Psicología de la publicidad: El uso de la imagen

Psicología de la publicidad: El uso de la imagen

Por: Jesus Ignacio Rivera
febrero 09, 2014
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Psicología de la publicidad: El uso de la imagen
Imagen Nota Ciudadana

I

Hablar de política, en la inminencia del tiempo de elecciones, es aludir a una experiencia en la que se ha desprestigiado lo fantástico y en la que se ha fatigado lo inverosímil.
Si hemos de creerle al diccionario (Real Academia Española de la Lengua), la política puede definirse como “arte y traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”.
Es decir: la política se refiere al especial modo en el que se utilizan los medios para conseguir un resultado. Siendo así, los ciudadanos estamos en un tiempo privilegiado para reconocer la sutil psicología de los medios políticos: es decir, del silencio con el que acontece lo verdaderamente eficaz a la hora de buscar garantizar un objetivo en política.
Juzgar que el objetivo del político -en época de candidaturas- es resultar electo, es dejarse distraer por las consecuencias próximas, y descuidar al auténtico panorama que abren los resultados de las votaciones, las implicaciones del ejercicio del voto.
La psicología del político ha querido enseñarnos a un ser que desea, aún sin honrar su palabra, no perder su imagen. Y la naturaleza de un candidato es la de un ser mítico que se alimentara de pura imagen.
Nos fascinan las personas con una imagen impecable. No importa cómo la hayan conseguido.
Ese es el punto ciego en el que se estructura la psicología del elector. Que se deja llevar por la inercia de la imagen.
Un político es quien sabe, por intuición, o por su formación, usufructuar la psicología de la imagen; que no es –despejemos esa confusión del político novato- la representación gráfica de un rostro, si no la memoria, que va alimentando el mito, de los hechos que pueden ser atribuidos a una persona, y el impacto que eso causa en el ciudadano, reducido a su pura función electoral.

Sobre aquello, podemos afirmar que quien ya tiene poder, ya tiene una imagen. Al que necesita una imagen, de nada le servirá un aviso, una valla, un afiche; aunque podría ayudarle un cartel.
El que ya tiene una imagen podría tener el poder, eso lo saben las llamadas “figuras públicas”, piense el lector por ejemplo en el particular uso que se hace, en la política, de los actores; que con base en el reconocimiento que les ha dispensado su aparición en los medios, aspiran a seguir actuando su ficción en el escenario público.

Un político es alguien que ha llegado a presentir y a verificar la posibilidad de hacer de la imagen un estilo de vida; sabe que ella es el motor más eficaz, algo que produce más efectos -en la psicología del elector- que las acciones juiciosamente estructuradas en un programa de gobierno. En eso se parecen los políticos a las reinas de belleza, dado que estas siempre han entendido que la belleza es una forma de argumento, que, por lo demás, no admite refutación. A nivel psíquico se asocia la belleza al bien, a la virtud; a la ética. Es por ello que, e principio, nada le impidiría a una reina de belleza, hacer una pasarela de Cartagena al Congreso de la República.

El cronograma de campaña de un político puede condensarse brevemente así: da la mano, halaga a su interlocutor, le promete –de forma más o menos indirecta- beneficios y después no cumple; con lo que: saluda, adula, alude y luego elude.

II

¿Pero cómo se construye una imagen electoral?

La publicidad nos ha enseñado muchos de sus trucos, gracias a ella ya casi nadie ignora lo que es el retoque digital (photoshop). Esta es, en esencia, la política de la imagen: perspectivas engañosas, perfiles que ocultan los defectos, ángulos que inducen al equívoco, artificios que juegan a engañar el ojo, poses que disimulan, brillos que ciegan.
En eso se parece la técnica de la magia al proceder del candidato: aspira a que su habilidad no sólo se imponga sobre nuestros sentidos, sino que pueda quebrantar el conocimiento que tenemos de la naturaleza de sus acciones.

Con la imagen de campaña, con los reflectores puestos en la publicidad –por los medios ya aludidos- algunos políticos candidatos aspiran a eclipsar el análisis de la hoja de vida, de la actividad política, del histórico de su proceder (proyectos, propuestas y efectos de su accionar). Aspiran a que la cosmética de la publicidad - el barniz- pueda inducir una rectificación de la imagen que de ellos se ha construido previamente, es decir: a un equívoco en el juicio de los electores.

