Este texto, publicado originalmente en 2018 en francés, versa sobre cantantes de rap. Sin embargo, las ideas expresadas por Lansky son aplicables a América Latina, donde existen cantantes de diversos géneros (vallenato, reguetón, trap, rap, salsa, narco corridos, ranchera, música popular, pop, rock…) que son bastante polémicos o que han incluso cometido delitos o crímenes.
Algunas personas pueden decir que la separación del hombre y su obra es esencial, pero el hecho es que el arte musical se va llenando de artistas que son tan talentosos como humanamente detestables. Aunque el papel del público parece difícil de definir, muchas personas intentan justificar lo que escuchan. Si utilizan sofismas y argumentos falaces para persuadirse a sí mismos, una pregunta queda sin respuesta: simplemente, ¿por qué no asumir su decisión?
Kodak Black, xxxtentacion, 6ix9ine, R. Kelly, Nas, y muchos otros. Todo en medio de negocios oscuros, a veces criminales. Todos artistas talentosos, a pesar de todo, celebridades notorias o pilares culturales. ¿Qué hacer como oyente? Parece fácil sacar una conclusión precipitada: separar la obra del artista. Pero, ¿no es una forma de aval indirecto? ¿Una forma oculta de mantenerse al margen del debate? Estas preguntas van más allá del marco estricto del oyente y atañen al individuo como tal: ¿debemos disociar al creador de su creación o aceptar el paquete completo? ¿Incluso si a la larga esto significara boicotear a un artista cuyo trabajo apreciamos mucho? El hecho es que la historia del arte en su conjunto ha sido objeto de muchas preguntas sobre el lugar del artista en la sociedad. El rap no está exento: refleja el entorno en el que evoluciona, imperfecto, y los raperos, por muy grandes que sean, no son ni más ni menos que humanos, capaces de ser personajes repulsivos. Como todo el mundo —o casi todo el mundo—.
¿Por qué separar la obra del artista?
Si aceptamos esta idea, queda por ver por qué se debe hacer una separación, aunque la reflexión no sea tan profunda cuando se trata de un ciudadano común y corriente. El mundo del arte probablemente no encuentra instituciones lo suficientemente tenaces como para poner límites a los creadores y las obras que producen. Sin duda, el concepto mismo de “arte” se satisface con un descarado pensamiento elitista que, a fuerza de extenderse en el inconsciente colectivo, concede al artista un lugar de honor en relación con el simple individuo. Hacer arte ya no se considera una “profesión”, sino una “coronación”, con la conclusión de que siempre será más fácil perdonar a una estrella mundial por abusar sexualmente de una chica de trece años que a un hombre cualquiera de cuarenta, ya que se forzará a marcar una separación clara entre la estrella y su obra. La comediante Blanche Gardin se burló de la delicadeza del juicio moral reservado a los artistas durante su paso por “Les Molières” (ceremonia donde se recompensa lo mejor del teatro francés, ndt): “Porque hay que diferenciar al hombre del artista... Y es extraño, además, que esta indulgencia se aplique solo a los artistas... Porque no decimos, por ejemplo, de un panadero: ‘Sí, está bien, es cierto, viola a algunos niños en la panadería; pero, oye, hace una baguette extraordinaria’”.
Si la frase parece ridícula es porque muestra fuertemente la inmunidad de la que gozan los artistas. El problema es que al difundir la idea de que la obra de arte es amoral en esencia, es decir, que no presta mucha atención a la intención moral o inmoral, como si fuera ajena a estas nociones, muchos artistas se perciben a sí mismos como apoderados con poder absoluto, capaces de decir cualquier cosa y de hacer lo que quieran. Mientras sean artistas, genios, personas influyentes, estarán protegidos de las leyes morales. Tomemos, por ejemplo, un caso menos grave, en el sentido de “no ser criminalmente condenable”: las recientes desviaciones de Kanye West, primero por su apoyo ciego a Donald Trump y luego por su desacierto sobre la esclavitud, resumen perfectamente este papel sagrado reservado a los llamados “genios artísticos”. Los fans no consiguen cuestionar su escucha en el tiempo y de manera perdurable, perdonándole más fácilmente su mala conducta o su falta de integridad con el pretexto de que estos actos no tienen, con razón, ningún impacto real en su música.
