Es probable que el valor más importante de la cultura grafiti -en cualquier sociedad y en cualquier tiempo- sea su independencia. Por ahora, las dos fuentes de ingresos -principales- de los artistas grafiti (que han decido convertir la práctica en oficio) han sido las convocatorias y becas del sector público y las campañas publicitarias o de diseños de interiores de marcas o empresas. Salvo algunos casos de artistas que han contado con la fortuna y la disciplina de vivir de forma autónoma de sus creaciones y hacen parte del circuito y mercado del arte tradicional, la mayoría de artistas grafiti dependen y perfilan sus carreras de acuerdo a estas fuentes. Esta realidad de negociación de cesiones, exigencias y compromisos, con frecuencia se refleja, de forma contundente, en lo que sucede pictóricamente en la calle.
Aunque pudiera parecer irrelevante, las cuestiones económicas privadas de los artistas afectan de forma considerable su gestión y presencia en el espacio público. No es un secreto que muchos de los recursos obtenidos en estos valiosos trabajos terminan dándole cierta solvencia al artista, quien cuando tiene la oportunidad y la voluntad, las convierte en piezas artísticas autónomas y espontáneas. Pintar la calle por el inmenso placer que causa. No obstante, ese economía creada (por el sector público y el privado) también puede desincentivar a muchos a intervenir con independencia -y sobre todo pensar de forma autónoma- los espacios de la ciudad. La insaciable búsqueda del sy el seguidor. Toda una paradoja que la falsa comodidad que trae el negocio pueda acarrear una crisis cultural y analítica profunda del grafiti. No son pocos los que consideran que la intervención de estos dineros forasteros han marcado un antes y un después de la práctica. Para bien y para mal.
No se trata de desconocer -yo mismo he sido parte de muchas procesos afines- la importancia de la intervención económica de las alcaldías, secretarias de cultura o institutos de gestión artística. O del impacto que ha tenido el interés y creatividad de las marcas en el patrocinio de eventos, campañas e incluso carreras artísticas. Sin embargo, cabe preguntar qué sucedería con el porvenir y decisiones de los artistas -y de las calles- si existiera una posibilidad de perseguir la esquiva y resbaladiza independencia económica. Una alternativa (adicional) que pudiera garantizar la soberanía creativa de miles de grafiteros y que resultaría en una construcción más sincera y beligerante del paisaje visual de la ciudad.
Mucho se ha dicho en redes sociales sobre los NFTS. El discurso superficial y paranoico insiste en quedarse en la exagerada burbuja de precios (situación que sucede desde el comercio de los tulipanes en el siglo XVII) que llena los titulares de prensa. Como en casi todas las actividades económicas en la actualidad, algunos pocos se lucran de forma exagerada y desproporcionada. Que los millones de dólares no nos impiden ver el bosque. De la misma forma ha sucedido con los NFTS (piezas digitales autenticadas por distintos bancos de datos interdependientes -las célebres cadenas de bloques-). Tan solo una pequeña proporción de obras han alcanzado cifras descomunales, pero la gran mayoría son obras de artistas independientes, experimentales y divertidas. Como siempre parece mejor sojuzgar de inmediato que intentar entender con serenidad a estas nuevas plataforma de transacción del arte.
En ese sentido, al observar con cierto detenimiento esos nuevos mercados -siendo el más celebre OpenSea- se presenta una oportunidad de construir la mencionada tercera alternativa de compensación económica. Imaginemos. Un artista o un colectivo cualquiera crea, piensa y diseña un proyecto de creación en el espacio público (un mural o grupo de murales) y para el pago de los costos -casi siempre considerables- no tiene que recurrir a la empresa privada o esperar el tiempo de la apertura de convocatorias y la decisión. Más bien, crea una obra digital o una serie de obras digitales y las convierte en NFTS. Al entrar en el mercado mundial (que ofrecen estos mercados-plataformas que no requieren de un intermediario adicional) y dependiendo de su capacidad de gestionar y comunicar su propio proyecto, los potenciales inversionistas podrían apoyar con su compra el mural o murales en la calle. Por supuesto que se trata de una estrategia que requiere esfuerzo y paciencia, pero no parece excesivo cuando se está obteniendo la anhelada y provechosa independencia. Nosotros en Vertigo Graffiti ya lo estamos imaginando.
Además, estos mercados permiten solucionar una asimetría viciosa que existía en las transacciones del arte tradicional y que trastornaba las relaciones económicas entre los participantes. El artista o colectivo puede participar de un porcentaje de las ventas eventuales de las obras (regalías). Antes y desde siempre, el artista salía de la ecuación económica en la primera transacción. Ahora ese malestar está solucionado. Una respuesta nada despreciable teniendo en cuenta que una de las barreras de compensación del grafiti es que no existía -hasta hoy- una forma directa de retribución económica por parte del público; como sí sucede en el teatro o en el cine.
Por lo pronto es recomendable que cualquier artista (no solo grafiti) que pretenda algún grado de independencia y soberanía creativa, observe de forma atenta esta nueva alternativa económica y si lo considera prudente se aventure a crear su primer NFT. Es probable que artistas menos afanados por el dinero y sin menos intervención de terceros (con intereses ajenos a los propios de la práctica) creen piezas callejeras más robustas, pertinentes y deliberadas. Un acaso que elevaría sustancialmente la calidad de los diálogos ciudadanos que, sin duda, consolidan la identidad y honestidad de los territorios y las circunstancias de todos.
Publicada originalmente el 21 de noviembre 2021