Este es uno de los mecanismos que actúan sobre la psicología del elector y que contribuye a explicar un reproche, de la gente, común: que algunos políticos, en calidad de funcionarios públicos, conjuran, juran, perjuran; en una secuencia, sin prejuicios, sin juicios, sin perjuicios…pues después resultan reelectos.

La publicidad política -si es que acaso eso no es un pleonasmo- con su brillo, distrae, ciega, la reflexión del ciudadano. Sus formas inducen a que olvidemos la evidencia de los hechos que son responsabilidad de los candidatos. De forma tal que, si no ejercemos la consciencia crítica, lo que nos queda es lo que nos proponen: que sus virtudes son auténticas porque son proclamadas por ellos mismos.

Por eso conviene que el lector no des-conozca lo siguiente.

¿Qué debe hacer el político para configurar su imagen?

Puede recurrir a distintas estrategias (palabra que, de acuerdo con el mismo diccionario, significa: “arte, traza, para dirigir un asunto”; los mismos vocablos que definen política). Mencionaré algunas.

Debe evocar los grandes hombres de la patria: los mártires, los héroes, suscitar en el elector la nostalgia de lo perdido (de lo imposible de recuperar) y ubicarse en una imaginaria línea de sucesión que él crea; debe decir que él recibe la herencia de esa lucha, insinuar que aquello puede ser recuperado, pudiendo incluso argumentar que hay una deuda histórica con esos prohombres y que él debe pagarla… para lo cual es imprescindible que él ascienda al poder.
De esta manera, el candidato se beneficia al retomar un mito constituido: “el hombre imprescindible que el destino ha elegido para salvar la patria”.

Psicológicamente se recurre, con esto, a que el elector ponga al candidato en las series emocionales de las experiencias que aquél asocia como satisfactorias. Y ello se hace de una forma tal que, en la publicidad, el candidato reproduce con su cuerpo los rasgos de una imagen que haya cobrado el valor de icono. Con esto suma, a la inercia de su imagen, el empuje con que ha quedado grabada en el inconsciente colectivo aquella figura histórica.

III

Si usted es principiante y está en campaña, sírvase no ignorar unas útiles indicaciones.

El candidato novato dispone de un viejo truco, que consiste en invertir la lógica del desempeño laboral y hacer, de la inexperiencia, una cualidad; por eso invoque –como si realmente fuera un mérito que usted hubiera desarrollado- esta pueril condición: “la sangre nueva, no contaminada por los vicios de política tradicional; de la vieja clase politiquera, la esperanza de la patria en el rostro de la juventud…”; aluda a la no menos huera -y equívoca- expresión del “relevo generacional”.
Pero ¡cuidado!, hasta ahora nadie ha considerado conveniente hacer eso sin indicar, sutil, pero inequívocamente, la filiación que tiene con las figuras de poder instituidas.

(Estas promesas de novedad son las que conducen, a un elector desprevenido, a una experiencia en que después verifica lo que desde ya ha presentido: que el cambio es lo que vuelve, lo que regresa, lo que ya ha sido; el retorno de lo acontecido).

Otra táctica es en reivindicar los derechos de las minorías, con las que se tiende a que se identifiquen las mayorías, y con lo que siempre se pretende una votación de masas.

Si es necesario, debe mostrarse el mérito de haber sufrido, todos sabemos que haber sido considerado una víctima es seguir siendo tomado por tal, y la psicología del elector siempre recae en la reparación del sufrimiento; sobre todo aquél que se le inflige a lo humano –o a sus similares-, que siempre se considerará injusto y digno de compensación.

Procure agenciarse, si es posible, de forma aparatosa, un enemigo molesto. Sin la evocación de sus contradictores un candidato pierde mucha fuerza. Los electores saben identificarse con quien ha dado una denodada lucha en nombre de una causa; por muy insostenible que esta parezca.

Quizá más novedosa es la observación de esta técnica: diga que usted es “independiente”. Sobre todo si no son fácilmente identificables los poderes a los cuáles usted sirve.

No olvide condimentar sus intervenciones públicas, alternativamente, con la mención de “la infancia”, “la tercera edad”, “lo social”, “la educación”; recuerde que parece que Dios creó el desempleo para que los políticos tuvieran otro tema con que hacer campaña.

¿Qué imágenes encontramos en la actual publicidad política de los candidatos?

