Anderson es cualquiera de los venezolanos que pasan de El Amparo en Venezuela a Arauca por el puente internacional. No dan la cara; todo para ellos es riesgo. Atraviesan a Colombia a vender a cualquier cosa pero sobre todo a llevarse un bocado de comida: “Una cosa es vivir en la miseria y caminar estas calles, pero otra es haber sido una persona respetable y tener que cruzar todos los días para vender tintos. Nadie se siente cómodo mostrando la cara así”.
Anderson por eso todavía viene y vende sus $30 mil pesos de tinto siempre con el uniforme de donde trabajaba antes en Venezuela. Era ingeniero de panadería.
Los araucanos detectan a los venezolanos a más de tres cuadras de distancia y así vayan de espalda. Siempre van en grupo, caminan casi por caminar y llevan siempre alguna cosa para vender, por minúscula que sea. Desde galletas de leche, papel higiénico, trapeadores y recogedores plásticos hasta inmensos chinchorros.
No se sabe a ciencia cierta cuantos venezolanos entran cada día al país, pero dicen que casi la mitad se devuelve el mismo día. Pasan solo a trabajar por el día, pero duermen en El Amparo para regresar al dia siguiente .No les piden pasaporte. Aprovechan mientras se hace realidad un posible cierre de frontera anunciado por Juan Manuel Santos.
El primero que habla del problema migratorio es el taxista: a los 10 minutos de aterrizar se escuchan las quejas. Sin conocer las cifras exactas, el número de migrantes es mucho menor que en Cúcuta. Un funcionario de la alcaldía dice que, afortunadamente para los araucanos, esto se debe a que no tienen ningún tipo de ayuda por parte de la alcaldía del país colombiano. Lo dice entre risas y dice que pueden ser miles los que han llegado a Arauca, pero en menos de una semana cogen rumbo a Cúcuta: “Allá se encartan con eso de darles casa, a veces mercados. Acá saben que les toca venir a lucharla.”
Cualquier producto sirve para el rebusque. Arepas, manillas, lo que sea.
La gasolina sigue siendo el producto más cotizado para traficar. En una de las esquinas, a seis cuadras de la Gobernación, se pueden llegar a vender 10 pimpinas de 20 galones. Cada galón se vende en unos $3,000 pesos. Pero desde hace unos meses se presenta un fenómeno nunca antes visto para los araucano: las mujeres venezolana se están prostituyendo a domicilio. Pasan puerta a puerta vendiendo objetos, y cuando la persona que abre es hombre, si no quieren los productos materiales les ofrecen su cuerpo. “En algún momento va a estallar: las esposas ya están histéricas.”
Trabajo formal obtienen poco. Se recorren las calles ofreciendo lo que puedan comprar allá y traer para ganar los grandes márgenes que dejan los precios subsidiados de la frontera, pero muchas veces tienen que comprar acá y revenderlo. Los que tienen más dinero compran los productos más básicos acá para llevar y venderlos allá. Pero en los tiempos venideros los venezolanos en Arauca no tienen soluciones planteados: el gobernador Ricardo Alvarado pidió al gobierno nacional declarar la situación de emergencia humanitaria, pero a la vez enérgicamente dice que la única salida que él ve es la del cierre de la frontera.
