El municipio de El Copey es un pueblo hermoso de gente buena, sencilla y trabajadora. A pesar de haber padecido el rigor de la violencia, hay algo que lo afea muchísimo más: la prostitución.
Todos los días, en la troncal de oriente, más conocida como la carretera negra, se pueden ver a mujeres de todas las edades, niñas menores de edad, homosexuales que venden su cuerpo como una opción de vida para sobrevivir.
Este problema lleva muchos años y los muleros son los principales clientes. Recorriendo la carretera, algunas de las niñas dieron su testimonio. Un de ellas fue Karla*, nombre que se le asignó por proteger la identidad de la menor de 16 años.
Karla* nos contó que ella se prostituía porque convivía con su mamá y su padrastro y que él la maltrataba y la violaba. Le contó a su mamá y ella nunca le creyó, por ello decidió marcharse de la casa y sobrevivir con este oficio. Otras menores que se cayeron en la desgracia de la prostitución, dicen que lo hicieron por que buscan tener una mejor oportunidad de vida y porque les gustaba vivir y vestir bien.
El tercer testimonio de una de las menores entrevistadas, es desgarrador. Cuenta que su mamá la obligaba a llevar dinero a su casa y veía esto como la manera más fácil de cumplir con las exigencias económicas de su madre.
Por su parte, los homosexuales se arreglan cada noche para ir a trabajar. Se hacen sobre la carretera cuando comienza a caer el sol. Esperan un tiempo mientras los muleros llegan, los recogen, y finalmente los llevan consigo a una residencia; por 30 o 40 mil pesos entregan su cuerpo. Los prefieren más que a las mujeres y niñas.
El fenómeno ha tomado tal dimensión que cuando los turistas entran por la via al municipio de El Copey, piensan que todas las mujeres de la región, vivimos de la prostitución.