Como todo mal perdedor, el expresidente Uribe anda agitando a sus huestes, proponiendo una “asonada pacifica”, si sus puntos de vista sobre la paz son derrotados en cualquier contienda democrática. Esto equivale a que, en la política, el derrotado le diga al vencedor que tiene que incluir como plataforma de gobierno sus propuestas, o si no va a iniciar una serie de manifestaciones y saboteos. Eso si, pacíficos.
La oposición de Uribe al Proceso de Paz no es nueva y se origina en la opinión de que no se negocia con un grupo rebelde sino con un cartel de narcotráfico. No se debe negociar nada distinto de un sometimiento. Lamentablemente para él y su grupo, el gobierno y la comunidad internacional piensan lo contrario. Llama traidor a su exministro de defensa porque se apartó desde hace muchos años de ese concepto. “En Colombia existe un conflicto armado”, dijo, y Uribe le replicó “En Colombia lo que hay es una amenaza terrorista”. Pero lo que separa a unos y otros no es solamente una percepción semántica. Es que en la concepción de Santos la paz es una condición para el desarrollo social. Ese es el lema del gobierno.
Uribe ha armado todo su movimiento en torno a la guerra contra la Farc. No existe otro tema. Ni desempleo, ni relaciones internacionales, ni desarrollo agrario. ¿Para qué salirse de ahí si eso da muchos votos?. El país antifariano, con razón, es muy extenso. Pero también se han dado cuenta que con la paz no tendrían de que hablar. No sabrían de qué hablar. Uribe tendría que reinventarse, como Álvaro Gómez quizás, un personaje totalmente diferente después de su secuestro y el proceso de paz con el M-19.
A medida que avanza el proceso en La Habana al uribismo se le ve más inquieto y casi desesperado. Se les acaba el discurso y lo que es más grave, la audiencia. En lugar de estar llamando a la desobediencia civil en caso de perder unas hipotéticas elecciones, deberían hacer un ejercicio reflexivo y sereno y sin renunciar a sus convicciones prepararse para la paz y el postconflicto, que presenta desafíos enormes, como lo está haciendo todo el mundo. Pero sobre todo deben acatar una regla de la democracia: el que gana las elecciones manda y el que pierde se va a la oposición y no se queda en la calle haciendo manifestaciones y protestas contra las decisiones de la mayoría, como todo mal perdedor.