¿Sobre cuántas actualizaciones de estado de Facebook pasamos los ojos por minuto?, ¿Cuántas noticias aparecen en nuestros muros en un solo día?, de las actualizaciones y noticias deslizadas metódicamente y sin pestañear ¿Cuántas nos interesan realmente?
Seguramente, ninguna. Pasamos de largo, next, ese es el imperativo de la época. Lo hacemos, ustedes y yo, sin pausa, con prisa; las emociones son tan efímeras como líquidas, se nos cuelan entre los dedos y se escapan antes de notarlo. Compartimos notas, comentarios, publicaciones, reaccionamos con la fugacidad de un click sobre el teclado, y pasamos a lo siguiente. Convocamos y somos convocados a marchas, conciertos, eventos, fiestas y hasta firmamos campañas en Change.org para salvar a los niños de no sé dónde, para pedir el tratamiento médico de un moribundo y hasta para defender los glaciales; compartimos memes, frases célebres, canciones, noticias, palabras de aliento y de indignación.
Somos ciudadanos que tenemos de todo, como en botica; una carita feliz aquí, pulgar arriba acullá, carita triste más allá y carita enojada cuando leemos o vemos algo que nos revele la situación actual de nuestra ciudad, país o planeta. Y bueno, la carita sonriente, esa si que me arriesgo a decir que la ponemos, la mayoría de las veces, con absoluta sinceridad, pues a fin de cuentas nuestros teclados son la puerta de entrada a todo aquello que nos divierte, no en vano las redes sociales se alimentan de entretenimiento, de información de la más diversa índole, producida principalmente para entretener -quizá estas palabras también son sólo eso, palabras entretenidas y sin mayor trascendencia que un meme o una publicidad fastidiosa que apartamos del teclado porque nos distrae de lo que realmente queremos consumir-, para entretenernos mientras el planeta sigue girando y el espectáculo continúa.
No nos culpo, o bueno, no completamente, pues sería insensato obligar o sugerir siquiera, que todos deberíamos sentir profundamente la responsabilidad de cada Me gusta o de cada visualización que aparece en nuestras pantallas, pues sólo nos estamos entreteniendo, buscamos diversión, buscamos en qué gastar cierta cantidad de tiempo, de manera improductiva. No podemos objetar absolutamente nada en ese sentido, de hecho, resulta excelente que la tecnología nos brinde la maravillosa posibilidad de actuar sin tener que estar supeditados a la demanda de productividad. Es una alternativa de escape, similar a la de quienes salen a bailar, se refugian en un libro o se deleitan en la música de su preferencia. ¿Por qué sería diferente o reprochable?
Sin embargo, ustedes se preguntarán cuál es el sentido de este texto, pues bien, deseo expresar una cuestión: Siendo las redes sociales escenarios diseñados para el entretenimiento, cuál es el interés de hacernos pasar por ciudadanos en ejercicio, vociferando desde el teclado y pasando a lo siguiente. Aceptémoslo, ustedes y yo, simplemente nos entretenemos ante la pantalla, pasamos el rato y compartimos información, no emociones, sentimientos, ideales o historia. Las emociones, sentimientos, ideales o historia se construyen frente a frente, con nuestros cercanos, familiares, amigos, vecinos; ahí si nos ponemos en riesgo y confrontamos la realidad. O al menos así era hasta hace unos años atrás, pues son muchas las historias que empezaron con un click y aún se sostienen lado a lado.
Cuando tecleamos, a lo sumo compartimos palabras e imágenes, links, gifs, bites, no compartimos nada trascendente, simulamos hacerlo, pretendemos y ajustamos cada imagen o palabra sostenidos en la ilusión de la comunicación en línea, pero aceptémoslo, no logramos nada, no cambiamos nada. ¿O si?
La antropóloga Paula Sibilia señala en su libro La intimidad como espectáculo, que "usted y yo, todos nosotros, estamos transformando la era de la información. Estamos modificando las artes, la política y el comercio, e incluso la manera en que se percibe el mundo"; lo que me insta a preguntarme, ¿somos conscientes de la responsabilidad de hacer parte de esta era? Me atrevo a reconocer, al menos en lo que a mí atañe, que no. Me inquieta seguir convencida de que como venía planteando párrafos atrás, muchos seguimos suponiendo que aquello que hacemos tras el teclado no tiene trascendencia alguna, que se trata de mero entretenimiento. La cuestión es, ¿y si no es así?, ¿y si Paula Sibilia tiene razón?...
En tal caso, quizá valdría la pena asumir el riesgo de no restar importancia a aquello que publicamos y compartimos, de cuestionar y reconocer que cada palabra, imagen, enlace, link o información que hacemos pública, justamente está siendo entregada a un número incierto de usuarios, de consumidores, y que los efectos de nuestro tecleo son insospechados; no sólo circulan ficciones, también lo hace aquello que para muchos es la realidad, o algo que se le parece. Entonces ¿somos responsables o no?, ¿acaso la responsabilidad que tenemos de nuestro incesante teclear resulta ser de alguien más? Creería que no...