Mirando en profundidad, el fracaso de nosotros como trabajadores se debe más a la traición sectaria que al poderío de la clase dirigente.
El aparato productivo está conformado por toda la clase que hoy protesta. Sin embargo, por diferentes motivos e intereses, y a pesar de existir consenso en el hecho de que somos exprimidos y maltratados por el sistema, no logramos ponernos de acuerdo en los mecanismos para ejercer presión.
Si por el contrario todos los trabajadores unidos llegásemos a establecer un acuerdo ''parar-continuar'' otros serían los resultados.
Este mecanismo simple pero certero tendría ventajas desde todos los puntos de vista, entre otros:
1. Al detenerse el quehacer obrero afecta el factor en donde más duele al capitalista, las ganancias.
2. El aparato represor no tendría sentido por la dispersión de la protesta.
3. No habría daño en la infraestructura.
¿Por qué no se puede?
Las razones nos las pueden explicar los dirigentes sindicales de papel, vendidos al mejor postor o llenos de egocentrismo, en cuyo listado podemos encontrar a los que terminaron justo del otro lado.
Es así como figuras del talante de Montes de Occa, Angelino Garzón, Lucho Garzón y Enrique Robledo se convierten en una muestra ínfima en donde el pensamiento de lucha llegó hasta la saciedad de su apetito.
El poder de convocatoria, que converge en un pequeño grupo enquistado, es tan dañino para la protesta social como el objeto de la protesta y quizás más profundo y letal cuando las minas están insertas en las entrañas del movimiento mismo.
Un dirigente sindical traidor arguye de manera ladina, disfrazado de pacifista, cuando sabe que en su interior pulula el pensamiento lacayo y servil que se alimenta de prebendas y limosnas.
No hay dudas de la efectividad de la protesta tal como está, cuando la furia y el descontento son los móviles, pero siempre asalta la duda de hasta cuándo.
La disolución de los movimientos siempre se da en las negociaciones y en sus negociadores. Un claro ejemplo es el caso de Julio Roberto Gómez, quien por muchos años fingió ser de la clase trabajadora y cuya posición pusilánime en la aprobación de los decretos sobre salario mínimo no es un secreto.
El sindicalismo es una ganancia de las luchas de aquellos que hasta la vida misma ofrendaron en aras de la causa. Hoy, sus herederos, un quiste, alejado del pensamiento original, medrosos y acomodados.
Dan ejemplo los indígenas en toda Latinoamérica, unidos y en pie de lucha, cuyo lema se mantiene: ¡ni un paso atrás!