"Si queremos que todo siga como está es necesario que todo cambie".
"¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y después todo será igual pese a que todo habrá cambiado".
Esta paradoja, expuesta por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, cobra vigencia en las circunstancias actuales por las que atraviesa el país. Las marchas han dejado, no solo pérdidas materiales y económicas, sino también pérdidas humanas que son muy lamentables y que ponen en entredicho el papel desproporcionado de las fuerzas del Estado.
¿Cuáles han sido hasta ahora los logros de las manifestantes a lo largo del territorio nacional? Desolación y muertos, nada más. Los acercamientos entre el gobierno y los organizadores del paro han sido en vano. La turbulencia no para en algunas ciudades del país; y los más afectados son la gente del común, sobre todo los campesinos, quienes se han visto precisados a echar sus productos a los desagües, porque los bloqueos a las carreteras no permiten que sus cosechas lleguen a los mercados de destino. Mientras tanto, el presidente Duque se lava las manos pretendiendo rodar el balón del inconformismo social hacia el lugar de los alcaldes.
Lo que pretende el mandatario de los colombianos es, que el estallido social sea sofocado por los mandatarios locales, que a duras penas tienen para arreglar vías terciarias en sus pueblos. El espaldarazo se lo da, no hay que dudarlo, la señora procuradora cuando explícitamente dice que “los alcaldes tienen la obligación de enfrentar a los manifestantes a como dé lugar, sino que renuncien”.
¡Qué mal mensaje para el país! Lo que no sabe la señora procuradora, o desafortunadamente finge ignorarlo, es que el presidente es la máxima autoridad político-administrativa del país, además de ser el jefe supremo de las fuerzas del orden y que los excesos en las marchas son notorios, muchos, lógicamente, de los llamados vándalos, aunque también, de la fuerza pública, y a estos últimos se le abonan los centenares de desaparecidos y los casos ya denunciados, de violaciones y abusos a mujeres en Cali por parte del Esmad.
Nadie tiene un remedio a la mano que sirva para conjurar el esquizofrénico panorama por el cual atraviesa nuestra patria, y menos para salvar de la ruina en que quedarán los campesinos, de la desolación, el abandono y la pérdida de fe de los familiares de pacientes que murieron en los hospitales por falta de una bocanada de aire; de los odios y resentimientos ahondados contra el Estado. Todo habrá cambiado, todo seguirá igual.
Es innegable que el país reclama justicia social y oportunidad para todos de esquina a esquina. Muchos, apresuradamente, afirman que esto obedece a una metástasis populista que quiere tomarse el poder recurriendo a la desestabilización de las instituciones del Estado. Otros, menos obscenos, apuntalamos que los males de la nación se juntaron y estallaron en reacción espontánea, buscando un devenir, para que los ciudadanos podamos tener más oportunidades para enfrentar las penurias en que nos tiene sucumbidos todas las pestes juntas.
Ojalá todo no sea puro gatopardismo. La libertad reflexiva a que los invito es la expuesta por la filósofa norteamericana Martha Nussbaum en su sentencia: “Cuando los ciudadanos reconocen sus propias emociones y comprenden como funciona los mecanismos que activan el odio, la ira, la venganza, el asco, el miedo, serán menos manipulables frente a aquellas fuerzas que intentan agitar esas emociones”.
Teniendo en cuenta la sentencia de la filósofa Martha Nussbaum, que no ocurra la versión criolla de lo sucedido cuando la gente salió emberracada a votar por el no en el plebiscito por la paz. Ojalá todo cambie, aunque nada cambie.
