¿Usted sabe por qué no le han concedido aún el Nobel de Economía a Jeffrey D. Sachs? Yo tampoco. No puede ser por la misma razón que le negaron el de Literatura a Jorge Luis Borges, por algún pecadillo original. En todo caso su último libro, Las edades de la globalización. Geografía, tecnología e instituciones (Columbia University Press, 2020; Ariel, 2021), es el libro que más he disfrutado leer en los últimos cinco años, luego del de Harai, De animales a dioses. Breve historia de la humanidad (Penguin Random House, 2017).
En Las edades de la globalización Sachs hace un breve y sustancioso recorrido por 70.000 años de historia de la humanidad para intentar entender y transformar el futuro que nos espera. Divide esa historia en siete “edades”: la Edad Paleolítica (70000-10000 a. e. c.); la Edad Neolítica (10000-3000 a. e. c.); la Edad Ecuestre (3000-1000 a. e. c.); la Edad Clásica (1000 a. e. c.-1500 e. c.); la Edad Oceánica (1500 - 1800); la Edad Industrial (1800-2000); y la Edad Digital (siglo XXI).
El libro es la historia sintética de la dispersión y el encuentro (globalización) de la humanidad en los cinco continentes. Define cada edad con arreglo a tres factores: la especificidad de la oferta ambiental (geografía) a que tiene acceso cada población en su época; la capacidad de creación tecnológica y científica desarrollada por cada grupo humano, y; la evolución de las instituciones humanas, incluyendo el ejercicio del poder, las culturas, las lenguas, artes, religiones, etc. De manera particular Sachs se ocupa de interpretar la forma como geografía, tecnología e instituciones interactuaron, en especial mediante el recurso de los pueblos a la guerra, para cambiar de época (edad), hasta generar los desafíos del presente: los riegos de que la vida no sea más posible en el planeta.
Dije que el libro “es la historia”, sí, pero no es un libro de historia, al menos como convencionalmente la leemos. Bucea en “las edades” pasadas solo para proponer entendimientos del futuro –como haría todo buen historiador–, pero lo hace con el método del economista, simplificando y proponiendo relaciones de causalidad reduccionistas. Así operamos los economistas lamentablemente.
Un ejemplo al canto: al inferir los riesgos para la sostenibilidad ambiental planetaria, generados por la acción humana, propone la siguiente fórmula: el impacto humano (I) es igual al número de habitantes (P) multiplicado por el PIB per cápita (A) y por el impacto de la tecnología sobre el PIB (T), esto es, I = P x A x T. Así, mientras crecen la población y el PIB, como han crecido al menos desde la revolución industrial, el impacto ambiental crece de forma exponencial, haciendo uso de recursos naturales finitos y de energía fósil. Pero el impacto puede ser mitigado por las innovaciones tecnológicas. Al menos eso cree nuestro autor.
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La mala noticia, dice Sachs, es que durante los últimos doscientos años el impacto tecnológico ha sido neutral o negativo para el ambiente, y lo sigue siendo por todo lo que está conduciendo a la destrucción de la vida en el planeta
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La mala noticia, dice Sachs, es que durante los últimos doscientos años el impacto tecnológico ha sido neutral o negativo también para el ambiente, y lo sigue siendo por el uso de combustibles fósiles, el fracking, la tala del bosque para agricultura, la contaminación del aire y de los océanos, la desaparición de especies vegetales y animales, todo lo que sabemos que está conduciendo a la destrucción de la vida en el planeta.
La buena noticia, que propone Sachs, es que ahora la humanidad cuenta con opciones tecnológicas y tal vez institucionales: la transición energética (a energías renovables), cambio en la dieta (no más carne de res), mejor diseño de edificios, agricultura de precisión (riego por goteo y fertilización en el sistema de riego), entre otros remedios. Aquí Sachs hace un apelo a la tecnología y al cambio cultural en las formas de producir y de consumir, para salvar la humanidad. En 70.000 años la humanidad no solo aprendió a reconocer al “otro” como su enemigo-amenaza, sino también a cooperar al interior del clan, y el clan ahora podemos ser todos.
Pero el mensaje central del profesor de Columbia es el reconocimiento de que en cada cambio de “edad” la humanidad ha recurrido a la guerra. El imperio que cae puede atacar primero al que lo reta o este puede anticiparse para evitar la obstrucción. Y en esas parece que estamos, cuando en pleno inicio de la Edad Digital resulta claro, también para Sachs, que China ha conquistado la ventaja tecnológica y Estados Unidos es un imperio en decadencia.
Justo ayer, 20 de julio, el gobierno de Biden, por intermedio del secretario de Estado, Antony Blinken, acusó a Pekín de mantener un “comportamiento irresponsable, destructivo y desestabilizador en el ciberespacio”. Hacía referencia a los ciberataques que en marzo de este año recibió Microsoft. La acusación fue respaldada de inmediato por la Unión Europea, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Japón y la propia OTAN. Y no está ya Tump en el gobierno. En realidad parece el desarrollo de la guerra comercial de Obama, ampliada por Trump, como expresión de la rivalidad tecnológica que describe Sachs.
En fin, la humandad se enfrenta al riesgo del calentamiento global que derritirá los casquetes polares e inundará las costas y las islas, a la desaparición masiva de especies vegetales y animales asociada a la deforestación y a los incendios, a los riegos de nuevas enfermedades infecciosas como los virus provocados por la zoonosis (patógenos de poblaciones animales que se transmiten a humanos), todo esto en tiempos del mayor desarrollo de la ciencia y la tecnología. Pero la peor amenaza parece ser la guerra, en tiempos de armas nucleares y de guerras digitales.
En 1991 escribí el libro La apertura en Colombia. Costos y riesgos de la política económica (Fescol). Allí le doy duro a Jeffrey Sachs por su pecadillo de imponer un ajuste estructural a la economía de Bolivia, en tiempos de la dictadura fascista de Banzer (1985), aplicando sin asco todo el arsenal del “consenso de Washington” que luego se conoció como la receta neoliberal. Sachs tuvo tremendo éxito en reducir la hiperinflación en Bolivia y su receta se aplicó luego en varios países de America Latina, Asia y África. El problema fue en el mediano y largo plazos: la pobreza y la inequidad se disparó en los países que aplicaron el arsenal neoliberal. Tengo la certeza que el resurgimiento del movimiento indígena y social en Bolivia tuvo allí sus raíces.
No sé si el pasado ortodoxo de Sachs le haya aplazado el premio Nobel. Pero desde que él se dedicó a estudiar cómo superar la pobreza, la enfermedad, lograr el desarrollo sostenible y ahora la paz, creo firmemente que Sachs debe ser universalmente reconocido.