El viejo repertorio, pero en los medios de comunicación de más reciente desarrollo, es decir: escaparates viejos en vitrinas nuevas. Refiramos unos cuantos.

El candidato -ese enamorado en campaña- que se toma la foto con niños. Recurso que ni el mismo Hitler consideró deleznable.

En la semiótica de los rostros: un rictus en la sonrisa, que delata que no es auténtica (estandarte de la publicidad política), todos los gestos mimados del servicio, la pronta mano, etc.

El candidato recayendo en la clásica propaganda en que insiste en mostrarse al pueblo como uno de los suyos. En este sentido, los candidatos le dirán, querido lector, que ellos son como usted, que a usted le importa lo que a ellos les importa…
Especulando con el mecanismo psíquico de la identificación: “el otro soy yo”.

Se ha incorporado, en la representación gráfica de la publicidad, la idea de que un candidato no necesita más que definirse admirador y devoto servidor de una figura de poder político reconocido; así, detrás de la fotografía del candidato, suele aparecer una inconfundible imagen –puede ser en “marca de agua”- de alguien que goza de una masa electoral que ha llegado a considerarse irrenunciable.

IV

Las técnicas de la imagen y los mensajes en la publicidad política.

A las clásicas técnicas con las que la propaganda política apelaba a la retórica de las ideas como instrumento de persuasión, se han sumado los medios con los que la publicidad busca vender sus objetos. De este modo, y por su fantástica aspiración de eficacia, los candidatos no desatienden los recursos de todas las disciplinas que prometan echarles una mano: buscan aplicar lo que la óptica -la física- ha descubierto, lo que psicología del color enseña, los tonos que permanecen más en la retina, los mensajes subliminales, las alusiones, las resonancias, los equívocos, las consignas, el estribillo, y no es improbable que el rumor y la desinformación tengan sus oportunidades. En un espectro que va de la antigua sofística a los avanzados fuegos artificiales de la producción cinematográfica.

Se sigue un principio: el máximo de repeticiones por todos los medios posibles: Internet, espacios en televisión, cuñas radiales, mensajes telefónicos, vallas, paredes pintadas, pasacalles, pendones, camisas, afiches, volantes, botones…
Se juega con los colores de los partidos, sus supuestas ideologías, las banderas, las insignias, los logosímbolos.

Cualquier intervención es propicia, cualquier técnica para lograr visibilidad, para generar recordación, para ganar sintonía, “vale”; el político conoce el arte de volver propaganda cualquier aparición, cualquier reunión, cualquier declaración, trátese el asunto del que se trate, sea la cosa que sea: sea un evento festivo o una tragedia. Y en época de elecciones su afianza ese instinto natural, al parecer codificado en su ADN.
Presa de la ansiedad propia de un adicto, el candidato se las ingenia para asegurarse, por cualquier medio, una oportunista vitrina en el tiempo próximo a las elecciones. Codicioso de cualquier espacio en el que pueda desplegar una imagen deseable para sus electores y exhibir un perfil suficientemente “bueno”, no ha de extrañarnos ningún lugar en donde podamos encontrar al candidato, pues su propósito parece ser rivalizar con la ubicuidad.

Operando de acuerdo con un principio de la publicidad, según el cual “lo que no se ve no existe”, el candidato inducen en el elector el equívoco de que “lo que se ve es lo que es”. Es como si dijera “mi ser es mi imagen, mi ser es mi calculada palabra, esa es mi verdad”.

Fundamentalmente, la intencionalidad del candidato es apelar a la repetición, a lograr -más que propiciar el análisis de su programa de gobierno- el mayor grado de recordación, por la simple insistencia de la publicidad.
Con esto, se induce en el psiquismo de las personas la lógica de que “haber visto repetidamente es conocer”; aprovechándose de la “sabiduría popular” que concluye: “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
En última instancia, se busca que la inercia del reconocimiento se imponga sobre el deseable panorama del conocimiento.

Finalmente, la mitología moderna habla de un ser que pudiera ser, alternativa o simultáneamente, diversas cosas; un ser que pudiera aparecer ora bajo una forma, ora bajo otra; un ser adaptado a cualquier terreno. Ese versátil ser le ha tocado en suerte al político. Y nadie lo demuestra mejor que el candidato, adoptado en la naturaleza de cualquier partido…. político.

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