Conociendo el paso a que marcha la administración pública en Colombia, resulta digno de aplauso el que la Procuraduría General de la Nación, al igual que otros organismos del Estado, estén encontrando la senda para brindarle al país resultados prontos en sus diversos procesos, de lo cual es ejemplo el fallo proferido contra el excanciller Álvaro Ley Durán.
Esto lo digo con un pero: el de que en tales instancias se está aplicando dicha celeridad solo en los casos en que haya posibilidades de menoscabar la imagen del gobierno o de favorecer a la oposición. El caso de Leyva, en un lado de la balanza, y el de Karol Abudinen, en el otro, dan cuenta de tan premeditada eficacia.
Álvaro Leyva es un personaje excepcional, con quien el país tiene una inmensa deuda, tanto en su desempeño como canciller como en el papel que ha jugado como buscador de paz. En este último aspecto, su actuación se remonta a los tiempos en que, actuando en representación del presidente Belisario Betancur y desafiando todo riesgo, se internó en los inhóspitos territorios de la Uribe, departamento del Meta, en busca del comandante de las FARC, Manuel Marulanda Vélez, con quien se suscribiría el primer acuerdo de paz, del cual nacería la Unión Patriótica.
No obstante el fracaso de este proceso a manos de César Gaviria, y el inicio del genocidio de la UP, Leyva, sin amilanarse, continuó con su apostolado de paz, en cumplimiento del cual participó en cuanto proceso que con idéntico fin se desarrolló en Colombia, sin rehuir ningún peligro, recatear ningún esfuerzo, obviar ningún sacrificio ni andar trayendo a cuento el haber nacido entre sedas y holanes.
Con Álvaro Leyva, el país tiene una gran deuda. Por ello resulta ignominioso, no el que se le haya destituido, que para ello es suficiente con pasar por alto alguna norma importante, sino que se le endilgue como agravante de su proceder una intensión dolosa, sin presentarse ningún indicio que haga pensar que la hubo.
Sobre el particular, señalemos que el dolo entraña una perversión que en Leyva es imposible de encontrar. Según lo dice todo diccionario, el dolo lleva implícita la voluntad maliciosa y deliberada de engañar, de causar daño o de incurrir en algún acto a sabiendas de su ilicitud. Por el contrario, este funcionario lo que quiso con su proceder fue proteger los intereses de la nación, comprometidos, a su juicio, en unos pliegos licitatorios que consideraba hechos a imagen y semejanza del proponente Thomas Greg & Sons.
Al contrario de tal ignominia, lo que Leyva merece es admiración y respeto, y toda nuestra solidaridad.