Las noticias del estudiante de la Universidad del Cauca a quien el Esmad le destrozó su ojo han causado una importante indignación y con toda la razón, es inaceptable que la policía, quien debería proteger a la juventud, sea su verdugo.
Pero este no es "un caso aislado" ni excepcional en cuanto a la brutalidad y uso indebido de la fuerza por parte del Esmad. Quiero aprovechar este momento para recordar el caso de un amigo, tan similar al de Esteban Mosquera, que ha removido el dolor que sentí en ese momento ante lo ocurrido.
Pasó en pleno corazón de Colombia y de Bogotá, en la Universidad Pedagógica durante una protesta contra el aumento de tarifas de TransMilenio. Han transcurrido casi tres años y por más veces que mi amigo ha intentado recrear la escena en su mente, no puede recordar más que un agente negro apuntándole con su arma de frente, desde la calle, haciendo pasar el cañón a través de las rejas de la universidad.
Después de eso viene la sangre, la gente alrededor y las nubes en su ojo derecho que nunca más volvería a ver una sonrisa o un amanecer. Él dice que no estaba inmerso en la confrontación con la policía ni mucho menos encapuchado y yo le creo. Sin embargo, aunque lo hubiese estado, ¿es justo que un muchacho de menos de 20 años pierda un ojo por lanzar piedras a unos policías armados y protegidos hasta los dientes?
Mi amigo se deprimió fuertemente y además sintió que algunas personas y grupos quisieron utilizarlo como bandera para sus intereses políticos, por eso prefirió alejarse de todo lo que tuviera que ver con "el accidente", como él le decía inicialmente al suceso para no profundizar en el tema.
Después de unos meses decidió cambiar de universidad, refugiarse en sus estudios, evitar el contacto con los medios y asistir a decenas de citas con cirujanos y oftalmólogos con la esperanza de volver a recuperar la vista, lo cual desafortunadamente no fue posible debido al impacto tan grave que sufrió.
Por eso mismo he decidido no mencionar su nombre en este escrito, quienes lo conocemos y queremos no pudimos sino respetar y tratar de entender su decisión de no hacer público su caso en ese momento, esos tres segundos que marcarían su vida para siempre.
Sin embargo, hoy que otro joven se ve marcado por el mismo dolor, junto a su familia y amigos, quiero expresarles a esta nueva víctima mi más profunda solidaridad. Y que sepa que aunque es absurdo, no está solo en esta tragedia, pues Esteban Mosquera no es el único que deberá cargar con lesiones irrecuperables causadas por este grupo que llena de deshonra a la Policía Nacional, grupo al cual además de cientos de heridos graves se le atribuyen 13 muertes, según el banco de datos del Cinep.
No es normal que esto pase, no podemos aceptar que protestar signifique morir o quedar lisiado. En Francia, por ejemplo, a pesar de las protestas terriblemente violentas de los chalecos amarillos, 7 de las 8 muertes registradas han sido por accidentes de tránsito. La octava se trata de una anciana de 80 años a quien le cayó un gas lacrimógeno en su apartamento, porque a diferencia de acá, allá los agentes disparan los gases hacia arriba, en tiro parabólico, para dispersar manifestaciones. Allá no apuntan a la cara de los manifestantes, así sean miles y sean violentos.
Si nos fingimos ciegos ante esta injusticia, ni mi amigo, ni Esteban Mosquera serán los últimos soñadores que perderán sus ojos o su vida por soñar con un mejor país.