Cada 50 kilómetros, por la carretera principal de Siberia, se ve un número. Si se le pregunta al chofer del bus le dirá que son marcas para los cazadores. La verdad es infinitamente más macraba: cada una de esas marcas son fosas comunes en donde están enterradas 5.000 personas, los prisioneros que murieron de frio haciendo esa carretera. En 1931 Josef Stalin, en su afán por convertir a la Unión Soviética en una potencia, ideó un plan de colectivización. Se le pedía a los campesinos un número de cultivos, de granos, que sobrepasaba toda lógica. Los campesinos le entregaban todo el alimento a Stalin. Morían de hambre o en los Gulags, campos de concentración para los que tuvieran ideas conspiratorias contra el Partido Comunista. Nadie sabe cuantos murieron en esa hambruna, en esa represión. Se calculan que fueron 30 millones de personas. Esos crímenes fueron sacados a la luz después de que muriera el gran dictador. Tuvo que pasar medio siglo para que Gorvachov se convirtiera en el primer líder soviético en denunciar en público “Los crímenes colosales e inolvidables de Stalin”.
Hasta el año 2000, cuando ascendió Vladimir Putin, se pensaba en hacer monumentos de las víctimas del stalinismo, se publicaban libros sobre el canibalismo al que tuvieron que llegar los campesinos soviéticos para sobrevivir. Pero Putin resultó un admirador furibundo de Stalin hasta el puneto que, en su empeño por recrear el estado policial soviético, le ha venido como anillo al dedo revalorizar la figura del más feroz de los dictadores.
En las vidrieras de las librerías de Moscú cada vez son más comunes verse destacados estos libros: Stalin el grande, Stalin: padre de una nación, El Gran líder calumniado, Mentiras y verdades sobre Stalin, “Represiones stalinistas” la gran mentira del Siglo XX.
Después de varias décadas en el 2009 el partido Comunista celebró de manera estruendosa el cumpleaños numero 130 del líder. Un millón de personas salieron a desfilar a las calles de Moscú. Por un momento todo parecía haber regresado a los años más oscuros de la Unión Soviética. Desde el 2012 en adelante, cuando Putin se convirtió en un poderoso Zar, han vuelto a aparecer monumentos y afiches del dictador. Hay hasta placas donde celebran su mandato. En el centro de Moscú se puede ver un busto, en pleno Paseo de los Líderes, recientemente colocado de Stalin. Ya no da veruenza. Incluso hay políticos afines a Putin que están pidiendo cosas tan estrambóticas como que se le vuelva a llamar a Volgogrado Stalingrado. Cirilo, el máximo jerarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, pidió en uno de sus sermones que no recordaran a Stalin “sólo por sus maldades”.
En el 2017 se hizo una encuesta sobre cuál era el ruso más importante de la historia Stalin le ganó a Putin y al poeta Aleksandr Pushkin. Hay gente que está preocupada por este culto al dictador. Hay ONG’s que han convocado plantones pero el poder del estado en Rusia recuerda a la era soviética. Stalin ahora es el gran héroe que le ganó la II Guerra Mundial a Hitler y su barbarie, las comparaciones con Putin son obvias. Y lo peor es que autores críticos con el stalinismo como Bulgakov, o Grossman, autor de la monumental Vida y destino, son sistemáticamente borrados de la historia. Stalin, con Putin, vuelve a ser grande.