Sin embargo, Trump ya había aparecido al lado de este artista poco después del lanzamiento de su último álbum, The Life of Pablo, haciendo que multitudes de oyentes dijeran estar dispuestos a dejar de escuchar su música. Pasan las semanas y todo se olvida, como si la ira fuera acompañada de amnesia cuando se trata de Kanye West. También porque las redes sociales son los principales vectores de la indignación popular; todo va muy rápido, nos llega una información, nos choca, y sin darnos tiempo para reflexionar, reaccionamos inmediatamente. Finalmente, todo se arregla con el tiempo, como si su condición de artista resonara con tanta fuerza que reuniera todas las voluntades para razonar más allá de una simple ira efímera. Sin embargo, tendría que ser posible encontrar la fuerza para enfrentar la pasión por el artista con la razón común, y la toma de conciencia actual tras las propias declaraciones de West podría, por fin, perdurar sólidamente en el tiempo para que este artista pague las consecuencias subyacentes de sus actos.
¿Y si empezamos a asumir responsabilidades en lugar de buscar excusas?
Si esta inmunidad solo fuera alimentada por las industrias artísticas y los mercados, no sería tan grave, después de todo; su motivación es solo monetaria, no les importan los conceptos de ética o moralidad. Pero si esta inmunidad es generalmente alimentada por el público, que escucha a xxxtentación persuadiéndose de que los hechos alegados en su contra son especulativos o “no tan graves” cuando es acusado de secuestro, violencia física, psicológica y abuso, es tan grave e importante que el oyente tiene la opción de no ser indiferente. Atención: todo el mundo tiene derecho a escuchar y a disfrutar de su música, pero mirar hacia otro lado o cerrar los ojos en lo que tiene que ver con el lado oscuro de un artista es hipócrita. Separar al hombre de su arte requiere una fase de aceptación. Además, hablar de escuchar aquí es como hablar de consumir y, por lo tanto, de ingresos para el artista en cuestión. ¿Estarías dispuesto a dar dinero a un criminal, presunto o condenado? ¿Se lo entregarías en persona? ¿Debería el hecho de ser un artista cambiar la situación? ¿No crees que es necesario cuestionarte?
Si la respuesta es afirmativa, entonces es hora de que empieces a responsabilizarte por ello. Asumir el aval indirecto que le das a esa violencia e ignorar la integridad mental de la(s) víctima(s) del artista. Asumir que te importa un bledo todo lo que pudo haber hecho siempre y cuando haga buena música. Es inconcebible poner excusas. La separación entre el artista y la obra es nuestro derecho más preciado, pero manipular para legitimar este derecho jugando en la cuerda floja con piruetas como: “Aún no ha sido juzgado”, “No estamos seguros”, “La víctima habría retirado su denuncia”, “Da mucho a las obras de caridad” es absolutamente inadmisible desde el punto de vista moral. No intentemos más persuadirnos de que nuestro auto convencimiento es inteligente y razonado: debemos marcar la diferencia y atrevernos a gritar con fuerza lo que pensamos.
Por supuesto, es esencial hacer una diferencia entre una persona convicta que ha cumplido su sentencia y un rapero en proceso de ser juzgado. El primero ha pagado su deuda con la sociedad, el segundo todavía no está seguro de si acabará entre rejas. Sin embargo, aquí hay que respetar un principio: la intemporalidad de la condena moral. Un exconvicto puede reanudar su actividad, enriquecerse, viajar por el mundo, subir a escenarios y realizar entrevistas. La sociedad le devuelve sus derechos y le permite reanudar su vida donde la dejó. Por otra parte, el público tiene la oportunidad de tomar una decisión: seguir condenándolo moralmente o perdonarlo, al igual que la sociedad, para darle una segunda oportunidad. Si el acto en cuestión ha de ser juzgado eternamente inmoral, el artista tiene derecho a vivir su vida sin ser atacado continuamente por su pasado e insultado en cada aparición pública. Sin embargo, el público también tiene derecho a seguir viéndolo como una porquería, un cretino. Si bien la imparcialidad es cosa de la justicia, el público es libre de elegir. Esta es la fuerza del oyente como tal, especialmente cuando uno se da cuenta de que las instituciones artísticas y los ciudadanos con demasiada frecuencia caen en un doble discurso irracional.
