Cuando mis padres supieron que decidí irme a vivir a la ciudad de Puerto Carreño fue un escándalo mayor y, preocupados por su hijo, buscaron cada forma para evitar que así lo hiciera. Un día, con palabras entre los dientes, me susurraron “hijo eso es una zona roja, es zona guerrillera”, lamentablemente para ellos, era algo que ya todos me habían comentado, pero que, sin importar, ya era una decisión tomada. Así, llegó el día de viajar y luego de un abrazo y una bendición, abordé el avión con destino a lo que para muchos era un territorio de guerra.
En tan solo una hora, estábamos aterrizando en esta verde, humedad, y boscosa zona. Luego de un “Amén” bajé mentalizado en mi trabajo y ganas de conseguir mis objetivos. Al cabo de unos meses, estaba plácidamente conversando con amigos, conociendo hasta el último rincón de los vírgenes paisajes que aquí se consiguen, sin ningún temor de los que me embargaban en un principio. Me daba cuenta que todos los seudónimos con que se conocía a Puerto Carreño, como por ejemplo La Capital de la Paz, Remanso de Paz, entre otros, distaban mucho de la mala fama del interior del país. De allí, pude saber estadísticas muy buenas como que aquí en años consecutivos ha sido el territorio con menos muertes violentas de Colombia, donde puedes caminar entradas las horas de la noche, sin ese temor que termines perdiendo por hacerlo; donde todos somos vecinos, sin importar que no sea de tu barrio, donde cuentas con supermercados pero también con la dicha de la tienda de la cuadra.
A mis padres, luego de mucha insistencia, logré que se montaran en un avión y conocieran esta realidad, pero no fue hasta vivirlo en carne propia que dejaron de tildar a esta Capital de Paz, como la “zona roja”. Sin embargo, ahora hay algo que me preocupa, y es que luego de haber logrado esto me resisto a que esta realidad cambie, en vista de que las estadísticas, hablan para bien y para mal, y ese termómetro de calle me dice que realmente dicha tranquilidad está siendo amenazada, luego de los repetidos casos que han empezado a suscitarse. Si me preguntan a qué se debe, pues no lo tengo definido, pero la teoría que más cala, es que la migración masiva de ciudadanos Venezolanos, ha invadido la sana convivencia que ha perdurado durante décadas, que si bien obviamente, no son todos, no puede negarse que desde que esto ocurre, aumentaron los hechos delictivos en la región. Por ahora, trato de no despertar la preocupación de mis padres nuevamente, quienes se dieron cuenta de que vivía no en una zona roja, sino más bien rosa u otro color menos preocupante. Y conociendo a mi padre, de saber qué es lo que ahora sucede, no dilataría en decirme “Hijo, la capital de la paz, ¿en peligro por culpa del vecino?”. Espero que no.
