momentos sería el error más flagrante, considera Wolfgang Munchau en el Corriere. Su osadía para declarar la guerra a Ucrania es inaudita, produce estupor. Ha desconocido los acuerdos firmados luego de 1945. Mira con sorna a la ONU, la OCSE, al G-7, a las finanzas internacionales, se ríe de los líderes mundiales. Hasta de las sanciones económicas. Xu Guoqi, historiador chino escribió el 26 febrero: “Putin engañó” [al gobierno chino]. Desconocer su estratégica y sus tácticas, minuciosamente planificadas, sería letal. Mientras él obraba, Occidente se cruzaba de brazos y cerró los ojos durante ocho años, a partir de la toma de Crimea, dejando el paso libre para que se produjera esta inmensa tragedia humanitaria, esta destrucción bárbara, que amenaza a Ucrania con “borrarla del mapa” como la calificó el canciller alemán Scholz.
Putin, el Vengador
El comportamiento de Putin, “vengativo por la liquidación de la URSS”, como dice la experta en seguridad europea y rusa, Fiona Hill en el diario Welt, es de sobra conocido en las dos décadas que lleva en el poder. La iteración manu militare que ha puesto en práctica Rusia ha sido echa a la chita callando, pero a plena luz del día, delante de los ojos de todo el mundo –eso es la guerra lineal–.
Lo hizo en 1992 en la Transnitria rumana, énclave al este de Moldavia –allí hay tropas que hoy han atacado a Ucrania–. A Chechenia, a comienzos del siglo XXI, la puso bajo su órbita. En 2008, en Georgia, se tomó Osetia del Sur y Abjasia, en 2014 la península de Crimea y a los prorrusos les entregó Donestk y Luganks, que el lunes 21 de febrero declaró republicas populares independientes. En 2015 entró a la guerra de Siria y así implantó sus reales en Medio Oriente. Estas intervenciones militares tienen un denominador común. Se han convertido en guerras “congeladas”. Rusia recupera sus baluartes de cuando era URSS y todo el mundo civilizado calla, enseñando cobardía. Y ahora, en el frenesí de su locura, va a por Ucrania. Comparto la opinión de Francis Fukuyama, él va a seguir avanzando, irá más allá de Ucrania.
¿Caerá Putin?
Putin más que hablar ha venido actuando. Si Occidente corta el diálogo con Moscú sería hacerse el harakiri. Del encuentro en Moscú el 10 de febrero, para conversar, entre Liz Truss, ministra británica de Relaciones Exteriores y su homólogo Serguéi Lavrov quedó una frase: “Fue un diálogo de sordos”, dijo Lavrov. Ahí está el nudo gordiano.
La maldita guerra, con su danza macabra, ya está en marcha. Se sabe cómo empiezan, pero se desconoce su final. Putin, dentro de su parafernalia paranoica, ha dicho el 27 febrero que ha puesto en alerta a sus fuerzas nucleares. Una auténtica locura, pero, cuidado, el presidente ruso, tristemente, no habla en broma.
¿Podrá sostenerse frente al pueblo ruso y a las élites, cuando el 28 de febrero el rublo cae 30 % en relación con el dólar, su tasa de interés sube del 9,5 % al 20 % y la UE ha congelado las reservas de su Banco Central? ¿Dónde quedan el amor a la humanidad, la paz mundial y el desarrollo?