La importancia de un juicio total y sin doble discurso
La explicación es simple: el inconsciente colectivo todavía tiene dificultades para dar al rap una vocación artística, privando a esta música del concepto mismo de “obra de arte”. Así que, cuando un rapero va a juicio por varios casos, nadie se sorprende. Sin embargo, ese no es el problema. Es natural que no se emita ningún juicio favorable a las estrellas del rap: nadie está por encima de la ley, independientemente de la influencia o del dinero, y la ley debe tratar de manera imparcial tanto a una celebridad como a cualquier otra persona. Pero es inaceptable que esta misma comunidad despliegue un montón de puertas de salida para aquellos a quienes la “intelligentsia” considera “genios de la cultura”.
El principio del doble discurso no debería existir en el espíritu de los marcos de recepción de una obra artística. Del mismo modo que nos quejamos a diario de las consecuencias de la justicia diferencial para políticos y ciudadanos, no podemos perdonar más fácilmente a Roman Polanski por secuestrar a un menor y rebelarnos cuando Nas es acusado de violencia doméstica. Si los delitos —incluso los crímenes— no son los mismos, es importante que todos saquemos conclusiones similares: no, el crimen de un genio —según la sociedad— no es menos importante que el de un artista que no ha sido honrado por la crítica mundial. De la misma manera, no podemos permitirnos el lujo de escuchar a Wagner haciendo caso omiso de su anti judaísmo recuperado por el pensamiento nazi y gritar escandalizados cuando xxxtentacion gana un disco de oro a pesar de que su juicio es inminente.
Lo esencial es, por tanto, poner orden en lo que escuchamos y hacer lo mismo con toda la masa de otros artistas u hombres igual de culpables. Aunque siempre es más difícil condenar moralmente a un creador cuya obra uno ama, hay que forzarse a hacerlo, porque frente a la inmoralidad manifiesta, nadie debe quedarse sin hacer nada. Si decidimos que nos importa un bledo los crímenes cometidos hasta el punto de ayudar económicamente al artista, indirectamente, debemos asumirlo, no escondernos detrás de una negación o de una acostumbrada mala fe. Debemos, de una vez por todas, dejar de hacer la vista gorda ante los horrores de un individuo porque es un artista brillante, y abrir los ojos cuando se trata de un creador cualquiera. Solo con una estricta ley moral se podrá romper el estatus de inmunidad del “arte” y lograr poner límites de la mejor manera posible a los artistas y a su papel en la sociedad.
Sí, tenemos derecho a escuchar basura. Pero dejemos de refutar, de volver los ojos y comprendamos que todos tenemos un papel que desempeñar, un deber de actuar como público y, por lo tanto, somos un marco de recepción. Comprender que la compra o la escucha libre del último disco de xxxtentacion, si sale ileso de cualquier forma de condena judicial a pesar de su inestabilidad mental y de la violencia de la que probablemente sea culpable, será un aval directo y alimentará por enésima vez la idea de que el artista está por encima de la ley, y su obra es imposible de juzgar. No se trata de cuestionar la condición de genio o el talento de un artista, sino de romper el sello que da ante la condena moral, y esto va dirigido exclusivamente a los aficionados, a los fanáticos, a los que creen tener ante sí un genio artístico, al que todo se le perdona por su condición. Para los demás, los que ya condenan y los que todavía asumen la responsabilidad de escuchar, deben seguir por el mismo camino, con el mismo fervor, y hacer el esfuerzo de evitar las dobles posturas. Por último, si los críticos, los especialistas o historiadores aún no parecen decididos a cambiar las cosas, a pesar de que el tono está empezando a endurecerse hoy en día, quizás nos corresponde a nosotros, el público, cambiar las mentalidades.